Cayetana y el fantasma de la libertad
La libertad no es indisciplina, decía Cayetana este domingo. Algunos lo confunden. Casado la acaba de defenestrar
La entrevista de este domingo en El País venía envuelta en un aire de testamento político. Brillante, como todo lo suyo, pero un adiós. Beligerante, nada quejumbroso. Audaz y desafiante, norma de la casa. «La libertad no es indiscipilina», decía en esas declaraciones que deberían ser un manual de lectura obligatoria en su formación. Allí recordaba una de sus frases favoritas: «Un partido no debe ser una estructura militar». Pues lo es. Ocurre siempre, en el PP, en el PSOE y no digamos en Podemos. «El que se mueve no sale en la foto», ¿recuerdan?
Cayetana Álvarez de Toledo ha sido súbitamente removida de su cargo de portavoz parlamentaria popular, en pleno agosto, en plena pandemia, en plena crisis, en pleno cataclismo nacional. Ha perdido su pulso con el secretario general de su organización, Teodoro García Egea. Gloria in excelsis Teo, ya dicen por los pasillos de Génova. Ha sido destituida con ese amable ensañamiento con que se actúa en política. No hay clemencia para quien discrepa, no hay conmiseración para quien se enfrenta al aparato.
Fue la lectura pública del finiquito, con esas formas ásperas y desabridas, levemente miserables, con las que se manejan estas disensiones intramuros de los partidos
El último episodio de esta guerra intestina fue el cese del veterano Gabriel Elorriaga como su asesor en el grupo parlamentario. La dirección recurrió a una maniobra ordenancista, una excusa triste, administrativa y gris. Álvarez de Toledo, se revolvió, sacó las uñas y mostró los dientes: «Se ha producido una invasión de competencias», denunció la cacicada sin pestañear. Ana Pastor, vicepresidenta del Congreso, mano derecha de Mariano Rajoy y valor ahora en alza en Génova, la reprendió con la fría sequedad de una madre superiora: «Lo de Álvarez de Toledo sólo sirve para llenar columnas y el PP no está para tacticismos«. Fue la lectura pública del finiquito, con esas formas ásperas y desabridas, levemente miserables, con las que se manejan intramuros de los partidos.
Álvarez de Toledo ya había abandonado el PP en tiempos de Mariano Rajoy. Lo consideraba un flojeras, tibio, abúlico, indolente. No era el líder que necesitaba el centroderecha para dar la batalla cultural a la izquierda. El tiempo le dio la razón en forma de golpe de Estado en Cataluña. Pablo Casado le reabrió las puertas de su casa y cometió la osadía de colocarla al frente del grupo parlamentario. Enorme tormenta de los barones regionales ofendidos. «Demasiado Aznar para el nuevo PP», murmuraban a coro por los pasillos esos Bonilla, Feijóo, Mañueco y otros señoritos periféricos a los que Casado parece temer.
Sus dos horas con Casado, la escena del sofá y del portazo, quedaron resumidas gráficamente en las palabras de la exportavoz. No comparte la posibilidad de alcanzar acuerdos con Sánchez sobre Presupuestos y Justicia, mantiene su propuesta de un Gobierno de concentración ‘moral y nacional’ y considera primordial la ‘batalla cultural‘ con una defensa a ultranza del individuo, el ciudadano y la persona. Desavenencias profundas, criterios radicalmente opuestos.
Sube Almeida
García Egea gana la batalla. Más que una guerra de ideologías, más que una pugna por la línea a seguir en el partido, más que la diatriba eterna en un PP más centrado o más radical, más liberal o más de derechas, lo que se ha vivido estos meses ha sido una ardua y triste contienda entre dos potentes personalismos. García Egea está afectado del mal que ataca a todos los ‘números dos’: sólo admite una voz más alta que la suya. La del jefe. Y Álvarez de Toledo no lo era. La portavoz tampoco gritaba en demasía, pero tenía criterio propio, ideas inteligentes, y un mensaje implacable y firme, algo infrecuente en nuestra clase política.
Álvarez de Toledo tiene un proyecto para España. Lo ha explicado cientos de veces. Una nación de libres e iguales, un edificio moderno, democrático en la que no caben los nacionalismos excluyentes ni la izquierda reaccionaria. Su sacrificio debilita el liderazgo de Casado, no demasiado fortalecido. Para compensar, encumbra a Martínez Almeida, el alcalde de Madrid, la figura más rutilante de su formación a quien lo encarama como portavoz nacional. El Congreso pierde su oradora más admirable y el PP expulsa a uno de sus activos más valiosos, una de sus piezas más notables. ¿Quién le parará ahora los pies a Iglesias en el Hemiciclo? ¿Quien pondrá en evidencia las ideas sicalípticas de Carmen Calvo? ¿Cuca? No, ‘la libertad no es indisciplina’ pero muchos la confunden.