Casado y Rivera… o Rómulo y Remo
Pablo Casado y Albert Rivera. Del PP uno, de Ciudadanos el otro. Ambos esquinados en el cuadrilátero de un España asmática, una nación que hiperventila desde hace casi un lustro. De Botsuana para acá, no hay inhalador que valga. Falta el oxígeno. Pero ahí están los benjamines: nadando en una piscina hinchable llena de pirañas. Albert, pujando por romper el bipartidismo; Pablo, por sostenerlo, aunque sea sobre los hombros de María Dolores de Cospedal y sacando pecho ante un rival como Pedro Sánchez, nuestro hombre en Benicasim.
Ambos comparten tragedia: los manguitos de los que aún tragan agua. Como el Saleem y el Shiva que inventó Salman Rusdhdie en aquella magnífica novela Los hijos de la media noche, Casado y Rivera nacieron en la hendidura. El paritorio de una hecatombe. Una medianoche política en la que uno completa al otro. Albert nació en el minuto anterior a la fractura catalana y Pablo en el siguiente a la explosión en pedazos de su partido. Son los hijos de una misma situación. Hay algo siamés en su naturaleza trágica. Los emparenta el cordón umbilical de la circunstancia. El caprichoso destino tejiendo a la vez escarpines y mortajas. Ambos empujan hacia una frontera.
Falta el oxígeno. Pero ahí están los benjamines: nadando en una piscina hinchable llena de pirañas. Albert, pujando por romper el bipartidismo; Pablo, por sostenerlo
Casado y Rivera tienen la estampa de los que se matriculan en ADE. La puntada aplanadora de los patrones: una talla por arriba o por debajo, lucirán casi igual. Dan el tipo. Ese no sé qué de delegado de curso. De niño aventajado y eterno aspirante a colocar la ofrenda floral. Son el fruto de una castidad ideológica, es decir: la ausencia de ideas -Rivera con su fórmula ‘tengo unos principios…’, del Camarote de los Hermanos Marx- o la posesión de unas pocas, muy contrastadas, de Casado. Sus ideologías, por escasas y descafeinadas, devinieron en orgía. El colesterol malo de una democracia que no ha cuidado su salud, a pesar de los avisos, y que ahora pretende solucionar el problema coronario quitándose la sal.
¿No fue así como engendraron a Rómulo y Remo? ¿De la cópula entre Marte y una vestal condenada a la absoluta castidad? Enciende fácil la mecha en esa combinación. La del eterno deseo y la de la hoguera… ¿de las vanidades?. Contar votos u ovejas… ¿Cuál de los dos, Rivera o Casado, fundará Roma? Pero, acaso, y no por ello menos más importante, ¿quién la quemará? Anda yermo el campo centroderecha. Una sequía de discurso, que no retoña ni con el Instagram ni con la brea del conservadurismo. Que todos quieren ser Macron, se ve a leguas. El problema es que ninguno de los dos recitaría El Quijote como Macrón El misántropo.
Los siameses -Albert y Pablo- aprovechan para morder fuerte con sus dientecitos de leche. Compiten como los aventajados de la clase de ADE: con pura teoría
En esta semana el gobierno de Pedro Sánchez ha dicho que sí a todo: a la abolición de la ley de gravedad, a la construcción de un puente de plata para la alucinación de un independentismo de flequillo, a la jauría taxista o a la eterna tragedia de las vallas y los inmigrantes. Así como la Emma Bovary que se hipotecaba comprando baúles para huir con amantes que no la amaban, Sánchez ha extendido el cheque en blanco de los 84 diputados. Pagar, lo que se dice pagar, no puede, pero pondrá cara de solvencia. Cuidado con el arsénico, pues.
En ese tiempo, los siameses -Albert y Pablo- aprovechan para morder fuerte con sus dientecitos de leche. Compiten como los aventajados de la clase de ADE: con pura teoría. Uno viaja corriendo a Ceuta, el otro declara ante un jardín de micrófonos, ahora sí, exonerado de la mácula del máster. Animadoras cojas –sheerleaders, si me permite, lector- de un partido que puede terminar en penaltis. O, lo que es peor, en el incendio electoral de los que no saben muy bien dónde está marcada la equis del centroderecha en el photocall de la política. Ya lo dijo Alfonso Guerra, el que se mueve no sale en la foto. Rómulo y Remo, Casado y Rivera…. El asunto, lector, se concentra en el relato. La realidad puede esperar. Las encuestas no.