Casabón: El antisemitismo que viene
Si anteayer no fueron sino rehenes del nazismo, al final del día los discursos acaban tirando hacia la figura del judío opresor
Péguy escribió: «Siempre hay que decir lo que se ve. Y más difícil aún, siempre hay que ver lo que se ve». Ver lo que se ve es ver el mal allí donde se encuentre y ser capaz de modificar el relato e incluso cambiar de ideología. Yo recomiendo a nuestra izquierda empezar por la carta fundacional de Hamás, que declara «muerte a los judíos» y pide la eventual creación de un Estado islámico en Palestina y la disolución de Israel. La ofensiva de estos días es barbarie antisemita anunciada. Sin embargo, la revuelta de los marginados de la globalización, la izquierda totalitaria y algunos contestatarios a la contra han designado a la «mafia sionista» culpable del ataque. Y están, también, los que nazifican, sin ningún tipo de análisis histórico, al judío israelí.
Este escándalo histórico y metafísico de no lamentar el terrorismo se explica porque algunos escritores e intelectuales tienen la mente formateada por autores que no han leído. Autores que han llevado detrás a la gente civilizada en una romería de baile de la muerte. Esa izquierda de organillo y juicio arbitrario que no manifiesta ninguna inquietud o pesadumbre por los judíos asesinados no ha aprendido nada de nuestro corto siglo XX. Lo que hoy hace falta es limpiar la imagen del judío moderno negándonos a colocar a Israel bajo el estandarte de culpable, racista e incluso nazi. Y aquí hay trabajo, porque la analogía está desencadenada. Y si anteayer no fueron sino rehenes del nazismo, una raza débil, inferior pero peligrosa, al final del día los discursos acaban tirando hacia la figura del judío opresor.
A menudo escuchamos en Europa que la hostilidad hacia los judíos no tiene nada que ver con el antisemitismo histórico ni con los preceptos del Corán, sino con la situación de los palestinos. Si es así, debemos cuestionarnos por qué toda esta turba de radicales y burgueses de ‘kufiya’ aluden siempre a un viejo anatema: la maldición de judío confinado en su egoísmo tribal y su endogamia. El debate, empero, sobre el nuevo antisemitismo no está cerrado ni vamos a intentar el disparate de cerrarlo en este artículo. Puede ser una derivada entre otras causas progresistas, sin fundamento, y quizás solo veamos reflejos de un odio antiguo, pero algo vemos y «siempre hay que decir lo que se ve».
¿Cómo denunciar lo que vemos con toda esa fascinación por el discurso anticolonialista de autores como Frantz Fanon? El mal también habla el lenguaje del bien, e incluso este antisemitismo moderno les afecta tanto más por el hecho de que no les concierne como Otro, sino como «verdugo del Otro». Y entonces vemos que hoy para algunos el antisemitismo es un mal banal, justificado, por la cuestión Palestina. No hay que eludir ningún fango y la relación con el judío es el tema crucial que debe abordarse de forma permanente, como todos los viejos odios soterrados de las grandes familias. El enigma sigue bajo la losa sepulcral del pasado: nos observa, nos persigue, nos acosa y va y viene. Es lo que llamo aquí antisemitismo transeúnte.