PolíticaRelaciones internacionales

China anuncia el inicio de un Medio Oriente multipolar

El asesor de seguridad nacional saudí Musaad bin Mohammed al-Aiban (izquierda), el alto diplomático chino Wang Yi (centro) y Ali Shamkhani, secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional de Irán, reunidos en Pekín.

Henry Kissinger debe sentir una sensación de deja vu al ver cómo China negocia un acercamiento entre Arabia Saudí e Irán. La diplomacia triangular es muy similar a la propia apertura a China del ex Secretario de Estado en 1971.

«Lo veo como un cambio sustancial en la situación estratégica del Medio Oriente», me dijo Kissinger durante una entrevista la semana pasada. «Los saudíes equilibran ahora su seguridad enfrentando a Estados Unidos con China». De forma similar, señala Kissinger, él y el Presidente Richard M. Nixon fueron capaces de compensar las tensiones entre Pekín y Moscú en su histórico compromiso con China.

La disminución de las tensiones en el Golfo Pérsico es buena para todos, a corto plazo. Y si el presidente chino Xi Jinping quiere asumir el papel de contener a Irán y tranquilizar a Arabia Saudí, le deseamos suerte. Estados Unidos lleva desde 1979 intentando torcer el arco de la revolución iraní hacia la estabilidad.

Pero a largo plazo, la aparición de Pekín como pacificador «cambia los términos de referencia de la diplomacia internacional», afirma Kissinger. Estados Unidos ya no es la potencia indispensable en la región, el único país lo suficientemente fuerte o flexible como para negociar acuerdos de paz. China ha reclamado una parte de ese poder de convocatoria.

«En los últimos años, China ha declarado que necesita participar en la creación del orden mundial», explica Kissinger. «Ahora ha dado un paso significativo en esa dirección».

El creciente papel de China también complica las decisiones de Israel. Los dirigentes israelíes han considerado un ataque militar preventivo contra Irán como último recurso, a medida que Teherán se acerca cada vez más a convertirse en un Estado poseedor de armas nucleares. Pero como señala Kissinger, «la presión sobre Irán tendrá que tener en cuenta ahora los intereses chinos».

Los chinos han sido oportunistas. Han sacado provecho de los diligentes (y en su mayoría ingratos) esfuerzos de Estados Unidos por reforzar a Arabia Saudí y resistir a los combatientes sustitutos iraníes en Yemen, Irak y Siria. Estados Unidos construyó el camino hacia el acercamiento, por así decirlo, pero los chinos cortaron la cinta.

Las conversaciones secretas entre Arabia Saudí e Irán comenzaron hace dos años en Bagdad bajo el patrocinio del entonces primer ministro Mustafa al-Kadhimi, socio de Estados Unidos. Algunas sesiones se celebraron en Omán, un aliado aún más cercano de Estados Unidos. En seis sesiones de negociación, los representantes iraníes y saudíes acordaron una hoja de ruta para reanudar las relaciones diplomáticas, que Arabia Saudí suspendió en 2016 en protesta por el apoyo encubierto de Irán a los rebeldes houthis en Yemen. Antes de llegar a un acuerdo definitivo para reabrir embajadas, los saudíes exigieron que Irán reconociera su apoyo a los houthis y frenara sus ataques.

Washington también ha sentado las bases para una solución a la terrible guerra en Yemen. Tim Lenderking, enviado del Departamento de Estado para Yemen, ayudó a negociar un alto el fuego el pasado mes de abril. Hay vuelos civiles operando ahora desde Sanaa, la capital yemení, y las mercancías fluyen a través de Hodeidah, el principal puerto del país. Los saudíes depositaron recientemente 1.000 millones de dólares en el banco central yemení para estabilizar el país.

Entra en escena China, para cosechar la buena voluntad. Cuando Xi visitó Arabia Saudí en diciembre, prometió que utilizaría la influencia de Pekín con Irán para cerrar el acuerdo. Cuando las tres partes se reunieron en Pekín este mes, Ali Shamkhani, asesor de seguridad nacional de Irán, admitió que apoyaba a los houthis y aceptó dejar de enviarles armas, según una fuente bien informada. Irán también prometió que no atacaría al reino, ni directamente ni a través de grupos interpuestos.

Dentro de dos meses, suponiendo que los iraníes contengan a los houthis, ambos países reabrirán sus embajadas en Riad y Teherán. Esperemos que para entonces Lenderking también pueda negociar un acuerdo de paz en Yemen.

El elefante en la habitación sigue siendo el programa nuclear iraní. Con el colapso del acuerdo nuclear de 2015, Irán ha intensificado su enriquecimiento de uranio, y los expertos dicen que probablemente podría probar un arma nuclear simple en cuestión de meses si quisiera. Pero aquí, también, Irán parece entender que está cerca del borde del precipicio. Teherán prometió este mes que permitiría al Organismo Internacional de Energía Atómica reanudar la vigilancia intensiva de sus instalaciones nucleares.

El régimen clerical de Irán está en retirada. Su moneda se ha desplomado, sus mujeres jóvenes han desafiado el edicto gubernamental de llevar pañuelo en la cabeza y, según los residentes, la población especula sobre qué tipo de país surgirá tras la desaparición de su anciano líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei.

El Medio Oriente, durante mucho tiempo una zona de confrontación, se está convirtiendo en un juego de equilibrios. Arabia Saudí ha entablado nuevas relaciones amistosas con China e Irán, pero también colabora con Estados Unidos proporcionando 400 millones de dólares a Ucrania; gastando 37.000 millones de dólares en 78 aviones Boeing; y respaldando una nueva tecnología celular 5G y 6G conocida como O-RAN que podría suplantar a la china Huawei.

Los Emiratos Árabes Unidos también cortejan a China, pero también mantienen su relación en materia de defensa con Estados Unidos y resuelven disputas regionales con Qatar, Turquía y Libia. Los EAU han pasado de ser «la pequeña Esparta», como los apodó una vez el ex secretario de Defensa Jim Mattis, a ser «la pequeña Singapur».

La verdad es que un Medio Oriente unipolar, en el que un Estados Unidos dominante era alentado en políticas de confrontación por sus aliados Arabia Saudí e Israel, no era una región muy estable. Un Medio Oriente multipolar, con sus incesantes evasivas y equilibrios, tendrá sus propios peligros. Y como sugiere Kissinger, será un nuevo juego con nuevas reglas.

 

Traducción: Marcos Villasmil

 

==========

NOTA ORIGINAL:

The Washington Post

 How China is heralding the beginnings of a multipolar Middle East

 

Henry Kissinger must have a sense of deja vu as he watches China broker a rapprochement between Saudi Arabia and Iran. The triangular diplomacy is very similar to the former secretary of state’s own opening to China in 1971.

“I see it as a substantial change in the strategic situation in the Middle East,” Kissinger told me during an interview this week. “The Saudis are now balancing their security by playing off the U.S. against China.” In a comparable way, Kissinger notes, he and President Richard M. Nixon were able to play off tensions between Beijing and Moscow in their historic engagement with China.

The de-escalation of tensions in the Persian Gulf is good for everyone — in the short run. And if Chinese President Xi Jinping wants to take on the role of restraining Iran and reassuring Saudi Arabia, good luck to him. The United States has been trying since 1979 to bend the arc of the Iranian revolution toward stability.

The Chinese have been opportunists. They have capitalized on the diligent (and mostly thankless) efforts by the United States to bolster Saudi Arabia and to resist Iranian proxy fighters in Yemen, Iraq and Syria. The United States built the road to rapprochement, so to speak, but the Chinese cut the ribbon.

Secret Saudi-Iranian talks began two years ago in Baghdad under the sponsorship of then-Prime Minister Mustafa al-Kadhimi, a U.S. partner. Some sessions were held in Oman, an even closer U.S. ally. In six negotiating sessions, Iranian and Saudi representatives agreed on a road map for resumption of diplomatic relations, which Saudi Arabia suspended in 2016 to protest Iran’s covert support of Houthi rebels in Yemen. Before reaching final agreement to reopen embassies, the Saudis demanded that Iran acknowledge its support for the Houthis and curb their attacks.

Washington has also laid the groundwork for a settlement of the horrific war in Yemen. Tim Lenderking, the State Department envoy for Yemen, helped negotiate a cease-fire last April. Civilian flights now operate from Sanaa, the Yemeni capital, and goods are flowing through Hodeidah, the country’s main port. The Saudis recentldeposited $1 billion in the Yemeni central bank to stabilize the country.

Enter China, to harvest the goodwill. When Xi visited Saudi Arabia in December, he pledged that he would use Beijing’s influence with Iran to close the deal. When the three sides met in Beijing this month, Ali Shamkhani, Iran’s national security adviser, admitted backing the Houthis and agreed to stop sending them weapons, according to a knowledgeable source. Iran also pledged that it would not attack the kingdom, either directly or through proxies.

Two months from now, assuming the Iranians restrain the Houthis, the two countries will reopen embassies in Riyadh and Tehran. Hopefully, Lenderking can negotiate a peace agreement in Yemen by then, too.

The elephant in the room remains the Iranian nuclear program. With the collapse of the 2015 nuclear agreement, Iran has stepped up its uranium enrichment, and experts say it probably could test a simple nuclear weapon within months if it wanted to. But here, too, Iran seems to understand that it is near the cliff’s edge. Tehran pledged this month that it would allow the International Atomic Energy Agency to resume intensive monitoring of its nuclear sites.

Iran’s clerical regime is in retreat. Its currency has collapsed; its young women have defied the government edict to wear headscarves, and residents say the public is speculating about what kind of country will emerge after its aging supreme leader, Ayatollah Ali Khamenei, is gone.

The Middle East, so long a zone of confrontation, is becoming a balancing game. Saudi Arabia is newly friendly with China and Iran, but is also working with the United States by providing $400 million to Ukraine; spending $37 billion for 78 Boeing airplanes; and backing a new 5G and 6G cellular technology known aO-RAN that could supplant China’s Huawei.

The United Arab Emirates is courting China, too, but it is also maintaining its defense relationship with the United States — and settling regional quarrels with Qatar, Turkey and Libya. The UAE has gone from “Little Sparta,” as former defense secretary Jim Mattis once dubbed it, to “Little Singapore.”

The truth is that a unipolar Middle East, where a dominant United States was encouraged in confrontational policies by its allies Saudi Arabia and Israel, wasn’t a very stable region. A multipolar Middle East, with its ceaseless hedging and balancing, will have its own dangers. And as Kissinger suggests, it will be a new game with new rules.

Botón volver arriba