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Coixet: Caballos locos y vacas azules

Salsigne, France (Aude, Languedoc-Roussillon): tourism, attractions and travel guide for Salsigne

           SALSIGNE

 

Es un pueblo pequeño, no más de trescientos habitantes, sin más monumentos que el inevitable a los caídos en las dos guerras mundiales. No hay  restaurantes ni bares, ni panaderías, sólo una tienda de comestibles que cierra los lunes. Un lunes por la tarde de verano no hay ni un alma en la calle. Confieso que nunca había oído ese nombre hasta hace un par de años, cuando me perdí y crucé Salsigne buscando otro pueblo que resultó estar en un desvío que, para variar, me había pasado. Tras él, a pocos kilómetros se alzan los imponentes castillos cátaros en ruinas: Orbiel sur Ciel, un poco más al este, la zona vinícola de Corbières, a quince kilómetros Carcassonne y su cité medieval, que de medieval tiene ya poco.

Una de las cosas que me hicieron querer saber cosas de Salsigne fue una extraña edificación abandonada a la salida del pueblo que recordaba a un decorado abandonado de La leyenda de la ciudad sin nombre. Y era, en efecto, una mina de oro abandonada, que cerró en 2004, que fue la mina de oro más importante de Europa Occidental y que llegó a emplear a más de cuatro mil mineros, muchos de ellos españoles. Durante mucho tiempo la explotación de la mina trajo prosperidad a la comarca, pero el método de extraer oro también implicaba la extracción de arsénico a razón de siete a ocho gramos de oro por tonelada de roca; es decir un kilo de oro generaba seis toneladas de arsénico.

 

Alemania utilizó el arsénico de Salsigne en los campos de exterminio que no poseían hornos crematorios

 

Sabiendo que, entre 1892 y 2004, las minas produjeron entre 120 y 250 toneladas de oro, la mina de Salsigne sacó de la tierra una ingente cantidad de veneno. Los primeros indicios registrados de la toxicidad del arsénico inhalado se produjeron en los años treinta, cuando se empezaron a emplear caballos para trabajar en la mina. Se observó que estos, después de pocos días, se volvían locos y se suicidaban despeñándose por un precipicio. Tambien se observó que las vacas se volvían azules y que su leche tenía un gusto raro. Nada de eso paró la explotación, Salsigne se convirtió en el principal exportador de arsénico del mundo y Alemania fue su principal cliente: lo utilizaron en los campos de exterminio que no poseían hornos crematorios. El arsénico fue permeando la tierra hasta el punto que se dio orden de no utilizar pozos ni cultivar hortalizas ni nadar en el río. Ahora sabemos que las tasas de cáncer y leucemia entre los mineros y sus familias eran diecisiete veces más altas que en el resto de Francia, pero hasta su cierre en 2004 se seguía –y se sigue– poniendo en duda que el arsénico sea la causa de esas altísimas tasas de enfermedad. En 2018, catorce años después del cierre de la mina, las inundaciones que causaron dieciocho muertos en el Aude pusieron al descubierto toneladas y toneladas de arsénico que estaban enterradas.

Cuando se midió la tasa de arsénico del agua y del suelo de un colegio, se encontraron niveles de toxicidad abrumadores. Lo terrible es que se sabía que todo ese arsénico enterrado algún día saldría a la luz porque no se cubrió adecuadamente. El Gobierno francés elude la responsabilidad en este asunto, arguyendo que son los propietarios de la mina los que debían haber tomado medidas. Muchas familias con niños pequeños han tenido que irse de aquí por miedo –justificado– a las consecuencias. Los que se han quedado, muchos con miembros fallecidos por cáncer directamente causado por el arsénico, no tienen ni recursos ni energía para poner pleitos contra el Estado. Salsigne tiene el triste récord de ser el lugar más contaminado de Francia. Me pregunto cuántos Salsigne ocultos están cerca de nosotros sin que lo sepamos. ¿Cuántos?

 

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