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Cine clásico, el paraíso a recobrar

«El conocimiento de los clásicos constituye un patrimonio cultural de primer orden, siempre dispuesto a dar sentido y sensibilidad a la vida de la gente»

Cine clásico, el paraíso a recobrar

     Sala de cine. | .

 

 

«Las películas son la poesía del pueblo –escribe John Banville en La alquimia del tiempo (Alfaguara, 2024)- y es en las salas de cine donde encontramos, breve y fugazmente, a los dioses del Olimpo de nuestro tiempo: ¡las estrellas, las estrellas de cine!, de una belleza y una seguridad imposibles, inmaculados y totalmente falsos, como los dioses de antaño». Los dioses de un Olimpo surgido a lo largo del siglo XX. La épica griega en los western (Borges), el «oficio del siglo XX» (Cabrera Infante). Hurtar a las nuevas generaciones del cine clásico es equivalente a lo que se hubiera hurtado, en siglos anteriores, de la lectura de Homero, Dante, Cervantes, Shakespeare, Goethe, Víctor Hugo, Dumas, Balzac, Galdós, Dickens, Tolstoi, Dostoievski, a todos los que vinieron después. Un despropósito. Un clásico en palabras de Borges es, más o menos, lo que las generaciones han decidido nombrar como clásicos, con su visión nueva y contemporánea. O para Italo Calvino, un clásico es una obra que nunca termina de decir todo lo que contiene y son las nuevas generaciones la que la llenan de sentido y actualidad. La historia es, con Croce, siempre, historia contemporánea.

De ahí, que el conocimiento de los clásicos constituya un patrimonio cultural de primer orden. Majestuoso, inconmovible, y siempre dispuesto a dar sentido y sensibilidad a la vida de las gentes. El cine ha sido el arte del siglo XX. El patrimonio que significa es inconmensurable. Ocultar, hurtar a las generaciones presentes y futuras de todo ese acerbo es un suicidio cultural. El cine es la totalidad, la unidad, la singularidad enmarcada en la Historia. Política, Ciencia, Sociología, Literatura, Arte, Música, Arquitectura, todos se suman a una proyección cinematográfica. Es el arte total que Wagner imaginó para la ópera. Hoy, como recordaba estos días Silvia Lorenzo en El Mundo«El séptimo arte trasciende la pequeña como la gran pantalla». En su reportaje, tremendamente significativo, recogía la opinión de varios jóvenes que «lanzan sus proyectos para retozar en cine clásico y rendirle tributo».

Así es. La última experiencia en la pequeña (y millonaria, en cuanto a número de espectadores) pantalla de cine clásico ha sido Classics en Trece, dirigido por José Luis Garci (antes con Qué grande es el cine en La 2 y Cine en blanco y negro en Telemadrid). El cine clásico (digamos ése producido en las décadas maravillosas de los treintas, cuarentas y cincuentas del siglo pasado) hoy conoce un renacimiento protagonizado por jóvenes que organizan foros, coloquios, encuentros, análisis de manera espontánea y privada. Visto lo visto, es claro que las cadenas televisivas privadas no están por la labor. Hay una especie de mantra, que algún cráneo privilegiado ha decidido, que condena el cine en blanco y negro. Por tanto, si hoy queremos que las nuevas generaciones conozcan un capítulo esencial de la historia cultural del siglo XXel cine clásico es materia primera, principal y primordial. Si las cadenas privadas desisten de ello, la televisión pública tiene una oportunidad ni que pintada para desarrollar una labor cultural de primer orden.

La 2 tiene una programación cultural que, sin echar cohetes, al menos solventa la orfandad general, por ejemplo, los dos espacios (viernes y domingos, dedicados al cine español) y sería el lugar, más allá de la exigua programación de los lunes al cine clásico (manifiestamente mejorable) para elaborar una programación dedicada exclusivamente a las obras maestras, y menores, del cine clásico. Sí, sí, en blanco y negro. Valga un ejemplo, surgido de la iniciativa privada, en otro orden, pero complementario a lo dicho hasta aquí: la plataforma Platino Educa, creada por EGEDA, para llevar el cine español y latinoamericano a las aulas. Ya sean de primaria, secundaria o universitaria. Un catálogo de películas que, con sus correspondientes guías didácticas, colocan al cine al nivel de la literatura, el arte, la música, la animación, el documental, como espacio de conocimiento.

«Salvemos el cine clásico, salvemos el cine en blanco y negro, salvemos ese centón de genialidades que nos han contado nuestras propias vidas»

Es impensable realizar una historia de la cultura del siglo XX, y de este siglo XXI, sin contar con el cine, y como sería impensable elaborar una historia de la literatura sin los autores antes citados, lo mismo equilvadría ignorar a nombres como John Ford, Bergman, Visconti, Fellini, Truffaut, Cuckor, Hawks, Buñuel, Rossellini, Godard, Wenders, Lang, Wilder, Berlanga, Saura, y tantos otros de una experiencia ética y estética dirigida a la formación cultural e intelectual de generaciones presentes. Además, se añade un elemento tremendamente social que el cine posee: cuando uno lee una novela, el personaje, o los personajes principales cobran vida en la particular imaginación del lector: Madame Bovary, Scarlett O´Hara, don Quijote, Frankenstein; sin embargo, en el cine ese personaje es común a todos los espectadores. Ya nadie se puede imaginar a Scarlett O´Hara sin pensar en Vivien Leigh. Así lo contaba el gran Víctor Erice respecto a Frankenstein. Para él, que vio la película antes que leer la novela de Mary Shelley, el monstruo siempre sería la imagen de Boris Karloff, que fue universal para millones de espectadores.

 

Adiós a Suzanne, la distante hija de Scarlett O' Hara

VIVIEN LEIGH

 

 

Este efecto mágico del cine tiene sus consecuencias y forma parte de un acerbo cultural inconmensurable. Salvemos el cine clásico, salvemos el cine en blanco y negro, salvemos ese centón de genialidades que nos han contado nuestras propias vidas, nuestras propias ensoñaciones, nuestros sueños más íntimos en imágenes a lo largo de un siglo. Sería tan fácil, y tan barato. Que no vengan con monsergas de audiencias. Además, la televisión pública, ya que las privadas están en otra galaxia muy lejana, tiene una responsabilidad social –he ahí el sentido, si lo tienen, de su existencia y gasto económico que pagan los ciudadanos- y, por tanto, cultural. Que regrese el cine clásico, además sin publicidad en medio de la película. Fellini afirmó respecto a los cortes publicitarios en la emisión de las películas: «no se interrumpe una emoción». Que se instale en la televisión pública, visto la dejación de otras, con rigor y voluntad profunda de instruir. Ese antiguo «prodesse et delecteare», es decir, ilustrar deleitando.

 

 

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