Democracia y Política

Carnival, paradigma de los nuevos tiempos

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Hay varias formas de reaccionar ante la holgura económica ajena. Una de ellas es la que nos enseñó el castrismo desde que éramos pequeños y que se basa en la rabia y el estigma hacia el próspero. Una intransigencia a lo Robin Hood cuyo fin es arrebatarle al otro aquello que «le sobra» o «tiene de más». Esa ojeriza al que progresa, acumula propiedades o disfruta de cierta holgura material, ha terminado por convertirse en un componente inseparable de nuestra idiosincrasia, aunque los tiempos parecen estar cambiando.

«Nunca me voy a subir en un crucero, pero que vengan más… que estamos ganando», decía ayer un jubilado de tabaco masticado y camisa tan deteriorada que se transparentaba sobre su piel. Recién habían anunciado en el noticiero oficial que la empresa estadounidense Carnival recibió la autorización de Washington para viajar a Cuba y ya el señor exponía su propia postura ante los lujos que disfrutarán otros. El símbolo de un capitalismo de placeres, diversión y despilfarro está a punto de atracar en La Habana y llama la atención que tampoco el oficialismo lo recibirá con gritos ni consignas, sino con beneplácito.

No parecen escandalizados los cubanos cuando conversamos sobre esos colosos flotantes que arribarán con suntuosidades y dinero, mucho dinero. Más bien, la gente calcula el beneficio que le tocará cuando el gigante de los mares toque tierra y descienda una andanada de turistas de billetera abultada y crema solar por todos lados. Los dueños de restaurantes cercanos al puerto habanero se frotan las manos y los vendedores de baratijas esperan mejorar sus ventas.

«Carnival es la última hoja de parra que se han quitado y la que ha dejado al desnudo su impúdica fascinación por el dinero propio y ajeno»

Otros, como el señor de la camisa gastada y el tabaco mordido, probablemente no se beneficien en nada con el arribo de la firma Carnival. Sin embargo, a diferencia de otros tiempos en los que hubiera escupido de ira ante esos «burgueses explotadores que vienen a dejarnos su basura«, ahora parece dispuesto a sobrellevar tanta exhibición de ostentación y glamour. Al indagar por su tolerancia ante el lujo ajeno, el viejo detalló que «ya aquí hay gente que vive así, a lo grande, pero son los de arriba», mientras señalaba con el dedo hacia el cielo para indicar a la nomenclatura. «Ahora la diferencia es que los veremos llegar por mar y no esconder lo que tienen», sentenció.

Para conservar los suculentos bienes asociados con el poder, el propio Gobierno está cambiando su discurso en relación con la riqueza de otros y tratando de atraer a esos «ricachones, burgueses y apoderados» de los que renegó y a los que combatió durante décadas. Sin embargo, a la par que obtiene beneficios del turismo de lujo, le está enviando un mensaje contradictorio a los ciudadanos que crecieron bajo los llamados al igualitarismo y la austeridad. Carnival es la última hoja de parra que se han quitado y la que ha dejado al desnudo su impúdica fascinación por el dinero propio y ajeno.

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