Cayetana Álvarez de Toledo (CAT), sensación mediática de la campaña (y de Casado)
Mediodía en Cornellá, tradicional feudo socialista. Cayetana Álvarez de Toledo (CAT) se pasea entre los puestos del mercado. Una borde la llama «cara haba». Cuando se aleja, otra masculla un «qué ascazo, una facha». Sin embargo, la mayoría la mira con curiosidad. «Esta es la que salió el otro día en el debate», explica una joven a otra. Esa misma. La del «sí, sí, sí hasta el final» (en relación al consentimiento sexual). La que preguntó a María Jesús Montero si Sánchez indultaría a los presos del 1-O. A la que la ministra no supo responder cuando le pidió que dijera cuántas naciones hay en España. «¿Y en Cataluña?», volvió a insistir.
CAT se ha erigido en la sensación mediática de la campaña de Casado. Un milagro considerando el punto desde donde arrancaba el PP catalán tras el fracaso en las últimas autonómicas y la amenaza (fantasma o no) de Vox. «España es la voluntad empecinada de vivir juntos los distintos», explicaba ayer en Cornellá a un grupo de simpatizantes. «Yo es que ya además de militante del PP, soy militante de Cayetana», le contestaba un afiliado.
Quien hubiera escuchado o leído (en este mismo periódico) a Cayetana Álvarez de Toledo no puede sorprenderse por las cosas que hace y dice la candidata popular por Barcelona. Cayetana es así. Inteligentísima. Dice lo que piensa porque precisamente lo ha pensado. «Hay que tratar al votante, al ciudadano, como si fuera un adulto responsable», suele decir. «Como a las mujeres, que no son un bloque monolítico (…) tampoco somos víctimas. Ni débiles». La responsabilidad es un concepto al que suele aludir la candidata en todos los discursos. La de los políticos, la de los medios, la de los dos millones de nacionalistas cómplices con el golpe, la de los ex votantes del PP a los que les pica Vox.
«Mira, parece poca cosa pero tiene unos c…», dice un señor. «No hay quien la pare», añade su mujer. Las verdades como puños en la mandíbula de sus contrincantes.
Pero hay algo más. Los medios nacionalistas ya saben que Cayetana interesa. Todas las noticias vinculadas a su nombre -sobre todo si incluyen conceptos como marquesa (lo es), su relación con Felipe V, el doctorado en Oxford– son un éxito de audiencia. Clicks en las páginas web. Les pone mucho. Es lista y habla muy bien. Cada una de sus apariciones suscita un reguero de comentarios. Quizás porque CAT ha vuelto a la política recuperando o, mejor dicho, introduciendo algo que parecía olvidado: la razón. La izquierda llama a sus argumentos, a su rapidez verbal y expositiva, «el garrote». El nacionalismo -más vicioso- se refiere al «látigo», el «azote».
El discurso de CAT ha roto con esos argumentos nacionalistas a los que en su día se plegó el constitucionalismo. El origen es el primero de los tabúes que han saltado por los aires. Álvarez de Toledo podría haber sido segunda de Casado en Madrid. Sin embargo, eligió ir por Barcelona, el Titanic que describió Félix de Azúa, que ya a principios de los 80 intuía los estragos que causaría el nacionalismo. En cuanto Casado confirmó que sería número uno por Barcelona, el independentismo la descalificó por no hablar catalán. Ella les respondió: «Cada vez que digan que un no catalán no tiene derecho a presentarse por Barcelona se reafirma el sentido de mi candidatura».
Sus palabras servían para denunciar el discurso independentista, ese que «pretende convertir en extranjeros a la mitad de los catalanes que no son nacionalistas». El que ha hecho que una parte importante de esa Barcelona internacional, abierta, se viera obligada a marcharse. Y la que ha traído de vuelta Cayetana. Con ella han hecho campaña Boadella, Trapiello y parte de la izquierda nacional, como José María Fidalgo, ex secretario general de CCOO.
Su siguiente paso fue evidenciar que el espacio público no era patrimonio exclusivo del independentismo, la gran reivindicación de la manifestación del 8 de octubre de 2017, después del 1-O, en la que tan implicada estuvo CAT. Fue en la Universidad Autónoma de Barcelona, adonde había acudido a un acto constitucionalista. Los radicales quisieron impedir su paso. Los escoltas trataron de convencerla de que desistiera. Pero logró avanzar. «Son niñatos totalitarios y subvencionados que creen que la universidad es suya». Su rostro entre la marabunta indepe se convirtió en carne de whatsapp, una imagen que se ha convertido en el eje de la campaña que lidera Casado. O el PP o la victoria de Pedro Sánchez con los nacionalistas.
La reconquista del espacio público fue también el argumento en su entrevista en TV3. Acusó a la cadena de «participar en un golpe contra la democracia» y dijo que el ente público catalán se había convertido en una «cadena residual» ignorada por la mitad de los catalanes. Click, click.
Suele decir que al votante hay que tratarlo «como un adulto responsable»
Lo siguiente que hizo fue decir abiertamente que el nacionalismo es xenofobia. Una afirmación que escuece muchísimo en el independentismo. El día del referéndum, Cayetana estuvo en San Julián de Ramis, la localidad donde debía haber votado Puigdemont. «Española», la insultaban. Una señora precisó: «No, es argentina. Hija de una puta y un español». Ayer en Rac1, frente a Jordi Basté, volvió a referirse a la Cataluña xenófoba. «La mitad de los catalanes tiene que reflexionar por qué no quiere vivir con otros españoles. ¿Qué les pasa? ¿De verdad se sienten excluidos? Eso es xenofobia». Click, click.
El látigo de la marquesa excita sobre todo a las élites catalanas, seguramente necesitadas de corte y látigo. Incluso en su propia casa. En el Círculo Ecuestre acusó a los empresarios de no haber frenado el procés. «¿Hicieron lo que pudieron? ¿Cuántos empresarios han plantado cara al nacionalismo?». Cuentan los testigos que alguno de los presentes trataba de escabullirse mirando fijamente la ensalada.
Y luego llegó el debate en TVE. Y el «sí, sí, sí hasta el final». Y nadie en Cataluña habla de otra cosa, y casi que en el resto de España tampoco.