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Charles Péguy o la novedad del cristianismo frente al desafío de la modernidad
Péguy nos ofrece una «teología en acto», una filosofía de combate cristiano, alimentada por lo mejor de la cultura humanista
Charles Péguy está de actualidad, y no sólo porque conmemoremos el 150 aniversario de su nacimiento. Hay que releer sus escritos sobre el mundo moderno, de asombrosa pertinencia más de cien años después. Una literatura de combate, que fustiga el derrotismo y describe al cristiano como defensor del Reino, de la pluma del escritor que perdió la vida en el otoño de 1914.
En junio de 1912 Charles Péguy describía la situación del cristianismo en el mundo moderno: «Nuestra misma miseria ya no es una miseria cristiana. Esa es la verdad. En tanto la miseria era una miseria cristiana, en tanto eran cristianas las bajezas, en tanto que los vicios eran pecados, en tanto que los crímenes llevaban a la perdición, por así decirlo, aquello era bueno. Usted ya me entiende, amigo mío, cómo lo digo, en qué sentido. Había un recurso; había algo; había como naturalmente materia para la gracia. Pero hoy todo es nuevo, todo es diferente. Todo es moderno. Eso es lo que tenemos que ver. Eso es lo que hay que decir. Eso es lo que no debe negarse. Todo es incristiano, perfectamente descristianizado».
Quien escribe estas líneas es un producto puro de la meritocracia instaurada por la Tercera República. Nacido en Orleans el 7 de enero de 1873, Charles Péguy procedía de una familia pobre. Huérfano de padre, fue criado por su madre y su abuela. En octubre de 1885 obtuvo una beca para estudiar en el instituto de la ciudad. Con el bachillerato acabado, se fue a París para preparar el examen de ingreso en la École Normale Supérieure. Tras dos intentos fallidos y su servicio militar, ingresó en la École Normale en 1894. Realiza sus estudios al mismo tiempo que su actividad militante en las filas del socialismo, organizando colectas de dinero para apoyar a los mineros en huelga, denunciando la masacre de los armenios y escribiendo artículos para diversas revistas. Durante este mismo periodo escribió un drama sobre Juana de Arco.
Pero estos años estuvieron marcados sobre todo por su implicación en el asunto Dreyfus, siguiendo los pasos de su maestro, Lucien Herr, bibliotecario de la École Normale. El 1 de mayo de 1898 abre una librería socialista y en enero de 1900 funda los Cahiers de la Quinzaine. Hasta su muerte fue su gerente, director y principal animador. Publicaba textos que, a su juicio, debían arrojar luz sobre el momento actual sin ningún prejuicio ideológico. A partir de entonces su independencia de espíritu y su libertad de tono disgustan a los dirigentes socialistas.
Querer perfeccionar el cristianismo es como querer perfeccionar la dirección del norte
Igual que la ciudad socialista, la ciudad de los Cahiers es libre. Péguy no quiere ejercer una autoridad de mando o de formación, ni sobre sus lectores ni sobre sus colaboradores: «Nuestros Cahiers […] forman un gran y variable pueblo libre», escribe. «Constituyen una ciudad, una amistad, lo más bello que el mundo ha visto jamás». En 1907 anuncia a unos amigos que ha vuelto a la fe de su infancia. A partir de entonces aborda la crisis de la civilización con una nueva lucidez, aunque siendo consciente del eco que la crisis de la modernidad estaba teniendo entre los fieles y el clero. Critica a quienes quieren perfeccionar el cristianismo adaptándolo al mundo moderno: «Es un poco, es incluso de hecho como querer perfeccionar el norte, la dirección del norte». Frente a este desafío radical, es inútil tratar de acomodarse al nuevo régimen intelectual que se ha instaurado, que es, para Péguy, radicalmente impermeable a la gracia de la salvación. A partir de aquí, critica a los cristianos, especialmente a los clérigos, que no se han dado cuenta de lo que representa el advenimiento del mundo moderno: «Quien quisiera hacer un proceso al mundo moderno, y no pudiera resistir la tentación, sería necesario, en primer lugar, para encontrar su necedad incurable, penetrar, denunciar todo este parasitismo universal del mundo moderno que vive únicamente, que no vive más que de las herencias de todos esos mundos antiguos de los que se pasa, al mismo tiempo, todo su tiempo diciendo que todos esos mundos, que todos esos mundos precisamente, eran mundos estúpidos, mundos tontos del carajo, y los últimos mundos imbéciles».
Frente a esta nueva barbarie, Péguy propone una presentación orgánica del misterio cristiano como fuente de esperanza y de inteligibilidad renovada de la realidad, como posibilidad también de un compromiso finalmente fecundo para la Iglesia, a imagen de la vocación de Juana de Arco. La contemplación de los grandes misterios de la fe (Creación, Encarnación, vida sacramental, santidad cristiana, reino de la gracia…) está en el origen del compromiso cristiano contra el mundo moderno. Además hay que estar dispuestos a luchar cuando, como Juana de Arco, nos enfrentemos al espíritu de abandono y a la capitulación moral y espiritual universal: «Es anticipar la derrota, es querer deliberadamente la derrota y la capitulación poner o dejar en los más altos puestos de mando, en los más altos puestos de gobierno, a hombres que tienen en su propia médula el gusto y el instinto y el hábito inveterado de la derrota y la capitulación», escribía en abril de 1913, menos de dieciocho meses antes de su muerte, alcanzado por una bala alemana el 5 de septiembre de 1914 cerca de Villeroy, él que llevaba años anunciando con lucidez el conflicto ineluctable.
La comprensión que Charles Péguy tiene del misterio cristiano, que descubre y presenta en su actualidad siempre viva, sigue siendo un misterio para historiadores y teólogos, pero da testimonio de la libertad de la gracia y de la fecundidad de la Palabra de Dios, que nos comunica la verdad sobre nuestra salvación y nuestra participación posible en la vida divina. La obra de Péguy y su vuelta a la fe (incluso aunque afirme haber pecado a veces contra la letra, nunca contra el espíritu: «Hemos seguido constantemente, nos hemos mantenido constantemente en el mismo camino recto, y es este mismo camino recto el que nos ha llevado hasta donde estamos… Es por esta razón, debemos ser conscientes de ello, tanto unos como otros, es por esto por lo que nunca renegaremos de un átomo de nuestro pasado. Podemos haber sido pecadores. Lo hemos sido, ciertamente, y mucho. Pero nunca hemos dejado de estar en el buen camino») es como una ilustración de las palabras de su maestro Henri Bergson: «La verdad lleva, pues, en sí misma un poder de convicción, incluso de conversión, que es la marca por la que se la reconoce».
Esta presentación del misterio cristiano y de su fecundidad frente a la esterilidad del mundo moderno se manifiesta a través de una multiplicidad de escritos y géneros literarios: textos polémicos, demostraciones históricas y filosóficas, textos poéticos largos (en verso regular o libre), relatos, reseñas… Si las palabras son a veces violentas (pero de una violencia jamás gratuita o sistemática, a diferencia de Léon Bloy), o más bien apasionadas, si la ironía es a menudo mordaz, emerge siempre una inteligencia del misterio revelado y de la situación del cristiano en este mundo que nunca alcanzaron los teólogos de la época o posteriores (aunque muchos de ellos se inspiren en los escritos de Péguy).
Juntamente con Bernanos, Péguy nos ofrece una «teología en acto», una filosofía de combate cristiano, alimentada por lo mejor de la cultura humanista (Bergson, pero también Pascal y Corneille…). Su obra, que hay que abordar en su coherencia y totalidad, nos ofrece un remedio intelectual y espiritual contra las ilusiones de una modernidad que se derrumba y sobre todo contra la tentación, hoy aparentemente triunfante entre los católicos, de asumir una visión del mundo que nada tiene de cristiana, el olvido de las exigencias de la salvación, la negación práctica de la Redención.
Los discípulos de Péguy, en cambio, están llamados a la batalla de la Esperanza: «Las virtudes que sólo se exigían a unos pocos se exigen ahora a todos […]. Todo el mundo es soldado a pesar de su consentimiento. Qué prueba de confianza en las tropas […]. Ahora todos estamos en la brecha. Todos estamos en la frontera. La frontera está en todas partes […]. Todos estamos situados en las marcas del reino».