Democracia y Política

Causa propia

Las votaciones de estos días sugieren que los partidos oficialistas ya se han decantado por la opción “en contra», al no recoger el proyecto constitucional algunas de sus causas emblemáticas.

 

Si había un consenso en el país hace algunos meses era la necesidad de cerrar el tema constitucional. El proceso que había nacido como una forma de encauzar institucionalmente la crisis de los últimos años ya estaba siendo demasiado largo y tortuoso como para prolongarse indefinidamente. Necesitábamos cerrar una etapa y necesitábamos un piso común: sin la ingenuidad de pretender suprimir el conflicto, parecía claro que la convivencia democrática requería de una base mínima compartida. Pero las votaciones de estos días en el Consejo constitucional sugieren que los partidos oficialistas ya se han decantado por la opción “en contra», al no recoger el proyecto algunas de sus causas emblemáticas. Si no es mi apuesta, entonces nada.

La desafección ciudadana que ha producido el proceso podría explicarse en buena medida por la inmensa distancia que perciben los chilenos entre las preocupaciones e intereses de la clase política y sus propias inquietudes y preocupaciones. La escasa disposición a llegar a acuerdos y las actitudes atrincheradas de distintos actores no parecen sino contribuir a ese hastío. Durante los últimos días, el hecho de que expertos de izquierda hayan rechazado la moción de quitar del texto cuestiones que hasta hace poco consideraban profundamente problemáticas -como el pronombre “quien” al referirse a la vida humana en gestación, para volver a la redacción actual- es síntoma de que ya no les interesa sumarse al proyecto, sino simplemente botarlo y manifestar su rechazo. Si el nuevo texto constitucional no favorece causas como el aborto libre, para ese sector no vale la pena. Todo o nada.

En otras palabras, ciertas banderas propias parecen pesar más que las demandas de las grandes mayorías, la estabilidad institucional del país y el cierre de un ciclo desgastante para la política chilena.

Esta inclinación a actuar movidos únicamente por ciertas causas parece, a estas alturas, un sello de la nueva izquierda, cada vez más distante de la gente real, de sus dolores, de sus pobrezas. Obviamente no es una actitud exclusiva de ese sector -parte de las derechas también ha sucumbido a la tentación de transformar la política en la instalación unilateral de banderas-, pero el mundo de Apruebo Dignidad, que por lo demás nos gobierna, parece especialmente propenso a este riesgo.

Así, cuando la clase política no da muestras de creer en nada más que en ciertas causas abstractas y sin arraigo popular; cuando se minusvalora a las personas reales y sus problemas y reales; cuando el ejercicio del poder se vuelve autorreferencial y sólo gira en torno a la capacidad fáctica de imponer ideas propias u obstaculizar otras, cuesta pensar en una salida a la crisis. La brecha entre ciudadanos y representantes es inmensa y el cerril enclaustramiento en dos o tres consignas no hace nada por acortarla.

Esta actitud sólo puede volverse en contra del gobierno: ¿Qué ofrece a los chilenos más allá de una agenda de élite alejada del drama de la precariedad económica, del desempleo, de la inseguridad y el narco, del derrumbe educativo?

Si el oficialismo se empeña en trabajar por sus causas y no las de Chile, además de no cumplir el mandato recibido, asegurará su propio fracaso. La autorreferencia vacía es como un callejón tapiado: ¿Cómo se sale de ahí? El éxito en política supone dejar atrás la lógica exclusiva de intereses propios y estar dispuestos a sacrificar algunos para servir a una causa común.

 

 

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