Chitty La Roche: Breves sobre el buen gobierno (1)
“Lo que hay que ser es mejor y no decir que se es bueno, ni que se es malo. Lo que hay que hacer es amar lo libre en el ser humano, lo que hay que hacer es saber alumbrarse ojos y manos. Y corazón y cabeza y después ir alumbrando.
Lo que hay que hacer es dar más, sin decir lo que ha dado, lo que hay que dar es un modo de no tener demasiado y un modo de que otros tengan su modo de tener algo”.
Andrés Eloy Blanco. Coloquio bajo el laurel
Habiendo dedicado cuatro de cinco partes de mi recorrido vital a la política, testigo y militante de la gestión y crítica de los conflictos de mi entorno desde la adolescencia y juventud y hasta mi actualidad, activando y dirigiendo en el partido, en la universidad, en el barrio, en el gremio, aunque no he tenido la oportunidad de gobernar -entiéndase como ejercicio de la función ejecutiva-.pero participando como representante en el órgano parlamentario nacional y haberle hecho seguimiento, vigilancia, fiscalización, siento que decanto y perfilo una idea de lo que es un buen gobierno y por contraste, un desempeño que no lo es.
Todos como ciudadanos, más o menos interesados en la cosa pública y aun aquellos que se alejan porque piensan que no les ofrece un rédito que justifique el esfuerzo de desviar tiempo para su provecho y darlo a esa “entelequia” que es la comunidad y/o la república, así piensan muchos, dicho sea de pasada, si bien yo no me agrego; nos permitimos frecuentemente hacer juicios sobre el gobierno y calificarlos como buenos o malos.
Surgen naturalmente preguntas, sin embargo. ¿Qué nos convence para sustentar un juicio positivo o negativo hacia un gobierno o un gobernante? ¿Estamos conformes con la democracia y con los representantes con los que ella realiza o falla en hacerlo su faena? ¿Habrá algún aspecto o tarea propia del gobierno que provoque más interés o suscite mas atención? Todavía una más quizá un tanto académica, ¿Aun en desacuerdo con políticas de la administración, estoy dispuesto a continuar respaldando como ciudadano su autoridad?
Bertrand De Jouvenel se interrogaba, en su celebre clásico sobre el poder, ¿por qué obedecemos? y Max Weber de su lado, nos ilustra sobre la razón de la empatía, aquiescencia, atracción del líder y teoriza sobre el carisma y la autoridad como fuentes de legitimidad.
El asunto es complejo y de múltiples abordajes admito, por lo cual, echaré a andar tan solo algunas consideraciones cuya visibilidad no sea discutible. La primera es el bienestar o la percepción que de él pueden tener los conciudadanos. En efecto, si atribuimos a la conducción de la cosa pública suficiencia material y satisfacción para nuestras necesidades, aunque ello sea más que imputable a la acción del régimen, al sistema y a la coyuntura económica, suele concluirse que se tiene un buen Gobierno.
La marcha del empleo, la estabilidad de precios, el equilibrio de la balanza de pagos, la tasa de cambio son elementos que a todos de una u otra manera impactan, empero, el común no siempre maneja todos esos conceptos, pero, los reconoce cuando terminan por afectarlo.
La prestación de los servicios públicos de agua, electricidad, energía, inclina la balanza rápidamente a uno u otro lado, aunque, también pesan, y bastante inciden en la perspectiva los valores y los asientos culturales para inspirar un dictamen favorable al encargo oficial.
La seguridad y la confiabilidad institucional, ambos generadores de convivencia y paz social en el orden, constituyen a mi juicio, otro de esos factores que se aprecian mucho. Creer que la policía, la administración, la justicia aseguran un desempeño razonablemente eficiente, imparcial y transparente ayuda mucho o perjudica según sea el caso, definitivamente el parecer sobre él.
El empeño regular y consistente por la coexistencia, la tolerancia, la alteridad como principios rectores de la gerencia promueven un conveniente dibujo del gobierno y son normalmente, más que aceptados, exigidos.
Todo lo contrario a lo mencionado, suscita una visión social y comunitaria distinta y sienta las bases de un veredicto comprometido con propensión a devenir en una tendencia negativa e irrecuperable. Los malos gobiernos con problemas crónicos no suelen redimirse y optan más bien por intentar simplemente mantenerse.
Los hermanos Lorenzetti, allá en Siena en el siglo XIII, dejaron en frescos que adornan la Catedral, representaciones pictóricas alusivas al buen y mal Gobierno que, por cierto, destacaron por su originalidad, no refiriéndose como era frecuente a la temática religiosa, sino al profano mundo de la política y desde allí a la vida y a la existencia terrenal.
Claro que no todo depende, al menos no lo incluye en el plan la potencia pública, los eventos, contingencias y circunstancias que pueden sobrevenir y que contaminan y/o enrarecen el ambiente social. El expediente migratorio -por señalar uno de varios- solivianta los espíritus y reduce peligrosamente el margen de maniobra de los regímenes.
El Brexit, según algunos criterios, podría haberse acelerado por la intemperancia y las dificultades que se presentan por las diferencias culturales, lingüísticas, económicas y un aderezo de bajo psiquismo y xenofobia, además. Me decía una amiga venezolana con décadas de residencia en el Reino Unido que los venidos de algunos países de Europa oriental se hacían de muchos prejuicios por su tendencia al aislamiento.
Lo aleatorio también juega en ese impresionable campo que es el sentir público. Basta un acontecimiento para torcer la viga y arrojar lo que los estudios de opinión pública tenían como firmes variables e inclinarse en la otra dirección.
El atentado en el metro de Madrid provoco un sismo electoral y trajo inesperadamente los socialistas al poder. El arrebato antipolítico que condujo desde la crisis de los partidos a la victoria del deletéreo iconoclasta Hugo Chávez Frías y hay muchos más, se pueden traer como ejemplos de lo alegado.
Sostengo que lo que desnuda la bondad, la virtud o la falencia, la carencia, la mala impresión que irradia un gobierno tiene que contar con dos agentes creadores impretermitibles por sus consecuencias. De un lado, la ética del guía y del otro, la responsabilidad de él y del cuerpo gubernamental con las resultas de esa gerencia.
Me explico; a menudo se presenta al político como un ser humano indigno, pragmático, ladino que miente con cinismo y lo hace compulsivamente. La gente espera de ese sujeto muy probablemente ese comportamiento “ex tunc ex nunc.” Es un posicionamiento que resulta de la vorágine antipolítica y un hándicap con el que se parte, pero, el conductor del gobierno puede desvirtuarlo y sacar su gestión de ese hoyo en el que cualquier circunstancia puede hacerle caer.
En los regímenes presidencialistas, el buen o mal gobierno sigue a la figura central y pende de la impresión que destila su trabajo y exposición. No tan claramente acontece en los parlamentarios en los que la amplitud factorial y el estilo que apunta a conseguir desde la deliberación plural la decisión consensuada reparte los roles y demoran los desenlaces o acaso confunden.
Traigo a colación un excelente ensayo de ese brillante estudioso de la política, el francés Pierre Rosanvallon, quién diagnostica precisamente el elenco de fallas que denota el examen de la democracia y la crisis que no solo es de la representación sino del Ejecutivo y que erupciona en un patente descontento o más, decepción porque no hay consulta, no hay comunicación y hay un cisma moral entre los detentadores del poder y los destinatarios. Es imperativo construir, acota, desde una integridad ciudadana, y lo parafraseo. (Pierre Rosanvallon, Le bon gouvernement, Seuil, Paris 2016)
La conducta del jefe, por llamarlo así, puede estar en la sensibilidad publica en un momento dado bajo cuestionamiento o sospecha, pero el balance de sus acciones no se podrá hacer hasta el final de su gesta y a veces mucho después. Se le comparará con otros y sus modos y maneras de ser y presentarse además de lo que se sabe realmente de él, orientan el criterio.
La responsabilidad es capital en ese ejercicio de valoración del curso dirigente del sujeto bajo escrutinio. La que de él mismo derivó y la de sus censores que pueden equivocarse conscientes o inconscientes de ello.
Regresa con fuerza entonces una pregunta, ¿Es el liderazgo responsable del buen o mal gobierno pura o simplemente; lo es históricamente? y, ¿cuándo sabremos si el gobierno fue bueno o malo realmente?
Ningún gobierno es perfecto y tampoco habrá la unanimidad en un sentido o en el otro. La próxima semana Dios mediante terminaremos esta reflexión que se me ha hecho extensa y me disculpo, por tanto.
Nelson Chitty La Roche, nchittylaroche@gmail.com, @nchittylaroche