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Charles Dickens, el marido odioso

La noticia llegó el fin de semana pasado: John Bowen, un profesor de la Universidad de York, ha encontrado la carta de un antiguo vecino de Charles Dickens que lamentaba que el escritor hubiese tratado de encerrar a su mujer, Catherine, en un psiquiátrico. El hilo de su investigación llevaba hasta Thomas Harrington Tuke, el médico que se había negado a ingresar a Catherine. Tuke, que había sido amigo de Dickens, cayó en desgracia para el escritor. Peor fue el castigo de Catherine, que pasó a la Historia como la villana, lúgubre y estúpida de uno de los cuentos de su marido.

Ésa es la tesis de ‘The other Dickens’, la biografía de Catherine Dickens que escribió Lillian Nayder (Cornell University Press, 2010). En su prólogo, Nayder se prometía deshacer esa imagen de la mujer bovina, pacata y lenta de entendimientos, de la madre inepta e incapaz para el afecto. Todo fue un cuento de terror psicológico con personajes reales.

Empecemos por el principio. Según ‘The other Dickens’, Catherine Hogarth nació en 1815 en una familia de Edimburgo llena de gente educada pero con tendencia a la ruina. George, su padre, era músico y periodista y tenía una idea relativamente avanzada del papel y la capacidad de las mujeres en las sociedades. Educó a sus nueve hijos en casa y se llevó a la familia a Londres cuando Catherine era adolescente. En la capital del Imperio, el padre se empleó en ‘The Evening Chronicle’, el diario en el que había empezado su carrera Charles Dickens. Ésa fue la conexión que llevó al escritor hasta Catherine.

Cuando la pareja se conoció, ella tenía 18 años y Charles, 22. Cuando se casaron, ella ya había cumplido 21. En las siguientes dos décadas, la pareja tuvo 10 hijos y perdió otros 12 embarazos. A partir del cuarto hijo, su relación se volvió gélida. Mientras la carrera de Dickens prosperaba hasta convertirlo en el escritor más importante de su tiempo, Catherine, abrumada por el éxito social de su marido y agotada por tantos embarazos, se convirtió en una sombra.

Dos desvanecimientos, en 1842 y 1850, le dieron a Dickens la idea de que su mujer era un temperamento inestable, una persona incapaz de controlar su ánimo y su cuerpo. Aun así, alargó su matrimonio siete años más, hasta que, con 44 años cumplidos, conoció a Ellen Lawless Ternan, conocida como Nelly, una actriz con la que se cruzó en algún montaje amateur.

Dickens se enamoró de la chica (18 años, hija y nieta de actrices, y, por tanto, portadora de la leyenda de las jóvenes liberadas) y le regaló una pulsera, pero su joyero fue tan patoso que envió el paquete a Tavistock House, la casa del escritor. El adulterio quedó expuesto.

De adulterios está lleno la historia del matrimonio; lo particular del caso de Dickens es que el escritor llevó sus actos hasta el límite, en contra de la moral de la época. Se fue de viaje con Ellen a Francia, sobrevivió con ella a un accidente de tren, la instaló en Slough, a las afueras de Londres, y se convirtió en su pareja durante los 13 años de vida que le quedaban por delante.

Alguien podrá decir que no es tan malo eso de enamorarse, desenamorarse y enamorarse otra vez. Puede ser. Lo malo fue que Dickens inventara un relato para justificar sus actos. El escritor, carismático y bien conectado, consiguió que nueve de sus 10 hijos se quedaran con él en Tavistock House. Fue Catherine la que se tuvo que ir junto a su hijo mayor. Los demás fueron abandonando a su padre en los siguientes años, uno a uno.

Aún más llamativa fue la decisión de Georgina Hogarth, la hermana soltera de Catherine, que vivía con la familia desde hacía años. Georgina también se quedó en la casa de Dickens y se convirtió en su gobernanta. Al principio, los rumores decían que la amante de Dickens era su cuñada y no Nelly Ternan. Para desmentirlo, Dickens encargó una prueba de virginidad, según la biografía novelada ‘La soledad de Charles Dickens’, de Dan Simmons (Roca Editorial, 2009).

Los asuntos del escritor se convirtieron en la gran comidilla de la época: al principio, el escritor lo negaba todo y enviaba rectificaciones a ‘The Times’ y ‘The New York Times’ cuando los rumores se convertían en letra impresa. Después, empezó a sentirse cómodo en su ‘extravagancia’. Para miles de ‘víctimas’ del matrimonio victoriano, Dickens era la promesa de una libertad futura.

Por el camino, hundió a Catherine. La biografía autorizada de John Forster fijó para la historia la imagen de la esposa repugnante. Su relato tuvo tanto éxito que hasta hubo una serie de la BBC producida en 2007 que presentaba al escritor como a un viejo tiernamente enamorado. Sólo un puñado de cartas que Catherine guardó y que George Bernard Shaw salvó del fuego permitió reparar su nombre.

 

 

 

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