Chávez y sus intelectuales
Que Chávez no fuera un intelectual no quiere decir que no intentara rodearse de intelectuales, de pensadores. ¿Acaso tiranos como Hermias, o Filipo de Macedonia –para mencionar dos ejemplos de la antigüedad-, no tuvieron a su lado nada menos que a Aristóteles? Veamos cómo les fue a algunos de los más destacados estudiosos y eruditos que iluminaron y ayudaron a impulsar la senda socialista del siglo XXI.
Como comienzan los cuentos infantiles: había una vez… intelectuales de izquierda, comprometidos con el cambio y la mejora social. Algunos de ellos incluso engrosaron la hoy obesa administración pública venezolana, se dejaron de tanto pensar y elucubrar en abstracto, muy preocupados por disquisiciones más materiales, expresadas sobre todo en óbolos recibidos puntualmente cada quince y último de mes, que por algo en aquel entonces el barril de petróleo había superado, para loor y gloria chavistas, los $100 por barril.
Siendo muy floja, de equipos menores, la liga intelectual chavista criolla, se procedió entonces a reclutar en ligas extranjeras a colegas con muchos méritos, libros de texto y agallas progresistas, dispuestos a usar sus células grises en defensa del proceso. Cobraron por sus servicios, entre otros, Norberto Ceresole, Juan Carlos Monedero, Pablo Iglesias, Marta Harnecker, Heinz Dieterich, Luis Bilbao, e Ignacio Ramonet. El problema con estos señores es que su aporte fue -no usemos palabras fuertes- bastante discreto. No le pudieron hacer sombra al equipo de intelectuales opositores, ese sí pletórico de jugadores veteranos y novatos de lujo, todos ellos comiéndosela en una liga que conocen y dominan. Los sociolistos, en 20 años, no fueron capaces de producir un “Plan País” como el que Juan Guaidó y sus asesores han presentado en menos de dos meses. Y es que, como se suele decir, cada quien es cada cual.
Si algo había dejado claro la oposición siempre es el mensaje de estar dispuestos al diálogo y negociación. Tanto por parte de destacados dirigentes políticos, sociales, académicos, o por los voceros de la Iglesia Católica. Más allá de las diferencias obvias todos ofrecieron y recomendaron diálogo. Por años.
Varias cosas marcan, como fuego, a un verdadero demócrata: el respeto por la opinión ajena, la defensa del pluralismo político y social, y el diálogo como método insuperable para confrontar visiones diversas.
¿Qué nos decían desde hace diez, quince años, los intelectuales chavistas al respecto? que el capitalismo y el socialismo corresponden a dos visiones antagónicas e irreconciliables, por lo cual en Venezuela “la conciliación es hipócrita”. Eso llegaron a afirmar, mientras celebraban cada vez que Chávez iniciaba una de sus diatribas de odio y revancha.
Asimismo señalaron que era totalmente justa la forma en que el chavismo trataba de implantar el socialismo bolivariano, “porque busca la redistribución de la riqueza, la superación de los desequilibrios y nuevas formas de producción social.” Seguramente fueron ellos los que idearon formas económicas alternativas y novedosas como el trueque, los gallineros aéreos o la ruta de la empanada.
Sus palabras sirvieron para aclarar un hecho fundamental: la patología chavista, en el fondo, no fue un problema únicamente del “comandante eterno”.
Para ellos, que Chávez se burlara de la constitución que él mismo había impuesto importaba un pepino; la desastrosa ineficiencia que el pueblo llamó “Pudreval” (la importación de alimentos que luego se pudrieron en los puertos al no ser recogidos para su distribución) les preocupaba porque le quitaba votos y apoyos a su ídolo, pero en ninguna parte mencionaban esa palabreja tan incómoda, corrupción. Los escándalos de todo tipo que se presentaban en el gobierno eran “errores e ineficiencias en la gestión pública”.
Una constante en sus análisis –acentuado en estos últimos meses- es su reclamo ante una posible presencia militar estadounidense en Venezuela; claro, obvian mencionar la –desde hace años- presencia militar cubana en nuestro país, como guardan silencio ante el anuncio reciente de la llegada de un contingente militar ruso a Venezuela.
Militares rusos llegando a Venezuela
Por si acaso, Chávez, siempre preocupado por las cuestiones del intelecto y del pensamiento, como correspondía a su arraigada y conocida vocación humanista, y dentro del debate y de la reconocida capacidad de autocrítica del socialismo, ejemplo ilustre para la progresía mundial, llegó a decretar la creación de una Escuela de Altos Estudios Políticos donde el liderazgo chavista debía estudiar ricas corrientes de pensamiento y discursos esclarecedores, como el post-marxismo, el proto-comunismo, el maoísmo, el trostkismo dialéctico, el neo-fascismo schmittiano, el Corán, el Diario de Piedad Córdoba, la antología de discursos de Pepe Mujica, el pensamiento filantrópico de las FARC y de ETA, el concepto de solidaridad en Hezbollah, etc.
La comisión designada para la creación del aquelarre con pretensiones académicas incluyó a futuros candidatos al Nobel –a cualquiera- como José Vicente Rangel, Luis Bilbao, Carmen Bohórquez y Mari Pili Hernández.
Un conferencista especial con quien seguramente se contaba era el académico caribeño Fidel Castro, quien podría haber dado todo un curso magistral sobre cómo destruir la economía de un país y esclavizar a sus ciudadanos.
El asunto fue que, después del gong inicial, nunca más se supo de semejante artefacto. Ni de la mayoría de los intelectuales importados, partidos a otras latitudes debido a la muerte de su benefactor, y a la creciente delgadez del otrora robusto presupuesto gubernamental; hoy deben estar embaucando a otros mandatarios o aburriendo mortalmente a algunos infelices alumnos en una universidad gringa, española o francesa, que a los no muy añorados intelectuales les gusta cobrar siempre en moneda dura; mientras más capitalista su origen, mejor.