Cien años de un mismo combate
Una singular coincidencia relaciona en los noticieros la batalla que un ejército de especialistas libra actualmente en el Mediterráneo contra una bacteria que mantiene en jaque la industria aceitera, con una figura emblemática de la vida científica norteamericana, fallecida hace cien años.
Es un mismo combate el reseñado por EL PAIS, de la agrónoma cordobesa Blanca Landa contra la Xylella fastidiosa –un microbio que transformó en erial los olivares de Apulia, la árida región donde se asienta la Bota italiana y se ha expandido después al restante Sur de Europa- que el planteado por la fitopatóloga Flora Patterson a diversas enfermedades de procedencia foránea que afectaron la Costa Oriental de los Estados Unidos a comienzos del siglo XX.
La Xylella arribó probablemente en 2008 en cafetos procedentes de Costa Rica y hasta ahora ha devorado más de seis millones de plantas, gracias a una capacidad casi diabólica para desplazarse en silencio e infectar sin provocar síntomas a centenares de especies vegetales –olivos, vides, almendros, cítricos y frutas de hueso- no importa en cual rincón del mundo.
Desde octubre de 2016, cuando se detectó en tres cerezos de Manacor, en las Baleares, mientras la estrella del lugar deslumbraba en los torneos tenísticos internacionales, las autoridades extirparon miles de árboles enfermos antes de confesar su incapacidad para expulsar la bacteria, que después se fue a Alicante con una virulencia ominosa para los agricultores peninsulares que producen casi la mitad del aceite de oliva consumido en el planeta.
Ahora, informa el diario madrileño, la doctora Landa coordina desde un invernadero de alta seguridad en Córdoba el trabajo de una treintena de instituciones de catorce países, mientras en Italia entrenan perros para olfatear la bacteria en los puertos fronterizos y en la Universidad de Melbourne, Australia, otro equipo español perfecciona un sistema para identificar árboles afectados, mediante fotografías aéreas.
En Tarragona, en plena línea de fuego, se halla la Farga del Arion, un olivo sembrado en tiempos del emperador Constantino hace más de 1700 años, que añade al esfuerzo de los científicos el dramatismo adicional de una lucha por la memoria histórica, que en el caso de la doctora Patterson favoreció, en cambio, el salto al futuro de la joven nación que irrumpía con ambiciones imperialistas.
Quien hoy admiran las hermosas hileras de cerezos en los bulevares de Washington ignoran que la terquedad de Flora Patterson, mientras laboraba en el Departamento de Agricultura, hizo incinerar el regalo de dos mil árboles contaminados, enviados en 1912 por el alcalde de Tokyo, Yukio Ozaki, al Presidente Howard Taft.
Flora había nacido en 1847 en Columbus, Ohio, era hija de un pastor metodista y se aficionó en su infancia a la recolección de hongos silvestres, sin imaginar que al sufrir su esposo un accidente incapacitante como capitán de un buque ribereño, tendría que ocuparse de ellos de manera profesional para criar a los dos hijos nacidos del matrimonio.
Poco antes se había hecho respetar identificando una plaga de origen japonés que devastó los castaños en la costa atlántica aunque no fue suficiente su energía para evitar la desaparición de tal riqueza vegetal, y por eso se empeñó en lograr que se chequeara en las aduanas el estado sanitario de las plantas importadas, expandir hasta 115 mil especímenes la colección de hongos del Departamento y, predicando con el ejemplo, incrementar la presencia femenina en los estudios universitarios y en la burocracia federal, exclusivamente por méritos profesionales.
Su espanto fue de película cuando aquellos cerezos cruzaron el Pacífico hasta Seattle y siguieron por carretera a la capital, plagados de hongos e insectos, y Flora Patterson ordenó su incineración delante del memorial a George Washington, provocando un impasse diplomático que afortunadamente se subsanó con una segunda remesa, cuyos vástagos alegran la capital federal.
Y, más importante aún, suscitó en su momento un debate público sobre el peligro que representaban las especies invasivas, que culminó con la aprobación de una Ley de Cuarentena Vegetal, de innegable vigencia, incluso a escala mundial, a juzgar por la pelea cazada por la doctora Landa en su laboratorio cordobés para salvar los olivares del Mediterráneo.
Varsovia, febrero de 2023