Chitty La Roche: Del trabajo y otras rutinas más
“Ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, de donde fuiste sacado. ¡Porque eres polvo y al polvo volverás!»
Libro del Génesis, Santa Biblia.
Se cumplirá mañana, otro año más, (1886-2021) de la gesta de Chicago, recordada y enaltecida la misma por la memoria histórica que la consagra como el día internacional del trabajador en casi todo el mundo, pero no en USA ni en Canadá y ello por cierto, no fue casualidad.
En la casa del capitalismo, se oyó roncar al león de la dignidad, al reclamar las (3) tres, ocho (8); vale decir, al día de 24 horas, dividirlo en tres espacios similares. Uno para el trabajo, otro para la formación y el que queda para el descanso. Lo que hoy es rutina, fue un desafío, un reto, para el capital y sus sedicentes promotores, juzgados cual delincuentes.
Lograr la reducción de la jornada laboral para ocho horas recogió la propuesta de la internacional de Ginebra y devino un triunfo para los socialistas pero, más bien lo fue, para todos los trabajadores del mundo.
En la presentación del texto de Hannah Arendt, La condición humana, Manuel Cruz Rodriguez nos obsequia una frase útil para comprender lo que somos. “Mientras que la labor se refiere a todas aquellas actividades humanas cuyo motivo esencial es atender a las necesidades de la vida (comer, beber, vestirse, dormir…), y el trabajo incluye todas aquellas otras en las que el hombre utiliza los materiales naturales para producir objetos duraderos, la acción es el momento en que el hombre desarrolla la capacidad que le es más propia: la capacidad de ser libre” (Arendt, H. La condición humana, Editor digital: Titivillus e Pub base r2.1)
Se diría que el hombre crea como ejercicio de su libertad y, en ese contexto pero, ¿no es el trabajo del hombre, su diaria confrontación con sus necesidades y su disposición a encarar el mundo para domeñarlo y obtener de él su sustento, una faena trascendente? Como bien resaltó Marx, la necesidad acompaña al ser humano, como una cadena, un grillo atado a su pie. Y, solo quién logra realmente dominar esa dinámica se redime y entonces, la energía de su voluntad se trueca en la acción libre.
No pretendo ni remotamente echar a andar una glosa inscrita en la lectura de Arendt, por nutritiva y sensibilizante que suele ser; solo me atrevo a destacar que la existencia es una articulación entre la voluntad que en cada ser opera y lo conduce, y la atención a las demandas de la vida misma. El trabajo es bisagra para el zoo politikon en sus distintas expresiones orgánicas y funcionales y ha de asumirse en todos, para él mismo sobrevivir, como cada cual.
Así entonces; desde esa tarea para la procura de la vida que se constituye en inmanente e ineluctable exigencia, se va delineando el devenir del homo, no solo en su esfera propia, sino en aquella compartida, estrechando los límites de lo público y lo privado, sin prescindir de las especificidades. Reunir pues, el faber y el sapiens, para superar al “ecce homo.”
Fue en Alemania que ese proceso de deliberación, elucidación y elaboración, en el debate político y jurídico, tuvo lugar y entre el siglo XIX y el XX. Kant, Fichte, Von Stein, Mohl, Hegel, Bismarck, Marx. Engels, Weber, Heller entre muchos otros, calaron a fondo en la búsqueda de elementos para evitar la violencia de clases o para ponderarla como inevitable y modeladora.
La teoría fue tomando forma y la debacle de la primera guerra mundial no impidió el río caudaloso del pensamiento sobre el trabajo, la pobreza y la justicia que era ínsito a esas consideraciones. La gran depresión y la segunda guerra mundial vendrían al contrario, a agudizar la intuición de unos y otros sobre la incapacidad liberal de resolver a secas siendo que, la mano invisible del mercado permaneció más bien oculta.
Keynes y Roosevelt y el concepto de macroeconomía dieron otras perspectivas o confirmaron lo que la denuncia de la “cuestión social” ya había balbuceado. Y cabe mencionar ese manantial que brota desde las ideas de Ernst Forsthoff y su teorización sobre el concepto de procura existencial (daseinsvorsorge) hacia la tercera década del siglo que las recoge y metaboliza de forma notable, legitimando al estado regulador y culminando décadas de discusión iniciadas por Comte y Leon XIII a fines del siglo XIX.
Lo cierto es que, las revoluciones políticas, entendidas como la reacción social ante un orden desequilibrante, desigualador y espiritualmente inaceptable, tuvieron a menudo como origen, no solamente los cambios económicos que también recibieron la denominación de revoluciones como la industrial, sino que se incoaron en los términos en que el poder dominante en la sociedad trató al trabajo y a los trabajadores.
Incluso el estado hobbesiano resultará inficionado fenomenológicamente, hasta llegar al “welfare state” del cristiano Temple y sus cavilaciones sobre orden social y cristianismo.
La transversalización de la ética cristiana, en la ponderación del acontecer y sus reflejos violentos e inconformes, cumplió desde aquel día de Chicago en 1886 un periplo ambicioso que no puede ser negado. De un lado tomó partido por el pobre y por la revisión de los sistemas económicos, cuando estos revelaran su agotamiento o su esclerosis desde las elementales equidad y justicia distributiva.
Y si el mundo, los estados, la sociedad civil, la humanidad, el homo, logró mejorar los índices de pobreza, miseria, desnutrición, esperanza de vida y de desarrollo humano, no de las élites sino de las comunidades del orbe, se debió ello a todos esos pensadores y a la concreción de sus ideas en torno al trabajo ya visto como dignificación del ser humano; igualmente y por supuesto, a los mártires de Chicago ¡Aunque aún falte por hacer, y falta demasiado, fuerza es evocarlo!
Ahorcados murieron Parsons, Fischer, Spies, Engels, alemanes casi todos y un periodista norteamericano. En paralelo, Liggs se suicidó en su celda. Escribió José Martí de ellos, actuando como corresponsal de prensa, lo cito un instante, al final, para que reconozcamos a los héroes entre la resignación y el colaboracionismo de muchos, “… salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo, con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro… Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el del Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: «la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora». Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable…
¿Dónde estamos y hacia dónde vamos ahora en 2021? ¿Hay más desigualdad? ¿Más exclusión? ¿Qué hay del trabajo? ¿Son respetados los trabajadores? Ciertamente hay mucho que cuestionar e incontable por alcanzar en esas áreas que soportan las interrogantes formuladas. El cosmos humano vive sin embargo, un cambio de época, como advirtiera el pontífice Francisco I, embriagado de individualismo, materialismo y desespiritualización. Ideologías de variado género aparecen a diario y en la búsqueda de identidad se tornan segregacionistas.
El discurso social, político, institucional juega a ratos a la anomia y se solaza de unirse a la burbuja de solipsismo y autismo que se mimetiza con el populismo. La conciencia comunitaria ha cedido su espacio al exotismo de las personalidades que se subrogan para ellas, los derechos humanos, aduciendo la legitimidad de la acción, en el perfil de algunos pocos, como si en verdad así fuera.
El trabajo y el trabajador, vive una suerte de sincretismo bioquímico, más que de simbiosis, con la máquina y la tecnología. Deambula por el universo un homo digital yuxtapuesto a la inteligencia artificial, a la electrónica, a la entelequia que lo captura y subordina. Preocupa el desenlace dialéctico que se postula entretanto, sin tomar en cuenta la responsabilidad.
El homo faber y el homo sapiens mutan y devienen el “Übermensch” de Nietzsche, un superhombre ha surgido; solo que éste, como aquel que profetizaba Zaratustra, requiere a Dios muerto, para suprimir de la existencia, toda banalidad espiritual.
Esta época peligrosa y decisiva, presiona las cosas; el trabajo y su relación con el espíritu eminente están en jaque. El capitalismo convulsiona cual epiléptico y cada vez más frecuente pero, la terapia sigue siempre tratando la sintomatología y no la etiología del fenómeno que apunta al hombre que se vacía de sus fortalezas y se disuelve en su cosificación.
La tapa del frasco, como escribí la semana pasada, lo constituye el economicismo y, ni el trabajo, ni el hombre, tienen suficiente entidad frente a los guarismos. Haré de seguidas una cita de un trabajo del fratello Freddy Millán Borges, Doctor en Educación y especialmente, un profesional que piensa para comprender. “La persona humana no puede ser subordinada a la economía, ni a otra forma de reduccionismo o mecanicismo, en el contexto del daño antropológico que despersonaliza, atomiza, en la cultura del egoísmo, el mercantilismo y el afán de lucro. Al decir de Gabriel Marcel, el tener no es una categoría inherente al ser.”
Agrega Millán Borges, “Los trabajadores son sometidos a procesos de explotación brutal y la propia condición humana, en su esencia se ve afectada por la alineación, la alienación y la enajenación. El hombre y su talento, su fuerza de trabajo y cualidad creadora, ya también se les considera mercancía. (Adorno. 1998 y 2001)
El afán de lucro, no tiene límites, el perfeccionamiento tecnológico y técnico, el crecimiento exponencial de la producción, del rendimiento, de la tasa de retorno, concentra la atención de industriales, financieros y comerciantes, el hombre ya forma parte de un perverso engranaje.
La filosofía hace culto a la racionalidad, la experiencia, el liberalismo y al individualismo. Se hace profundo cuestionamiento de los dogmas religiosos y se rinden ante nuevos dioses: el capital, el mercado y el consumismo. Una nueva industria cultural lo legitima.
Maravillados por el “éxito” y enceguecidos por las ganancias, las condiciones sociales y la dignidad humana, no entran en los libros contables y la sociología comienza un giro al estudio de lo industrial-laboral, la psicología pragmática, conductista, instrumentalista y utilitarista, se convierte en sierva de la economía, y en tal condición emergen tendencias diversas, tales como la sociología industrial, la administración científica y la ingeniería de procesos, bajo un denominador común: el economicismo.
En tal sentido Weber (1994) denuncia cómo la investigación sociológica del trabajo industrial, se había desviado hacia lo contable y técnico, olvidando a las personas:
Una exposición de esas características debería empezar aproximadamente donde nosotros terminamos, y cortamos aquí no porque la elaboración fuera a presentar en este punto una dificultad técnica-especial, pues ocurre más bien lo contrario; el auténtico impulso para una exposición realmente especializada sólo podría comenzar cuando la exposición se adentrara en la realidad del taller desde las meras cifras de los libros de contabilidad, que son siempre abstractas y multívocas, y les mirara allí a la cara a personas vivas y a máquinas inquietas. (p.220)”
Nelson Chitty La Roche, nchittylaroche@hotmail.com,@nchittylaroche