Chitty La Roche: Notas sobre el destierro de la pobreza
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre le llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo” Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, citado por Adela Cortina en (Aporofobia, el rechazo al pobre: Un desafío para la democracia, Paidós Ibérica, España, 2017)
¿Qué puede estar pasando por las mentes y los corazones de esos miles de venezolanos que cual Ulises de Homero, dejan o abandonan su terruño, sus amores, tal vez su Penélope, a un Telémaco quizá y, van a una suerte de “tour de force” existencial convencidos que, si no la vida, al menos, el porvenir les va en el lance?
Venezuela se desbarató en la travesía absurda que le propuso el canto de las sirenas de la demagogia y el populismo, a cargo de un militar mediocre, golpista y ontológicamente corrupto que la sedujo y la secó de sus riquezas y de su gente; aunque en el camino, paulatinamente, la viere caer a pedazos, siguió acabándola ya difunto, por sus epígonos y espalderos, convertidos en los adulantes del poder que la mediocridad de algunos de ellos había tomado en una grotesca carrera de relevo, entre sórdidos, ominosos y truhanes camaradas.
Después de ser un país de acogida y de hacerlo con la amplitud y la generosidad que nadie puede negar, ahora deambula la patria venezolana por doquier, llevando su vulnerabilidad a cuestas y recibiendo el desdén y el rechazo en aquellos lares que otrora tuvo como aliados y a los cuales sirvió muchas veces.
Una cuarta parte de la nación se marchó o intenta aún hacerlo, convencida de que solo allende sus fronteras tiene la oportunidad de progresar, siendo que percibe que no tiene y no tendrá, en el único suelo que podía llamar suyo y que hoy deja atrás con justificada nostalgia, la posibilidad de hacer y hacerse en positivo.
Esos nómadas que no dejan de ser nuestros, sin embargo, perdieron la confianza en el devenir de su país y me refiero a ellos como parte de aquel. Los he visto vacilantes, turbados, inseguros, dubitativos hasta que deciden el desarraigo y echan a volar sus mentes y sus cuerpos a desafiarlo todo.
La mayoría sabe que no volverá, o solo acaso de visita quizá. Es para otros un rompimiento que, como esos amores de insólita pasión que terminan y cada uno se va sin parte de sí mismos y lo peor, sin aquello que amaban desesperadamente. La vida es lucha, dijo San Agustín de Hipona y el desarraigo es un capítulo doloroso, un desmembramiento, una pérdida que no será fácil metabolizar y que puede terminar siendo como la muerte de un afecto, a la que no nos acostumbramos nunca.
Por eso siempre fue un escarmiento trágico el exilio. Punir con el ostracismo fue para los griegos una severa sanción que infringían a aquellos conciudadanos que con su conducta amenazaban a la ciudad, pero no era una condena permanente ni tampoco despojaba a los castigados de sus derechos.
Empero, aunque en el fondo es el resultado de políticas equivocadas y gravosas, el destierro en el que estoy pensando y que se le impone a mas de siete millones de venezolanos, deriva de eso que llamamos socialismo del siglo XXI y que ha supuesto una revolución de todos los fracasos y el naufragio del Estado que lucía al comienzo de tercer milenio, como el más prometedor macroeconómicamente del continente.
¿Por qué se ha producido la estampida que hace de la dinámica vivencial, de la cotidiana existencia de un pueblo, una suerte de centrifuga que se le va inoculando en su ser profundo y que se posesiona de él y lo ha llevado a sentir como una irresistible compulsión a irse, para no quedarse y acabar de marchitarse?
¿Por qué esa opción y no otra cualquiera? ¿Por qué persiste el fenómeno a pesar del sin fin de sinsabores, contratiempos, desencuentros de esa diáspora? ¿Por qué tocar la puerta de todos los peligros en el Darién?
Venezuela se convirtió y es menester repetirlo, en el país más pobre de América Latina y el Caribe. Ese proceso de destrucción, como una suerte de proceso judicial en el que la historia nos juzga, perdidos al errar en la estrategia, se tradujo en un costo de oportunidad que dejo de ser el éxito y bienestar de sus habitantes y se convirtió, en una sentencia inexorable, un dictamen severísimo, una condena inapelable a vivir en la pobreza, la miseria y la descomposición social, política, institucional, espiritual de una nación celebrada antes por su empatía, simpatía, carisma.
Como bien nos desnudó para comprender el fenómeno de la xenofobia, Adela Cortina, en ese texto que arriba citamos, no nos quiere nadie en el mundo porque la gruesa e ingente oleada de venezolanos migrantes, lo hacen, se destierran, por sus carencias, su apariencia, su pobreza.
Redimir a Venezuela, exorcizarla, recuperarla, llevaría tal vez décadas. El daño, el mal, el tumor llegó al tuétano y si no lo asumen los propios venezolanos y el conjunto de nuestras vecindades, no será posible hacer lo que es impajaritable hacer. Lo afirmo con toda la fuerza de mi convicción racional, espiritual y ética.
Habrá que engendrarla de nuevo a Venezuela, lo que postula en el decurso histórico un elenco de retos y aporías de todo tipo que, de solo pensarlo, se nos eriza el cuerpo, se nos pone para decirlo coloquialmente, “la piel de gallina” pero, de eso es que se trata este desafío, de inventar otro mundo partiendo sin embargo de valores y cromosomas culturales y espirituales buenos que tenemos a granel.
Hace cincuenta años, los venezolanos arribábamos a Florida, a Miami y nos abrían las puertas de par en par; sabían los interesados anfitriones que, alegaríamos gozosos un “está barato, dame dos” y entre el dispendio y el despilfarro pasábamos nuestras vacaciones allí.
Las cosas han cambiado y se nos ve a menudo de reojo porque, se nos presume menesterosos, huidos, frágiles, dependientes. Aunque valga la paradoja, llegaron y se establecieron también los que se auto desterraron porque escalparon la patria y renunciaron a ella.
Siempre me llamó la atención el eterno retorno, me acerqué a Nietzsche y al rumano Mircea Eliade, al extremo que dediqué un capítulo de mi libro sobre la República al mito y al metabolismo complejo que resulta en la consciencia histórica de las civilizaciones.
Una suerte de pensar entre dormido y despierto, en ocasiones me encuentra, y, a manera del subconsciente se va cumpliendo y, pienso en lo que hemos sido, en mis padres y hermanos maravillosos, en los iconos, en Bolívar y en Sucre, en el pacto de Puntofijo, en mi Universidad Central de Venezuela y en esa patria que tanto le ha costado este último tiempo, aciago, pernicioso, hórrido.
La pobreza que tiene muchos rostros a cuál más pernicioso, me deja ver que debemos combatir más, pero, el más difícil de encarar es la pobreza del espíritu que nos fagocita sórdida y ante la cual, hay poco tiempo para actuar y vencerla.
Viene un canto a mi corazón del poeta prolijo, periodista, compositor nacido en la Asunción, Estado Nueva Esparta, Jesús Rosas Marcano, “Viva Venezuela mi patria querida quién la libertó mi hermano fue Simón Bolívar…”
Nelson Chitty La Roche, nchittylaroche@hotmail.com, @nchittylaroche