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Cita Anual con el Planeta

Un conjunto de circunstancias sugiere considerar la COP30, iniciándose ahora en Belém do Pará, como una de las más cruciales desde que las Naciones Unidas instituyeron tal régimen de consultas en 1995 para enfrentar el deterioro ambiental del planeta.

En primer lugar porque desde entonces, según las mediciones más confiables, no sólo no mantuvimos el calentamiento global debajo de los 1.5 grados juzgados tolerables sino que superamos el nivel y, de mantenerse la tendencia, alcanzaríamos en algún momento el fatídico punto de no retorno.

Esto es así porque el panorama internacional acumula nubarrones ominosos que atentan contra los objetivos de estas reuniones anuales que si bien suscitan esperanzas han comenzado a sucederse como una folklórica kermesse turística de escasos o nulos resultados.

El entusiasmo explica el arribo a la metrópolis brasileña de la más variopinta aglomeración de flotillas, como la Karolina do Norte, el Viaje de Resistencia al Fin del Mundo, la Yaku Mama (Madre Acuática), la 4 Change tras cruzar el Atlántico, la Caravana Científica del Río Laracu, la Rainbow Warrior de Greenpeace, y la  Caravana Respuesta, guiada por el mediático líder indígena Raoni Metuktire.

Y los enormes retos para la quincena saltaron a la vista en sendos discursos durante la cumbre de jefes de Estado propiciada por el anfitrión Lula da Silva: el suyo propio, ponderado y diplomático análisis a partir de los logros innegables de su administración, sobre la necesidad de conjugar protección con desarrollo social, y el vitriólico y teatral de su homólogo colombiano, Gustavo Petro, más digno de un meeting electoral, contra los Estados Unidos.

Porque la inasistencia del presidente Trump y de algún representante de relevancia de su Administración, consistente con su boicot a cuanto huela a protección ambiental, y la presencia de más de un centenar de gobernadores, alcaldes y ONGs que le adversan, podrían, trasladando a la jungla amazónica la profunda crisis identitaria que sacude a la superpotencia mundial, afectar los trabajos de la conferencia e incluso sellar un nuevo fracaso.

Desde luego es difícil soslayar tan clamoroso y lamentable vacío, sobre todo porque todas las iniciativas de Washington comprometen los objetivos locales y globales de una sana ecología. Pero no imposible, tal vez, a partir de la esperanza en una reversión institucional a corto plazo, cuyos síntomas son ya evidentes en la respuesta de la sociedad estadounidense, y, mientras tanto, con la participación de otros actores que colman esa brecha para asumir el liderazgo mostrenco, poco importa si por sincera preocupación o cálculo geopolítico

Y, sobre todo, como respuesta al clamor de una familia de micro-estados, que siempre fueron ignorados hasta llegar a un punto de urgencia y no pueden asistir impotentes a cumbres y más cumbres devenidas en meras ferias de vanidades mientras está en juego su propia existencia, sepultados por el océano.

Por todo eso, la COP30 no debería ser una conferencia más sino un punto de inflexión.

Varsovia, noviembre de 2025.

 

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