Chuleta en Nueva York
No esperamos que Sánchez sea un estadista, pero no es mucho pedir que deje de comportarse como un ‘amateur’. ¿Recuerdan a algún presidente democrático criticando a la oposición interna en el extranjero? Para más ‘inri’, creyó que iba a resultar simpático lanzando pullitas contra Trump en una entrevista de tercera
No pasa nada, la fatuidad no es exclusiva de Sánchez. Lo que mosquea es el modo particular en que la practica. El mundo ha conocido mil gobernantes que se tenían en altísimo concepto sin razón. Otros ha habido igual de jactanciosos. Incluso más, por difícil que parezca, dado que en otras latitudes se valora la bruta exhibición de poderío. No han descubierto todavía el secreto: el poderoso de verdad es muy discreto. Digo más: bastará en ciertos ámbitos con la inmutabilidad para que el poder se dé por descontado.
Sí, cientos de mandatarios han hecho antes el paleto moviéndose por el mundo con el lastre de todo el aparato. Con vistosos séquitos, escoltas sin cuento y absurdas comitivas. Cuanto más despliegue, mayor es el ridículo, toda vez que el pretencioso busca impresionar en lugares donde nadie tiene la más remota idea de su identidad. Uno entre esos cientos fue Jordi Pujol, caso si cabe más penoso, aunque paradójicamente más meritorio, pues debió invertir un tiempo precioso contando exactamente qué tipo de cargo era el suyo, si era una especie de gobernador o qué, cuando fue recibido por el presidente de Estados Unidos. En efecto, a diferencia de Sánchez, Pujol lo consiguió. Con Bush padre. Que Bush hijo tuvo con Aznar la relación más estrecha y cordial de un presidente estadounidense con un gobernante español es cosa sabida. Aún les duelen a los monologuistas -y a las diputadas, médicas y madres- aquellas botas sobre la mesa. Bromas amargas que vienen a tapar con un manto de bilis el hecho incontestable de que España se había convertido para los americanos fugaces de Berlanga en un aliada de absoluta confianza.
Alguien dijo, parafraseando quizá a Ferdinand Kronawetter, que el antiamericanismo era el socialismo de los idiotas. En La obsesión antiamericana glosó el inolvidable Jean-François Revel esa actitud, ese recelo arraigado. No sé qué diría si viviera el viejo maestro liberal ante el mosaico de esta izquierda europea, troceada en causitas y en millones de activistas que imitan cual chimpancés todas y cada una de las modas identitarias estadounidenses. Cada supuesta ofensa colectiva, articulada en movimiento político y exigiendo silencio, acatamiento -¡y aun arrodillamiento!- al resto del mundo. Cada giro de ese pringoso lenguaje, mitad académico y mitad sentimental, con que se abrigan las almas extraviadas de una posmodernidad que les pasa por encima sin que se percaten. Ya no hay idea, expresión o campaña en el ‘progresismo’ europeo que no sea copia y pega de un original norteamericano.
En esas estábamos, cabalgando contradicciones como el Sansón Iglesias, hoy talado y debelado, cuando nos dimos cuenta de que la confusión -que es el estado natural del personal- permitía abordar el problema del imperio americano por cualquier vía imaginable. Quiero decir que el jactancioso Sánchez puede materializar su sueño de pasear las grandes avenidas de la capital del mundo seguido de tipos serios con pinganillo y gafas oscuras mientras sus socios chavistas cultivan una paradoja existencial: abominar de la nación que simboliza el capitalismo y, a la vez, adquirir las fijaciones salidas de las universidades americanas. Al fin y al cabo, se dirán, sin ciertos filósofos europeos, básicamente franceses, no existirían hoy esas políticas identitarias. No sé, es difícil, y probablemente inútil, seguir el curso de sus autojustificaciones. Lo sustantivo es que tanta tontería se acaba reflejando en actos que tienen consecuencias.
Uno de ellos lo encontramos en los esfuerzos de Sánchez en América, como Tintín, intentando convencer a los grandes fondos de inversión de lo estable que es España. Entre los fondos, ay, el ‘buitre’ por excelencia, el preferido de los podemitas a la hora de lanzar sus invectivas. Esfuerzos, los presidenciales, inmediatamente contrarrestados por las declaraciones de la vicepresidenta comunista del Gobierno Sánchez. No hay un solo caso, que yo recuerde, de falta de armonía más palmaria entre el primero y el tercero de una jerarquía estricta. No sin que se siga una destitución fulminante. Al no darse el efecto lógico, podemos afirmar que Yolanda Díaz ha desautorizado a Sánchez. Nótese que la diferencia entre desautorizar y contradecir, en un gobierno, es la misma que existe entre conservar el cargo y perderlo. Y el caso es que Díaz no puede perder el cargo porque arrastraría consigo a Sánchez y al sanchismo. Hemos insistido tanto en cómo tienen los separatistas cogido al gran Narciso por las partes blandas que nos hemos olvidado del principal acreedor o dueño del presidente: Podemos.
No esperamos que Sánchez sea un estadista, pero no es mucho pedir que deje de comportarse como un ‘amateur’. ¿Recuerdan a algún presidente o primer ministro democrático criticando a la oposición interna en el extranjero? No, eso era propio de Castro y de Chávez. Para más ‘inri’, creyó que iba a resultar simpático lanzando pullitas contra Trump en una entrevista de tercera. Donde nadie te quiere recibir, mejor no vayas. Las expansiones de Chuleta en Nueva York no han servido de nada al país cuyo Gobierno preside. Si acaso nos ha confirmado que gracias a él, y al inestimable trabajo previo de Zapatero, simplemente no existimos para ese imperio sin vocación que es el americano. Esto tendrá pronto consecuencias. De entrada, prepárense para que España se convierta en la valedora de China en la Unión Europea. «He pasado toda la noche en los andamios de los arrabales / dejándome la sangre por la escayola de los proyectos» -se lamentará Narciso atendiendo a su defenestrada Calvo: «Lorca, siempre Lorca».