Cincuenta escalones
El poeta Bilhana vivió en la India posiblemente en el siglo XI. Nativo de Cachemira, se trasladó a la corte de un rey de la India meridional. Según cierta leyenda el rey tenía una hija que crecía en hermosura como la luna en su quincena luminosa. Bilhana recibió el encargo de instruirla en poesía. Entre ellos se tendió un hilo amoroso. Un día la princesa repasa a solas la ciencia del erotismo, estudio indispensable para los poetas de la época; el deseo se apodera de ella y al día siguiente vocea su anhelo: “En vano florece la flor del loto si no la bañan los rayos de la luna, y en vano brillará el astro si no derrama su esplendor sobre el cáliz del loto”. El decoro se derrumba y ambos vivifican en la carne lo que sólo debían expresar con palabras. Los espías del rey los delatan; los soldados del rey aprehenden al poeta. El rey lo condena a morir por empalamiento y se disponen los cincuenta escalones al cadalso. Al comenzar el ascenso, el poeta rememora las escenas del gozo pasado y a cada peldaño va recitando un poema. Cuando llega al escalón cincuenta, el rey, atónito, le perdona la vida y lo deja casarse con su hija. Uno de los poemas dice: “Aún hoy la recuerdo,/ coreógrafa de la danza erótica,/ curvada por el volumen de los pechos,/ por las nalgas redondas,/ con su cuerpo delgado/ agitado por la voluptuosidad/ y su cara hermosa/ como la luna llena/ cubierta por una redecita de mechones/ en desorden”.
Fuente: Bilhana. Los cincuenta poemas del amor furtivo (versión de Óscar Pujol), Hiperión, Madrid, 1995.