A finales del siglo pasado, AD y Copei entraron en estado de coma con la ayuda extraordinaria de sus enemigos del poder económico y mediático de entonces y la llegada al gobierno del teniente coronel golpista Hugo Chávez.
Sin embargo, aquel había sido un proceso que venía de años atrás y que aún sigue su curso, pues los partidos no mueren de infarto sino de mengua, dicho sea en el sentido más lato de esta expresión. Ya en 1993, con el triunfo del ex presidente Rafael Caldera y luego de la grave crisis institucional durante el segundo gobierno de CAP, AD y Copei mostraban signos indiscutibles de debilitamiento y falta de sintonía con las realidades de entonces. No había sido poca cosa que los hubiera derrotado el candidato de un amplio frente formado por distintos partidos y agrupaciones, experiencia que se repetiría en 1998 con la candidatura del teniente coronel Hugo Chávez, quien obtendría la victoria frente al ex gobernador de Carabobo, Henrique Salas Römer, apoyado por su partido Proyecto Venezuela y, a última hora, por AD y Copei, luego de retirarle el apoyo a sus candidatos presidenciales, el octogenario Luis Alfaro Ucero y la ex Miss Universo Irene Sáez.
Todo ello ocurrió a pesar de que en las elecciones de 1992 AD había ganado siete gobernaciones y Copei once. En 1995 AD subió a 10 y Copei bajó a cuatro. Y en 1998 AD consiguió ocho gobernaciones y Copei volvió a obtener cuatro. Todo aquello fue posible porque, a pesar de la crisis de ambos partidos, sus liderazgos regionales eran sólidos, gracias al nuevo cuadro político que trajo consigo el neofederalismo y la descentralización, todo lo cual atenuó el proceso de desmoronamiento de ambas organizaciones políticas.
A partir de la elección de la Constituyente en 1999 y la llamada “relegitimación” de las ramas ejecutivas y legislativas a todos los niveles en el año 2000, AD y Copei se replegaron y entraron en una especie de inmovilidad y mutismo impresionantes, perdiendo importantes parcelas regionales. En su lugar, desprendimientos suyos se agruparon en nuevos partidos –Primero Justicia, Un Nuevo Tiempo, Voluntad Popular, entre otros– que han venido participando en forma más activa desde entonces, aunque con resultados nada halagadores.
Por supuesto que en todo el país siguen existiendo estructuras dirigenciales y de base, tanto de AD como de Copei. Existen, incluso, en lugares donde los nuevos partidos aún no se han hecho presentes. Pero como es sabido, junto a las equivocaciones que los llevaron a su situación actual, AD y Copei han sufrido los arteros golpes del régimen en su obstinado e indisimulado propósito de liquidarlos como sea.
Hace ya algunos años, Copei fue intervenido por el TSJ a causa de una disputa interna, con lo cual facilitaron la judicialización de sus conflictos domésticos. Desde entonces, el régimen ha designado varias directivas nacionales, siempre con el propósito de colocar allí agentes suyos. En AD ocurrió algo parecido en fecha más reciente, al igual que en los demás partidos políticos, lo que dio origen al surgimiento de los llamados “alacranes”, quienes con sus candidatos a todos los niveles –usando el nombre y las tarjetas electorales de esas organizaciones partidistas que les entregó el régimen– cumplen la tarea de dividir y confundir a la oposición para beneficiar a los nominados por el chavomadurismo en las elecciones de gobernadores y alcaldes en noviembre próximo.
Toda esta brevísima relación histórica pretende explicar las razones del declive y asedio que hoy sufren los partidos políticos distintos al PSUV y poner de manifiesto, en paralelo, la necesidad de revigorizarlos y actualizarlos como instrumentos insustituibles de lucha y movilización. La experiencia ha sido muy clara en el sentido de que las dictaduras de cualquier signo no aceptan más partidos políticos que el suyo. Por eso, casi siempre, son regímenes de partido único, como en Cuba, por ejemplo. Si aquí aún existen otros partidos –aunque perseguidos y asediados siempre– tal hecho obedece a la resistente conciencia democrática de los venezolanos, arraigada entre 1958 y 1998, cuya fortaleza ha impedido, hasta ahora, que el chavomadurismo se haya salido con la suya en este sentido.
Por eso hay que reivindicar a los partidos políticos como factores fundamentales del sistema democrático. A pesar de las campañas en su contra, generalmente ejecutadas por grupos que intentan socavar las bases de la democracia, las organizaciones partidistas siguen siendo instrumentos fundamentales de comunicación y movilización. Toda democracia que se precie de tal necesita de partidos políticos que funcionen y agrupen a los ciudadanos, no sólo en función de obtener el poder y utilizarlo como instrumento para mejorar la calidad de vida de la sociedad, sino también como vía de expresión de sus inquietudes y planteamientos.
Ahora mismo en Venezuela ha llegado la hora de fundar y refundar los partidos que tanta falta hacen, a pesar de que estamos bajo un régimen de facto, dictatorial y desconocedor de los principios fundamentales de la democracia. Pero precisamente por ello las organizaciones partidistas están llamadas a cumplir un papel protagónico de primer orden, guiadas por programas concretos para salir de esta dramática crisis que arruina al país y sus instituciones, conducidas por liderazgos honestos y realistas, capaces de conectarse nuevamente con las grandes mayorías nacionales.
Algunos estudios de opinión han revelado que ahora mismo los partidos políticos, como instrumentos de lucha y expresión, tienen muy escaso apoyo entre los venezolanos. Esa es una situación de la mayor gravedad, sin duda. No ha sido en vano toda una campaña orquestada contra ellos, antes y ahora, aparte de sus propios errores, como ya se ha señalado. Pero están en el deber de rectificar lo que haya que rectificar y volver a la lucha de masas en cada rincón del país, bien porque los partidos históricos vuelvan a refundarse o los nuevos vigoricen sus esfuerzos.
Por de pronto, pasado el evento electoral de noviembre próximo –que como bien sabemos no resolverá ninguno de los graves problemas que afrontan los venezolanos– y de cara a las nuevas luchas que puedan plantearse para salir del régimen, valdría la pena considerar la estructuración de un movimiento de movimientos, integrado por tendencias socialcristianas, socialdemócratas, liberales e independientes. Su permanencia en el tiempo, en todo caso, la dictará el grado de acuerdo que logren sus promotores, no sólo en los objetivos meramente electorales, sino también con relación a un programa político concreto para superar la actual desgracia nacional, ya que lo ideológico quedará rezagado por algún tiempo más.
Obviamente que este proyecto centrista tiene un amplísimo espacio que ganar, conformado por quienes se oponen al chavismo y también por quienes disientan o han disentido del mismo. El éxito de este nuevo movimiento pluralista y democrático para captar a unos y otros dependerá no sólo del carisma y fuerza de su liderazgo, sino también de su habilidad táctica y estratégica para alcanzar tales objetivos. Tendrán, además, que superar el riesgo de atomización que supone la existencia –puertas adentro– de variados proyectos y liderazgos personales, si no son capaces de unirlos alrededor de un propósito y un liderazgo común, de cara a los nuevos desafíos que nos esperan en el porvenir inmediato.