Ciudadanos: el misterioso partido “flotante”
El reto más importante de la formación que preside Albert Rivera es la incorporación de talento, porque pocos habrá dispuestos a unirse a una opción de expectativas dudosas y liderazgo por contrastar
El Gobierno del PSOE ha vuelto obsoleta la estrategia pasiva de Ciudadanos. Confiaban llegar al poder por implosión del ala derecha y erosión de la izquierda del bipartidismo; como si la corrupción y Cataluña fueran suficientes; como si su identidad misteriosa —¿qué son realmente?— les beneficiase.
Pero el bipartidismo imperfecto goza de una mala salud de hierro. Las condiciones son ahora desfavorables a Ciudadanos. No son novedad mediática, la corrupción parece amortizada electoralmente, el PP competirá por el protagonismo del constitucionalismo sobre Cataluña, y la descalificación de Ciudadanos como derecha conservadora por el PSOE, incluso la de extrema derecha por Podemos, tendrá mella, precisamente porque su identidad no está consolidada. Por supuesto, Ciudadanos tiene programa político publicado, pero los programas no predicen un partido sin historial de poder, el único indicador fiable. En su ausencia, los datos más robustos para elaborar hipótesis sobre Ciudadanos son el ímpetu fundacional —por qué nacen—, la sociología de su dirigencia —quiénes son— y Albert Rivera, su líder.
Ciudadanos surge de un núcleo de intelectuales y académicos, llamativamente diferentes entre sí. Poco hay en común, por ejemplo, entre Carreras y Boadella. El sociólogo Karl Mannheim adjetivó como “flotantes” a los profesionales del conocimiento libres de una lógica común de clase. Es buen adjetivo para los fundadores de Ciudadanos. Su único vínculo era el rechazo al pujolismo. Trabajadores del conocimiento, cuyo medio de producción es la racionalidad, eran doctrinalmente pragmáticos: en su Manifiesto fundacional, macronianos antes que Macron, afirmaron simultáneamente la socialdemocracia y el liberalismo. Y tenían personalidades fuertes: en Cataluña, luchar contra el nacionalismo requiere coraje. Rivera no fue founding father doctrinal. Fue, según la leyenda, por azar alfabético, su primer cartel electoral.
Flotantes son también sus figuras mediáticas. Villacís es reclutada cuando en una emisión de radio en que participaba como abogada coincide con Rivera. Arrimadas, consultora empresarial, inicia su relación con Ciudadanos cuando casualmente acompaña a una amiga a un mitin de Rivera. Hay más serendipia que ideología en la afiliación a Ciudadanos. Arrimadas y Villacís representan bien la sociología del Comité Ejecutivo de Ciudadanos, compuesto mayormente por jóvenes profesionales liberales, de clase media o hijos de clase trabajadora con proyectos vitales de movilidad vertical. Son material y psicológicamente individualistas. Su ideología no tiene anclas de clase arraigadas. Entran en política porque es una actividad más interesante que su profesión original. El contraste con la dirección del Partido Socialista, y con su Gobierno, casi todos funcionarios o miembros de la clase política, con una fuerte identidad grupal, no puede ser mayor.
Hay, sin embargo, características comunes a los comités ejecutivos de Ciudadanos, PP y PSOE. Primero, la escasez de figuras con trayectorias internacionales, como Garicano, en Ciudadanos, o, en el Gobierno socialista, Patiño. La inmensa mayoría no han experimentado “ganarse el pan” compitiendo globalmente. Por tanto, difícilmente sabrán preparar a los españoles para ello, lo que debería ser el primer punto de cualquier ideario de gobierno. Segundo, salvo Borrell, en el PSOE, tampoco hay figuras excepcionales. No hay grandes innovadores, o fundadores de prestigiosos bufetes, o exitosos directivos de multinacionales, o políticos reputados. Para PP y PSOE, partidos conservadores, de intereses de clase distintos, pero ambos conservadores, esta carencia de excelencia no es problema, ya que el catenaccio del statu quo requiere menos talento que alterar un bipartidismo imperfecto de décadas. Hay déficit cuantitativo y cualitativo de talento en Ciudadanos.
De Rivera conocemos su estilo parlamentario: refunfuñante, de gestualidad rápida y expansiva, verbo acelerado, como si su adrenalina le dominase. Quizás es la ansiedad de los solitarios: aprensión ante la posibilidad de un fracaso para el que no tendría cobertura, ni social ni psicológica. Rivera es difícil de categorizar porque no está anclado socialmente. Hijo de la emigración en Cataluña, de padres pequeños empresarios, ni pertenece a la cultura, mayoritariamente del Sur, de la clase obrera en Cataluña, ni a la catalanista pequeñoburguesa. Lleva en política, como Sánchez o Casado, casi toda su vida adulta, pero mientras PSOE y PP son estructuras fuertes, que moldean a sus miembros, Ciudadanos es todavía un partido en construcción, menos institucionalizado, una “situación débil” que influye menos en los suyos. Y Rivera ha estado siempre en posición interna de poder. Rivera es más Rivera en estado puro, que Sánchez es Sánchez y Casado es Casado. Estos dos, tan análogos en sus trayectorias, son productos típicos de sus partidos. Probablemente sean los mejores de ese perfil, pero típicos. Rivera es atípico, misterioso, incluso es posible que para sí mismo. Sus reveladores modelos confesos, Suárez (comparte con Casado la suarezlatría) y Macron, son chicos de provincias en busca de fortuna en la capital, cuya identidad personal siempre se sobrepone a la social o ideológica.
Los retos de Rivera son inmensos. Algunos emocionales. Superar, él mismo, y ayudar al partido a hacerlo, el duelo por la pérdida tremenda de expectativas, de la probabilidad de gobernar a ser complemento del PSOE o del PP.
Los retos de Rivera son inmensos, como superar él, y ayudar al partido a hacerlo, el duelo por perder expectativas
Otros son doctrinales. En 2017, sin influencia del grupo fundador, Ciudadanos, ya bajo el control de Rivera, en su segundo Manifiesto, deja caer su parcial filiación socialdemócrata. La innecesaria apuesta única por el liberalismo ha encajonado a Ciudadanos en un rincón ideológico, como Félix Ovejero, uno de los fundadores, ha escrito en estas páginas. El liberalismo es una categoría ambigua, no experimentada en el sur de Europa, que añade indefinición y riesgo a Ciudadanos como opción electoral. ¿Cuál es el liberalismo de Ciudadanos? ¿El anglosajón? ¿O una puesta al día innovadora y fiscalmente responsable de la socialdemocracia? Tal indefinición provoca que Ciudadanos quede identificado sobre todo por su posicionamiento en Cataluña, pero este define una postura constitucional, no una alternativa de gobierno.
El reto más importante de Ciudadanos, incluso para su futuro más probable como partido complemento de mayorías gubernamentales, es la incorporación de talento. Ciudadanos no puede competir con cuadros mayoritariamente amateurs. Entre amateurismo y profesionalidad siempre gana la segunda. Incluso su ídolo Macron se ha rodeado de clase política, como Collomb el septuagenario exalcalde de Lyon para Interior; otro septuagenario ex apparatchik del partido socialista, Le Drian, para Exteriores; cooptado como Ministro de Economía a Le Maire, la estrella ascendente del centro-derecha, y en su día ensanchado base electoral con el sexagenario Bayroux.
La dificultad para Rivera es que muy pocos talentos —experimentados, reputados, pragmáticos— habrá dispuestos a unirse, por los salarios ridículos de la política, a una opción de expectativas dudosas y liderazgo por contrastar, donde van a recibir la agresión conjunta del PP y PSOE, que lucharán con fiereza por sus puestos de trabajo, incluso de los que llegaron antes a Ciudadanos. Si Rivera quiere anclar a Ciudadanos, que deje de ser una apuesta electoral incierta, ha de encontrar, reclutar e incorporar ese talento. Los que son ahora no son suficientes. Ese es su test de liderazgo.
José Luis Álvarez es doctor en Sociología por Harvard y profesor de Liderazgo en INSEAD (Fontainebleau-Singapur).