Colapso del sistema de Salud: Así cae la última columna del régimen cubano
El colapso sanitario de Cuba no es consecuencia de una catástrofe imprevista ni de un agotamiento “coyuntural” de los recursos, sino de un endémico fenómeno de depauperación del sistema político.
LA HABANA, Cuba. – En la ruptura del “mito” sobre la salud cubana han influido muchos acontecimientos, entre los que se incluyen incluso las acusaciones basadas en pruebas sobre cuánto hay de explotación laboral en la comercialización de los servicios médicos, ese negocio internacional nada transparente que el régimen cubano llama “brigadas médicas”, pero que sabemos, por las evidencias existentes, que en realidad lo mismo son un caballo de Troya del Partido Comunista que hasta la más grande y lucrativa dotación de profesionales esclavizados del mundo, sometidos por un gobierno mediante todo tipo de chantaje.
La caída estrepitosa del “cartelito” de buen samaritano reveló un cáncer mayor, traducido al interior de los servicios médicos de la Isla en miles de consultas cerradas en los hospitales y policlínicos debido a la masividad de las “misiones”, aumento de las muertes por causa de enfermedades crónicas y agudas sin atender, agotamiento del escaso personal sanitario en Cuba por redoblamiento de los turnos y guardias, más una cadena casi infinita de perjuicios.
Desde mucho antes de la actual crisis provocada por la pandemia de COVID-19, se han vuelto cotidianas durante años las denuncias sobre la falta de medicamentos en las farmacias, el abandono del sistema de “médicos de la familia”, el estado ruinoso de los hospitales y hasta de los bajísimos salarios de los profesionales y las malas condiciones de vida de muchos de ellos. Sin hablar demasiado del mercado negro de los servicios, incluidos los de obstetricia ―algunas embarazadas pagan por tener un parto sin dolor porque el sufrimiento innecesario se ha hecho práctica usual―; o el tráfico de medicamentos controlados o de uso exclusivo en hospitales, y hasta de la venta de sangre o la exportación de esta en volúmenes considerables.
También han sido persistentes y muy bien fundadas las revelaciones sobre las abusivas diferencias, por ser altamente discriminatorias, entre la atención médica a los cubanos de a pie y el sistema de clínicas exclusivas para el tratamiento especializado a extranjeros y altos dirigentes de la dictadura, los que pueden acudir a instalaciones con el confort de hoteles de lujo y tecnología de punta, incluso asociados a paquetes de turismo de sol y playa.
Hoteles-hospitales a donde solo tiene acceso una élite en el poder, o asociada a este, y en donde está prohibida la entrada a los cubanos “de a pie”. Hoteles que, sin ser hospitales, cuentan hasta con equipos de resonancia magnética y de rayos X, los cuales de manera provisional han tenido que ser trasladados de urgencia desde los cayos de Ciego de Ávila hasta la ciudad cabecera de la provincia ¡donde no los había! O donde alguna vez los hubo pero “desaparecieron”, porque en Cuba la torcedura del tobillo de un turista es más importante que el nódulo maligno en el cuerpo de cualquiera de nosotros, los ciudadanos de segunda.
Tanto o más escandaloso y paradójico que lo anterior es la verdad irrefutable, palpable e inmoral de que la dictadura cubana invierte más en la compra de autos patrulleros y equipos antimotines que en ambulancias y respiradores; que gasta más dinero (que dice no tener) en levantar hoteles “con recursos propios” (como esos del Vedado que no han dejado de crecer aún en medio de la crisis), que en hospitales y en medicamentos básicos.
Durante más de 20 años los medios independientes y, más reciente con el incremento del acceso a internet de los cubanos (a pesar de los altos precios del servicio y el evidente control policial), las redes sociales han sido constantes divulgando las miles de irregularidades, desatenciones y atropellos en el sistema de salud cubano, un caos casi a perpetuidad que ha costado más muertos, traumas y tragedias familiares que los miles dejados en estos meses por el coronavirus.
De modo que el colapso del que hablamos por estos días, y al que, convenientemente, el régimen intenta hallarle similitudes con lo que sucede en el resto del mundo por causa de la pandemia, no es consecuencia de una catástrofe imprevista ni de un agotamiento “coyuntural” de los recursos sino de un persistente, endémico fenómeno de depauperación de un sistema político que no da más, y que en el proceso de agonía y descomposición amenaza con el contagio mortífero de cuanto continúa conectado a él.
Hasta hace unos meses la última columna “funcional” en la estructura discursiva de la dictadura se mantenía en pie con el mito, solo con el mito, de un sistema de salud robusto, diferente de cualquier otro en su universalidad y efectividad. El constante llamado a “resistir”, a continuar apostando y sacrificando vidas por el “socialismo a la cubana” y por el “liderazgo” del Partido Comunista se justificaba en la promesa reiterada (pero solo a medias cumplida) de garantizar, en cualquier circunstancia, la salud pública y la atención médica gratuitas y de calidad. Sin embargo, las imágenes dantescas de los últimos días hablan por sí solas de cuánto ha habido de falacia y burla en ese “proyecto social”.
¿De qué les vale “venderse” ante el mundo como “diferentes” si en circunstancias difíciles, frente a las crisis, no logran responder de modo “diferente”, si la respuesta al colapso es intentar convencernos de que todos los sistemas sanitarios en el mundo están igual de afectados por el nuevo coronavirus? ¿Acaso no eran la salud y la educación (otra de las columnas derribadas) nuestras “fortalezas”, los dos argumentos irrebatibles contra “quienes intentan subvertir el orden”?
Porque fue por aquellas “garantías de palabra” que algunos aceptaron sacrificar sus vidas, y las vidas de sus hijos. Los millones de cubanos y cubanas que confiaron en esas promesas de antaño, hoy han quedado abandonados a su suerte, a la espera de algo más que la arenga televisiva de un doctor comprometido más con su cargo de funcionario en un ministerio que con la ciencia, algo más que una vacuna que no sirve de mucho cuando el cuerpo no se alimenta como es debido, cuando contra la neumonía no aparece un antibiótico o al menos una duralgina para bajar la fiebre, y cuando es inevitable salir a la calle a pelear por un trozo de pan.
Entonces, cuando decimos que el sistema de salud cubano colapsó, pensando en lo que sucede por estos días, en el crudo presente, no estamos siendo estrictamente fieles a la realidad. Estamos ignorando el devenir del caos e incluso ayudando a consolidar esa narrativa “mitológica”, tan típica del régimen cubano, que busca confundir cuando no es capaz de convencer.
Asimilando la situación cubana a la del resto del mundo, las “malas noticias” que salen de Cuba en cuanto al mal manejo de la COVID-19, no causan la perplejidad que debieran porque se disuelven en la “normalidad” de lo que actualmente sucede en el planeta o lo que sucedió meses atrás con otros sistemas de salud colapsados. Una “interpretación” que conviene a algunos porque es el mal menor entre todas las “malas publicidades”.
Porque si hay que aceptar el fracaso públicamente, mejor es decir que no hubo ganador. Porque recordarle al mundo que ellos, como régimen totalitario, se han aferrado a su “singularidad política” de partido único porque así garantizan salud y educación cuando otras naciones no pueden hacerlo, es reconocer que el colapso no ha sido de una sola columna sino de toda la estructura, incluso más allá de los cimientos.