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CINELANDIAS: ‘Ulises’, la trepidación burbujeante, casi erotizante, de la aventura

Esta película, deliciosa, maliciosamente cándida y resabiada es una recreación libérrima de muchos motivos homéricos. El reparto es apabullante, con Silvana Mangano arrebatadora.

Después de combatir en la Gran Guerra y de padecer cautiverio en Alemania, Mario Camerini (1895-1981) se dedicará a su regreso a Italia al cine, primero como ayudante de dirección de su primo Augusto Genina (el realizador de Sin novedad en el alcázar), después como director, estrenándose con Jolly, clown da circo (1923), una trágica historia de amor de ambiente circense de fibra muy hondamente patética, para enseguida consagrarse como especialista del género de aventuras más desenfadadas con títulos como Maciste contra el jeque (1924).

 

 

alternative textA lo grande. Es una película muy ambiciosa, producida por Dino de Laurentiis y Carlo Ponti y con un buen plantel de actores.  Anthony Quinn interpreta a Antínoo, pretendiente de Penélope durante la ausencia de Ulises.

 

Más tarde, ya en la etapa fascista, se convertirá en rey (aunque compartiendo el trono con Alessandro Blasetti) de la llamada ‘comedia de teléfonos blancos‘, que luego la historiografía cinematográfica –tan lastrada de burdos topicazos—ha caracterizado como  subgénero escapista y tontorrón, cuando lo cierto es que reúne algunas piezas en verdad antológicas, como las que Camerini dirigió con Vittorio de Sica como protagonista, que nos recuerdan el cine espumoso, sentimental y elegante de Gregory LaCava o Preston Sturges. Por aquellos mismos años, Camerini nos brindaría un par de magníficas adaptaciones literarias, El sombrero de tres picos (1935), sobre la obra de Alarcón, y Los novios (1941), inspirada en la novela de Manzoni.

En las escenas que transcurren en la isla de Circe la película alcanza cotas superferolíticas de imaginería kitsch

Por fortuna, la caída del fascismo no perjudicó la carrera de Camerini, que prosiguió casi sin alteraciones tras la Segunda Guerra Mundial. Si algo caracteriza la obra de este romano es la exquisita puesta en escena, que con el tiempo se acentuaría hasta extremos casi manieristas. De un estilo visual apabullante se beneficia la producción que ahora comentamos, Ulises (1954), que se anticipa en varios años a la segunda oleada del peplum italiano (la primera había sido durante la época del cine mudo) y constituye uno de sus más cuajados ejemplos, aun dentro de sus desequilibrios, que a la postre contribuyen a darle mayor encanto.

 

 

alternative textSilvana soberbia envuelta en gasas. Silvana Mangano interpreta a Circe y a Penélope y seduce a Kirk Douglas por partida doble, envuelta siempre en insinuadoras gasas. Está soberbia, a la vez carnal y espiritualizada. Aquí, con Kirk Douglas y Mario Camerini.

 

 

Producida por Dino de Laurentiis y Carlo Ponti, Ulises es película concebida con gran ambición y cuidado estético (en un principio, se había contratado a G. W. Pabst para dirigirla), lo que no sólo se nota en su apabullante reparto (con Kirk Douglas al frente y Anthony Quinn en el séquito), sino también en la estilización estética que caracteriza todas sus secuencias, muy especialmente las que transcurren en la isla de Circe, donde la película alcanza cotas superferolíticas de imaginería kitsch. Conviene aclarar, sin embargo, que tal estilización se logra a costa de infligir muy crudos tijeretazos a la trama de La Odisea, por necesidades de síntesis (la Telemaquia, por ejemplo, es obviada por completo, al igual que muchos episodios del regreso a Ítaca), pero también sobre la creación de un Ulises ‘librepensador’, en desafío constante a los dioses, y sobre la ‘recreación’ libérrima de muchos motivos homéricos, que aquí se nos presentan de modo novedoso y pleno de  originalidad.

 

 

alternative textFiesta en Roma. El equipo de la película celebra en un palazzo romano, en 1953, el final del rodaje. De izquierda a derecha, Silvana Mangano, el director Mario Camerini, Kirk Douglas, una mujer sin identificar y Anthony Quinn.

 

 

Ocurre así, por ejemplo, con el célebre episodio del ‘canto de las sirenas’. Camerini tiene la originalidad de no mostrarnos a estas criaturas (dejándonos así con la intriga de saber si eran los monstruos vitandos de la mitología griega o las hermosas mujeres híbridas de pescadilla que quieren los cuentos de hadas), así como la de convertir su canto irresistible en una serie de súplicas lanzadas a Ulises… con las voces de Telémaco y Penélope. También en la ocurrencia de fusionar los episodios de Circe y Calipso en uno solo, perfumado de sensualidad y de una maliciosa sublimación del adulterio, puesto que a Circe la interpreta la misma actriz que encarna también a Penélope, una Silvana Mangano soberbia, a la vez carnal y espiritualizada, que seduce a Kirk Douglas por partida doble, envuelta siempre en insinuadoras gasas diseñadas por Madame Grès.

Mención aparte requiere la reconstrucción por completo fantasiosa, pero muy convincente, de la isla de los feacios, donde el náufrago Ulises será arrullado por Nausica (una Rossana Podestà más bien pazguata que nada tiene que hacer al lado de la Mangano), inspirada en los restos hallados en las ruinas cretenses. Todos los decorados de Andrea Tomassi son, en verdad, arrebatadores y maravillosamente coloristas; y la fotografía del operador Harold Rosson contribuye a instalar al espectador en un clima lindante con la ensoñación onírica y con esa trepidación burbujeante, casi erotizante, de la aventura que ya sólo recordamos como una nostálgica reverberación de la infancia.

Y Polifemo sale, vaya sí sale. Y es tan malvado y vicioso que no necesita que el mosto de la uva fermente para emborracharse. Tampoco nosotros necesitamos más para disfrutar como enanos de una película tan deliciosa, tan maliciosamente cándida y resabiada.

 

 

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