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Clandestinos: un escandaloso silencio

Nada se sabe de los supuestos luchadores anticastristas detenidos por cubrir con sangre de cerdo varios bustos de Martí

Dice la voz popular que a veces el olvido es más saludable que la memoria. Esta máxima bien podría aplicarse al caso de una supuesta organización anticastrista que en los primeros días de enero de este propio año alborotó las redes al debutar con un polémico método de rebelión: cubrir con sangre de cerdo varios bustos de José Martí y alguna que otra valla pública en la que aparecía la imagen del Castro difunto.

Ya fuera por la intangibilidad de Clandestinos -nombre por el que fue conocido el colectivo-, por su inesperada aparición, porque ocultaban su identidad utilizando máscaras que cubrían por completo sus rostros, porque actuaban siempre en horarios nocturnos y porque, además, filmaban videos breves que después publicaban en las redes sociales para dejar constancia de sus presuntas actividades, lo cierto es que aquellos escurridizos rebeldes acapararon la atención de los internautas y de varios medios digitales, desatando enconados debates entre partidarios y detractores y quebrando la habitual abulia del escenario político opositor cubano.

No fueron pocas las voces airadas que criticaron lo que consideraban una grave profanación de la memoria del cubano más venerado de todos los tiempos -Martí, se entiende-, pero hay que reconocer que Clandestinos logró atraer la simpatía de gran parte de la emigración y de activistas de distintas ideologías, así como de activistas de las más diversas agendas y de varios periodistas independientes dentro de la Isla que, con absoluta carencia de juicio, se sumaron a la etiqueta #TodosSomosClandestinos y comenzaron a compartir en sus redes los videos y fotos de las supuestas acciones de los nuevos paladines de la libertad.

Seguramente nunca hubo en el firmamento opositor de la era castrista otro grupo tan fantasmal, con un ascenso tan meteórico, una caída tan estrepitosa o una vida tan efímera

Más aún, durante la primera semana del año, y con la irracional pasión que caracteriza el temperamento nacional, cuestionar la existencia misma de Clandestinos o lanzar cualquier razonamiento que arrojara una sombra de sospecha sobre los héroes del momento o sus acciones -que nadie pudo siquiera contrastar-, equivalía para los espíritus más radicales la peor de las traiciones a la causa anticastrista, cuando no una prueba de «estar al servicio de la dictadura».

Sin embargo, el espejismo duró poco. Seguramente nunca hubo en el firmamento opositor de la era castrista otro grupo tan fantasmal, con un ascenso tan meteórico, una caída tan estrepitosa o una vida tan efímera. Apenas transcurrió una semana entre la aparición del primer video de Clandestinos en el ciberespacio, el 1 de enero, hasta que se emitió la nota oficial a través del Noticiero Nacional de Televisión (NTV), el día 8 del mismo mes, informando sobre la captura de los autores de aquellos «hechos vandálicos».

Ya sin máscaras teatrales y sin el menor glamur, las imágenes de Panter Rodríguez Baró y Yoel Prieto Tamayo, los supuestos Clandestinos, fueron expuestas en los medios del monopolio de prensa castrista. Siguiendo el típico esquema de la Seguridad del Estado, ambos fueron calificados como antisociales con antecedentes delictivos por tenencia y consumo de drogas cuyas acciones financiadas por los villanos de siempre -es decir, «los apátridas» de Florida- formaban parte de «una sucia maniobra mediática para hacer creer que en Cuba existe un clima de inseguridad y violencia».

A juzgar por el correspondiente reportaje con que suelen acompañarse estas «victorias» de la Plaza de la Revolución, aquel grupo de guerreros anónimos de alcance nacional resultó ser un dúo restringido a La Habana.

Y así, sin un solo aplauso y sin una lágrima, terminó el drama. En fuerte contraste con el escarceo que habían suscitado durante su breve paso por la escena mediática, una lápida de silencio y olvido se ha cerrado desde entonces sobre los Clandestinos.

Curiosamente, en los seis meses transcurridos ninguno de sus apasionados seguidores ha convocado a una campaña por la liberación de estos corajudos luchadores anticastristas. Nadie se pregunta dónde están o en qué estado se encuentran, encerrados en las tenebrosas celdas de la Seguridad del Estado, si es que realmente están allí. De hecho, los nombres de Panter y Yoel ni siquiera figuran en las listas de presos por motivos políticos que son actualizadas regularmente por diferentes organizaciones.

Desde la detención y el inicio del proceso de instrucción penal del caso, los medios oficiales no han mencionado una palabra acerca del tema

No menos intrigante es el silencio desde el extremo opuesto del espectro. Desde la detención y el inicio del proceso de instrucción penal del caso, los medios oficiales no han mencionado una palabra acerca del tema, pese a que al calor de aquel chusco reportaje los revolucionarios más aguerridos llegaron al extremo de sugerir contra los conspicuos enmascarados la aplicación de la pena de muerte por el delito de afrenta a la patria.

Resulta cuando menos sospechoso que mancillar la memoria del Héroe Nacional represente un delito menor -y por tanto postergable- comparado con crímenes tan abominables como el acaparamiento de cebollas, la reventa de artículos de aseo, el trapicheo de piezas de automóviles, el tráfico ilegal de turnos en las colas o, más recientemente, la fabricación de quesos, que en los últimos tiempos y casi a diario ocupan prioritariamente los minutos finales de los noticieros de la televisión.

Al parecer, por esta vez, aunque por causas diferentes, se está produciendo una de esas excepcionales coincidencias en las que extremos opuestos -el régimen castrista, por algún oscuro interés, y sus más acérrimos adversarios a ambos lados del estrecho de Florida, por percepción del ridículo- habrían optado por la misma estrategia: correr un manto piadoso sobre un asunto que puede resultar incómodo a ambos.

Habrá que ver si en los tiempos venideros Clandestinos vuelve a la palestra y las autoridades cubanas montan un simulacro de juicio ejemplarizante. Aunque, en lo personal, igual mantendría mis reservas. Quién sabe si, como apuntaba un colega, un día cualquiera reconocemos a Panter o a Yoel fungiendo como custodios en alguna embajada extranjera en La Habana. Es sabido que las decisiones de la Seguridad del Estado son inescrutables.

 

 

 

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