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Siria: Muertes masivas, tortura y otras violaciones de derechos humanos contra las personas detenidas tras la derrota del Estado Islámico. Nuevo informe - Amnistía Internacional

 

 

Tras la caída de Bashar al-Ásad, los alrededores de las numerosas cárceles sirias se han llenado de gente que busca a hermanos, madres, padres, familiares… Circulan rumores de todo tipo mientras sacan bolsas y más bolsas con toda clase de restos humanos.

Según Human Rights Watch en Siria, los restos encontrados hasta ahora son solo la punta del iceberg de todo lo que irá apareciendo en los próximos meses. La caída de Ásad ha desatado un tsunami de esperanza para las familias que durante décadas estuvieron sin posibilidad de saber qué pasó con sus seres queridos. Lo más doloroso no es ya encontrar los restos de algún familiar, sino no encontrarlos y seguir viviendo con la incertidumbre. 

 

«Me tumbaron en el suelo y me rompieron las costillas –contó Al-Hamada–. Un agente saltaba sobre mi cuerpo con todas sus fuerzas. Podía oír cómo se rompían mis huesos»

 

«Si alguna vez pasabas por aquí en la época de Ásad, no podías detenerte, no podías mirar hacia arriba». «Los coches pasaban a toda velocidad. Si te parabas, se acercaban a ti, te ponían una bolsa de plástico en la cabeza y te llevaban», dicen los que vivieron la dictadura. 

Casi medio millón de personas murieron en estos años de guerra, cien mil de ellas en las cárceles, torturadas, violadas y asesinadas. El caso Mazen al-Hamada es seguramente el más conocido de los prisioneros del régimen. Su rostro doliente es difícil de olvidar. 

Cuando en la primavera de 2011 estalló un levantamiento contra el régimen de mano dura de Ásad, Mazen al-Hamada fue uno de los primeros en unirse y luego organizar manifestaciones en su ciudad natal de Deir ez-Zor. A partir de ese momento, Al-Hamada se convirtió en un objetivo del régimen. En 2012, el servicio de inteligencia de la Fuerza Aérea, una de las ramas de seguridad más temidas del estado, arrestó a Al-Hamada después de que introdujera de contrabando leche en polvo para un bebé en un suburbio sitiado de Damasco. Durante casi dos años fue sometido a técnicas de tortura medievales, violaciones y palizas, y a un abuso psicológico indescriptible. Más tarde, dijo que confesó crímenes que no había cometido cuando un oficial le colocó una pinza alrededor del pene, apretándola cada vez más hasta que el dolor le hizo sentir que su mente iba a estallar.

«Me tumbaron en el suelo y me rompieron las costillas –dice en el documental–. Un agente saltaba y se abalanzaba sobre mi cuerpo con todas sus fuerzas. Podía oír cómo se rompían mis huesos».

El entrevistador le pregunta a Al-Hamada qué piensa de sus abusadores. Este hace una pausa y traga saliva mientras sus ojos se llenan de lágrimas que corren por su rostro demacrado. «No descansaré hasta llevarlos a juicio y obtener justicia –agrega desafiante–. Justicia para mí y mis amigos que se fueron».

En 2020, volvió a Siria por razones que se desconocen y fue capturado inmediatamente. Murió asesinado tan sólo diez días antes de la caída de Ásad.

 

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