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Carrascal: Máxima pena

No son razones morales las que me impiden respaldar la pena de muerte para delitos que por su crueldad y barbarie sobrepasen todos los niveles éticos. A fin de cuentas, todos los humanos, como todos los seres vivos, estamos condenados a muerte y lo único que hace esa sentencia es adelantarla poco o mucho, según lo que le queda al reo de vida.

Pero hay un hecho que impide su ejecución, nunca mejor utilizada la palabra, por grave que sea el delito. Me refiero a la posibilidad de error judicial, algo siempre posible, ya por no haberse reunido todas las pruebas, ya por equivocación del juez, tribunal o jurado. Que se ha dado. Y siendo la muerte lo único que no tiene rectificación en esta vida, tendríamos el triste caso de haberse ajusticiado a un inocente, algo que se debe evitar a toda costa. Como que el asesino se libre del castigo que merece, lo que ha ocurrido más veces de las debidas.

La única salida, sin duda alguna, que veo a ese dilema ya existe e, incluso, está escrita en el Código Penal. Se le llamó «cadena perpetua», es decir, de por vida. Pero en la práctica está claro que no es así, al añadírsele «revisable», que anula lo de perpetua, con lo que el condenado, si es lo bastante joven y lo suficientemente listo para portarse bien durante su reclusión, puede estar en la calle tras veinte o treinta años de reclusión y volver a cometer los mismos delitos u otros mayores.

No ha mucho en una Tercera les hablé del considerado estudio más concienzudo del delincuente, ‘The criminal mind’ (‘La mente criminal’), del doctor Samuel Yocherson. Una de las conclusiones más tremendas a las que llega es que tales individuos, narcisistas, solitarios, asociales, mentirosos desde niños, creen que los demás están para su complacencia y sólo en casos excepcionales se rehabilitan. «Todo lo más, se habilitan, pero bajo un estricto control».

Como ya habrán imaginado ustedes, escribo esta columna bajo el impacto del asesinato el pasado jueves del niño de Lardero.

Si, como todo apunta, el asesino es un individuo que ya cumplió condena por matar a una mujer y abusar de una niña, estamos ante un fracaso rotundo de nuestro sistema penitenciario. Orientarlo hacia la «rehabilitación del reo», que suena tan bien, es una invitación a los crímenes más execrables.

La cadena perpetua a secas, es decir que mueran en prisión, no devolverá la vida a sus víctimas, pero evitará que otras mujeres y niños pierdan la vida.

En la mente criminal no entra el buenismo, que infecta como el cieno buena parte de nuestras leyes e instituciones.

 

 

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