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CINELANDIAS: ‘Ciudadano Kane’, la deslumbrante megalomanía de Orson Welles

Orson Welles realiza una reflexión descarnada sobre la naturaleza del poder con el retrato del magnate protagonista, un demagogo caprichoso y manipulador lleno de claroscuros que lo hacen a la vez fascinador y repelente.

 

En su poco benigna recensión de Ciudadano Kane (1941), Jorge Luis Borges afirma que el espectador, después de que Orson Welles (1915-1985) le exhiba fragmentos desordenados de la vida del protagonista, a la postre descubre que tales fragmentos «no están regidos por una secreta unidad», lo que convierte la película en un «laberinto sin centro». Pero lo cierto es que Ciudadano Kane, que tal vez sea en efecto un laberinto, hace girar concéntricamente todos sus pasadizos y revueltas en torno a un mismo centro; si se quiere secreto, recóndito, incluso inaprensible, pero centro a fin de cuentas. Podemos aceptar calificar tal centro, al modo hitchcockiano, de ‘McGuffin’, incluso de coartada que el genio zangolotino de Welles aprovecha para abrumarnos con sus primores formales y estilísticos (que Borges califica de «gigantismo» y «pedantería»); pero tal centro o verdad íntima sin duda existe.

A Borges esta verdad íntima y misteriosa de la película se le antojaba «de una imbecilidad casi banal»; pero quien demuestra tal dolencia —siquiera en su averiada comprensión de Ciudadano Kane— es el propio Borges, incapaz de penetrar en la sublime poesía que se oculta detrás de ‘Rosebud’, esa palabra que se repite a lo largo de toda la película, a modo de conjuro; no entiende que todo lo que Kane es o hace –y lo que niega ser, lo que pretende ser, lo que oculta ser, como lo que niega, pretende u oculta hacer— no es sino un afán trágico por negar su más íntima verdad. Y que todos sus desvelos por dominar el mundo a través de la prensa, la política o las mujeres no son sino aspavientos de farsante con los que trata de anestesiar una herida muy honda, que nace de la infancia que le ha sido usurpada y de los afectos que no pudo disfrutar cuando su alma se estaba modelando. Tal vez la incomprensión borgiana es muy sintomática del raquitismo afectivo en que siempre vivió inmerso el autor de El Aleph.

 

 

alternative textCapullito de rosa.Cuentan las malas lenguas que ‘Rosebud’ —capullito de rosa— era como llamaba Hearst a las partes íntimas de su amante Marion Davies. En la película, la actriz Dorothy Comingore (en la foto con Welles) interpreta al trasunto de Marion.

Se atreve todavía a augurar Borges que el debut de Orson Welles sólo habría de perdurar «como film cuyo valor histórico nadie niega, pero nadie se atreve a rever». Pero lo cierto es que Ciudadano Kane –como afirmara Truffaut— «es la película que ha inspirado más vocaciones cinematográficas en todo el mundo»; y me atrevería a añadir que también cinéfilas. No entraremos aquí, por pudor, a detallar su argumento, para no fatigar al lector. El talento exuberante y megalómano de Welles trasplanta técnicas de indagación periodística a la narrativa cinematográfica, al modo de un reportaje cinematográfico donde el flash-back y la entrevista, la planificación barroca y el noticiario se dan la mano. Por primera vez en la historia del cine, en Ciudadano Kane se usan lentes en los planos generales que permiten crear una sensación de ‘profundidad de campo’, manteniendo enfocado con igual nitidez tanto lo que está en primer como en último plano. De este modo, Welles sustituye el habitual travelling por panorámicas de alto sentido dramático, que además le permiten hacer tomas más largas sin fragmentar la acción.

Welles mandó construir techos para los decorados, lo que obligó a los técnicos a idear sistemas de iluminación y de sonido nunca probados hasta entonces

Deslumbrantes son también los encuadres y el montaje de Ciudadano Kane, de una teatralidad enfática luego imitada hasta la saciedad, así como la novedad de sus decorados, para los que Welles mandó construir techos, lo que obligó a los técnicos a idear sistemas de iluminación y de sonido nunca probados hasta entonces. Pero si el estilo de Ciudadano Kane nos deslumbra y embriaga más aún lo hace el retrato del magnate protagonista, un demagogo caprichoso y manipulador que es, al mismo tiempo, un héroe trágico y desmesurado, en la mejor tradición shakespeariana, lleno de claroscuros que lo hacen a la vez fascinador y repelente. Y, junto al retrato de ese magnate inspirado en William Randolph Hearst, Ciudadano Kane nos ofrece una reflexión descarnada sobre la naturaleza del poder, sobre su fuerza corruptora y su fuego aniquilador, que calcina incluso a quienes se aproximan armados con los más pomposos principios.

 

alternative textOrson Welles polémico. Se considera una de las mejores películas de la historia del cine, pero solo ganó un Oscar al Mejor guion, compartido entre Welles y Herman J. Mankiewitz, quien acusó a Welles de apropiarse del texto. Aquí Orson Welles junto a Joseph Cotten.

Cuentan las malas lenguas que ‘Rosebud’ –capullito de rosa– era el modo con que, en la intimidad, el magnate Hearst denominaba cierta parte recóndita de la anatomía de su protegida y amante, la actriz Marion Davies, a quien benefició en su carrera, y de la que el personaje de Susan, cantante de medio pelo con ínfulas de diva, podría ser un malvado trasunto en la película. Pero ni siquiera esta sordidez chusca que a veces Welles se permitía logra apagar el dolor sublime, aterido y traumático que Welles logra compendiar con esa palabra: ‘Rosebund’.

 

 

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