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Ciudadanos: ¿hijos de Locke o de Rousseau?

John-Locke-Jean-Jacques-Rousseau¿Tú eres de Locke o de Rousseau? Esta podía haber sido la pregunta que empleara Albert Rivera para dirimir si Ciudadanos debía seguir siendo al mismo tiempo liberal y socialdemócrata o puramente liberal. Lo cierto es que en la Comisión de Valores de Ciudadanos hubiera cosechado muchísimos Rousseau y pocos Locke, prueba de lo innecesario de la definición a la que Albert Rivera ha sometido a su partido.

Y habría mayoría de Rousseau porque “nadie está dispuesto a poner en cuestión el Estado de Bienestar” (Prendes), porque “ha llegado la hora de definirse” (Rivera), porque “no somos el PP y no somos el PSOE” (Girauta) y “porque hay que emparejar el terreno con políticas públicas para preservar la igualdad de oportunidades” (Toni Roldán).

Pero nadie alzó la voz en el Teatro Nuevo de Coslada para defender el protagonismo del individuo o de la sociedad civil frente a un Estado cada vez más poderoso, polifacético y devorador de recursos que es lo que hubiese hecho Locke.

UN TRONCO COMÚN

Es tan amplio el reconocimiento del papel del Estado en la vida moderna que hacen los líderes de Ciudadanos y se sienten tan cómodos asumiéndolo bajo la coartada europea, que nada les diferencia de los otros hijos de Rousseau: los socialdemócratas. Ambos son felices bajo la viga maestra del pensamiento del filósofo francés que es la volonté générale.

Por eso muchos liberales y socialdemócratas comparten a Rousseau en su árbol genealógico sin problema alguno. Pero no así a Locke, que heredó de Hobbes el recelo hacia el Estado. Y en esa línea también se inscribe Jefferson, contemporáneo de Rousseau y padre del constitucionalismo norteamericano, para quien un gobierno adecuado no sólo impide que los individuos abusen de la libertad de otros, sino que también se frena y se inhibe a la hora de disminuir el ámbito de libertad de los ciudadanos.

UN EMPEÑO POCO EXPLICADO

Ese liberalismo que acrecienta desde el ejercicio del poder el ámbito de libertad de las personas sigue sin estar en la agenda de ningún partido español. Por lo visto en Coslada, el liberalismo progresista de Rivera no lo está y eso impedirá que la derecha liberal, terreno en el que quiere ir a rascar algunos votos, le considere algo más que un bastardo ideológico.

Vistas así las cosas, no se entiende muy bien por qué Rivera se ha empeñado en tumbar la socialdemocracia de la ideología de Ciudadanos. Hay quien piensa que es otra operación del tipo Libertas, donde su empeño personal les llevó al borde de la desaparición. Algunos intelectuales que fundaron Ciudadanos, como Félix Ovejero, le han advertido de lo innecesario de la operación.

DOBLE DESAMPARO EN CATALUÑA

El propio Rivera dijo este sábado que no se trata de un tema semántico sino de contenido. Quiere indicar a los españoles qué va a hacer Ciudadanos si gobierna. Pues si el asunto no es semántico, ¿a qué viene el empeño en borrar el término socialdemócrata de su frontispicio? Quizá le hubiese resultado más interesante buscar en el enorme capital cívico del partido las fortalezas que cree necesitar o los complejos que quiere disipar (hay militantes que dicen sentir «vergüenza» de que se les identifique con la socialdemocracia).

El ala catalana de Ciudadanos, donde Sergio Sanz defendió el mantenimiento de las dos identidades, liberal y socialdemócrata, tiene todo el derecho a sentirse doblemente traicionada. Ciudadanos nació de un primer abandono, cuando el PSC de Maragall se escoró hacia el soberanismo. Los grupos sociales de los cinturones industriales que no habían sido asimilados por el catalanismo político nutrieron sus filas. Esta renuncia a la socialdemocracia es vista como una segunda deserción. Su sensación de desamparo en un territorio donde los separatistas procuran que se sientan cada vez más como unos extraños es comprensible.

La cuestión tendrá consecuencias, porque es más fácil que un liberal entienda el elevado intervencionismo que acepta la sociedad española (donde sólo un 7% se identifica con una actitud liberal), que un socialdemócrata abrace el liberalismo al que percibe como un salto en el vacío.

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