Cisjordania, una Gaza a cámara lenta
Israel acelera la colonización del territorio ocupado con nuevas tácticas militares y una red de asentamientos que asfixia la vida palestina

En Jenata, en los confines de Cisjordania ocupada, un matrimonio de ancianos de mirada triste repasa el balance de estos dos últimos años. Sus seis hijos varones llevan desde entonces en una cárcel israelí. “El 7 de octubre de 2023 mis seis hijos fueron arrestados”, relata la madre, sentada en un sofá con acabados dorados. La recepción de la casa familiar, en el sureste de Belén, es una sucesión de tresillos por el que correten los nietos. Cinco de sus padres siguen presos en prisiones al otro lado del muro que separa Jerusalén de Cisjordania, un territorio palestino que -a la sombra de 24 meses de bombardeos sobre la Franja de Gaza- vive la asfixia del control militar israelí y sus asentamientos ilegales.

“A mi hijo mayor lo detuvieron por primera vez cuando tenía 14 años. Desde entonces, se ha hecho cotidiano que lo libren y lo vuelvan a detener. No es posible ser feliz en estas condiciones”, dice con voz baja la matriarca, que pide no ser identificada por miedo a represalias. Su marido asiste al relato de los acontecimientos sin musitar palabra. “Durante meses ni siquiera nos dijeron dónde estaban. Nos prohibieron visitarlos. En realidad, cuando nos lo permitían, pasábamos todo el día en el autobús, desde las 4 de la madrugada”. Habla despacio, con el rostro endurecido. Su marido ha sido golpeado varias veces frente a sus ojos. “Han llegado a atacar a mi marido delante de mí. Y cuando no los detienen, vienen, arramblan con todo y aterrorizan a los niños”.
Su esperanza suena a un deseo remoto, como los olivos que sobreviven a las demoliciones de las autoridades israelíes. A unos kilómetros, sobre una colina se elevan las casas de colonos israelíes, una geometría de hormigón y alambradas que crece cada mes.
Una Cisjordania imposible, de la A a la C
Cisjordania está dividida en tres zonas —Áreas A, B y C— según los Acuerdos de Oslo firmados en la década de 1990 entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Estos acuerdos, especialmente el de Oslo II de 1995, establecieron un sistema de control administrativo y de seguridad diferenciado con la intención de que fuera temporal, como parte del proceso hacia un eventual Estado palestino. Sin embargo, ese proceso nunca se completó, y las divisiones se mantienen hasta hoy como la base del control territorial israelí sobre la región.
El Área A, que representa alrededor del 18 % de Cisjordania, está bajo el control civil y administrativo completo de la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Incluye las principales ciudades palestinas, como Ramala, Nablus, Jenin y Belén, y no alberga asentamientos israelíes reconocidos legalmente. En teoría, las fuerzas de seguridad palestinas gestionan la seguridad interna, aunque Israel mantiene la capacidad de realizar incursiones militares bajo el argumento de “seguridad externa”.
El Área B, que abarca aproximadamente el 21 % del territorio, está bajo administración civil palestina pero seguridad compartida: Israel conserva el control sobre las operaciones militares y la seguridad general. En esta zona se concentran comunidades rurales y pueblos palestinos, y aunque la ANP administra asuntos como educación, sanidad y servicios locales, Israel puede entrar y operar militarmente cuando lo considera necesario.
El Área C constituye cerca del 60 % de Cisjordania y permanece bajo control civil y militar total de Israel. Aquí se ubican la mayoría de los asentamientos israelíes, considerados ilegales por el derecho internacional, junto con enclaves palestinos aislados. Israel gestiona los permisos de construcción, la planificación urbana y el acceso a recursos naturales, lo que limita gravemente el desarrollo palestino. Los palestinos deben solicitar permisos israelíes para construir viviendas, carreteras o infraestructuras, permisos que rara vez se conceden. Además, Israel ha declarado grandes zonas del Área C como “zonas de tiro” o áreas de entrenamiento militar, restringiendo la presencia civil palestina.
En la práctica, las Áreas A y B están fragmentadas en decenas de enclaves rodeados por el Área C, lo que impide la continuidad territorial palestina. Muchas comunidades tienen sus tierras agrícolas o recursos naturales en territorio bajo control israelí, dificultando su acceso. Aunque en principio Israel no debería realizar operaciones rutinarias dentro del Área A, las fuerzas israelíes efectúan redadas y arrestos con frecuencia en esas zonas.
El Área C es también el epicentro de la expansión de asentamientos israelíes, donde el gobierno israelí continúa aprobando nuevas construcciones y proyectos viales que fragmentan aún más el territorio palestino. Uno de los más controvertidos es el plan E1, que busca conectar Jerusalén Este con los grandes bloques de asentamientos, lo que —según diplomáticos citados por Reuters— podría “borrar la viabilidad de un futuro Estado palestino”.
En resumen, aunque la división en Áreas A, B y C surgió como un marco temporal para avanzar hacia la paz, en la práctica ha consolidado un sistema de control desigual. Israel mantiene el dominio efectivo sobre la mayor parte del territorio, el espacio aéreo, las fronteras y los recursos estratégicos, mientras que la Autoridad Palestina gestiona de forma limitada enclaves discontinuos bajo supervisión y presión constante. Este esquema, casi treinta años después de Oslo, se ha convertido en el andamiaje permanente de la ocupación en Cisjordania.
La vida entre rejas
Uno de los hijos de la familia, ahora en libertad, habla con una serenidad extraña, como si la cárcel lo hubiera convertido en un cronista resignado de su propio encierro. “He pasado tantos años dentro y fuera de prisión que ya no hay gran diferencia. La vida en Cisjordania es como una prisión, solo el cinco por ciento de la vida normal que tienen otros humanos en otros lugares del mundo. Los soldados me dicen que todos nuestros problemas acabarían si abandonamos Palestina. Nos ofrecen marcharnos a cualquier país. Pero no nos vamos a ir”.
La vida en Cisjordania es como una prisión, solo el cinco por ciento de la vida normal que tienen otros humanos en otros lugares del mundo
Su testimonio no es una excepción en el queso de gruyere de Cisjordania, minado de asentamientos. Según datos de organizaciones de derechos humanos, desde octubre de 2023 Israel ha arrestado a más de 9.000 palestinos en Cisjordania, incluidos menores. Las detenciones administrativas, sin cargos ni juicio, se multiplican. “En las cárceles nos tratan como animales”, resume. “Compartimos una celda minúscula con quince personas. Nos niegan tratamiento médico y llegan a arrojarnos gases lacrimógenos cuando hacemos alguna reclamación”.
En Jenata, como en muchas aldeas del sur de Belén, la cárcel se ha convertido en una estación de paso. Los muros no separan la vida libre de la encarcelada: son parte del mismo paisaje.

Munther Amira, el activista que no se rinde
A apenas dos kilómetros del centro de Belén, en el campo de refugiados de Aida, vive Munther Amira, un activista de 53 años y defensor de derechos humanos. Ha sido arrestado seis veces. La última, en diciembre de 2023, pasó tres meses detenido. “Intento vivir libre. Por eso me encarcelan. Quieren castigar a quien defiende los derechos humanos”, duce en conversación con El Independiente, cerca del laberinto de viviendas que ha transformado el campamento.