CorrupciónDemocracia y Política

Cayetana Álvarez de Toledo: Más dura ha sido la caída

 

Acabo de percatarme de que escribo en pretérito, trazando un muro, éste sí moral y democrático, entre Sánchez y el futuro. Quizá porque me resulta insólito que después de dos debacles electorales y un Gobierno ochomesino, los restos de su partido le permitan volverse a presentar. O quizás porque el viernes, gracias a la eurodiputada Teresa Giménez Barbat, pude conversar largamente con Steven Pinker y me ha contagiado su optimismo racional. Si el mundo progresa, ¿cómo va a seguir Sánchez? Casualidades de la vida, o destellos de la globalización intelectual, Pinker está escribiendo ahora un libro sobre el eufemismo y su relación con la psicología colectiva. En España tiene un buen caso práctico. Diálogo, consulta, derecho a decidir, solución política, federalismo, relator… los eufemismos son el helio que han inflado los globos separatista y sanchista. Hasta su estallido, en verdades, sí, pero también en hipérboles.

Se ha escrito que la derrota definitiva del proceso y del sanchismo va a exigir un nuevo pacto democrático entre aquellos partidos y personas comprometidos con la Constitución. Bien. Pero previamente hará falta otro pacto. Un pacto de cada uno de ellos con la verdad. La verdad sobre Cataluña y la verdad sobre España. Para Ciudadanos esto significa usar un lenguaje recto y rechazar, ante notario si hace falta, cualquier nuevo abrazo con Sánchez o sus avatares. Sólo una revolución en la izquierda, una apostasía del Nacionalismo comparable al abandono del Marxismo, podría justificar un acuerdo de ésos que llamábamos transversal. En el caso del Partido Popular, el desafío es mayúsculo, como demostró la concentración de Colón. El manifiesto, un brochazo, fue un pacto con Vox. No explícito. Ni siquiera tácito. Instintivo, desesperado. Una concesión a la mentira y a la hipérbole como atajo y reclamo. Ése no parece el camino. Entre Vox y los partidos constitucionalistas no nacionalistas hay diferencias que el PP y Ciudadanos tendrán que subrayar. La más obvia es la que el secretario general de Vox, Ortega Smith, dejó clavada ayer en ABC: «Si España tuviera un Gobierno decente teníamos que haber salido de ahí». Por «ahí» se refería a Europa, hito de la civilización. Pero la diferencia crucial entre PP, Cs y Vox está en su relación con la verdad aplicada a España. Para Vox, dicho sin eufemismos ni hipérboles, la España del 78 es un fracaso. La suya es una visión dramática, sombría, nostálgica y esencialmente falsa del presente. Un relato que, erigiéndose contra la leyenda negra, paradójicamente la refuerza. No, con todas sus contorsiones y abdicaciones, la España constitucional no es un Estado fallido. No, ni la Conquista ni la Reconquista, ni siquiera Cádiz: no ha habido en la historia de España una etapa más fértil y feliz que los 40 años autonómicos. Y sí, se puede derrotar al nacionalismo sin caer en un nacionalismo de signo contrario y al mentiroso Sánchez estrictamente con la verdad de los hechos.

Hoy empieza un ciclo electoral histérico. Y mañana, antes de las ocho, con el sol aún al bies, los furgones policiales volverán a cruzar la Plaza de Las Salesas camino del Supremo. Los veré pasar desde mi ventana con la indiferencia del que sabe cómo suena una fantasía cuando se estrella contra la realidad. Y luego, sonriente y en silencio, celebraré la memoria del fiscal José Manuel Maza, en su sueño de los Justos.

 

 

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