Democracia y Política

Colombia: El fin de la burbuja

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Desescalar o languidecer, esa es ahora la cuestión.

A la fórmula colombiana para la negociación entre el Gobierno y las Farc le pasó lo que a sus autores, los israelíes: con mucha pena (sobre todo para los civiles más pobres y olvidados…) y sin nada de gloria, eso de “’negociar como si no hubiera guerra y hacer la guerra como si no hubiera negociación” fracasó.

Mantener la negociación de La Habana en una burbuja, como si los avatares de la guerra en Colombia no contaran, fue útil pero se volvió insostenible.

La fórmula estaba pensada –correctamente– para una negociación ‘de meses, no de años’. Pero pasaron los meses, pasan los años –vamos para cuatro, desde febrero del 2012–, pasan uno tras otro los costosos incidentes de la confrontación y es evidente que la fórmula se ha agotado. Y en La Habana no reaccionan.

Para demasiados colombianos es cada día más incomprensible que allá se hable de paz mientras aquí truena lo contrario. Las regiones más afectadas por el conflicto armado han sido partidarias de la negociación; hoy son escépticas. Una confrontación de oleoductos volados que contaminan y dejan a la gente sin agua y torres derribadas que sumen en la oscuridad ciudades completas, simplemente ‘no es computable’.

Estos dos meses y medio de escalamiento de la guerra en Colombia han devastado la confianza pública sobre lo que pasa en Cuba. Desde el ataque de las Farc en el Cauca y la reanudación de los bombardeos del Gobierno, a mediados de abril, el proceso –y el Presidente– ha caído a sus niveles más bajos de aprobación y más altos de pesimismo en las encuestas que se hacen entre la población urbana.
El Presidente no parece darse cuenta de que mientras más bombardea, más cae su popularidad. Y a las Farc no parece importarles que con cada tubo volado se hunden a sí mismas y al proceso en un abismo de desconfianza y pesimismo.

La solución no es ni un cese bilateral de hostilidades, tan difícil de pactar como imposible de implementar en las circunstancias actuales, ni tampoco confiar en que nuevos acuerdos revivan la confianza pública en la negociación (para la muestra, la Comisión de la Verdad: pese a su trascendencia, al cabo de una semana, nadie se acuerda de ella).

No. El problema central del proceso no es que esté atascado (que lo está en el tema de justicia) o que no produzca acuerdos (que ha vuelto a producir). El problema es que la idea misma de La Habana como una burbuja, aislada del impacto de un conflicto cada vez más degradado y devastador para los civiles, se volvió inviable.

Por eso, lo único que puede destrabar la situación y conmover el escepticismo general son medidas audaces de desescalamiento.

Es evidente que las acciones de guerra son una forma de prolongar la negociación por otros medios. Con sabotajes y bombardeos, las partes no buscan vencer en una guerra que saben que no pueden ganar, sino avanzar sus posiciones en la mesa.

Las Farc privilegian volar torres y oleoductos por el bajo esfuerzo militar que eso demanda y el alto impacto que tiene. El Gobierno está en capacidad de retaliar devastadoramente desde el aire. ¿Son capaces las partes de renunciar a ‘ventajas’ como esas? ¿Y de asumir el costo –las Farc, entre su tropa; el Gobierno, ante la oposición– que ello tendría?

* * * *

El contraste entre lo que pasa en la mesa y lo que ocurre en Colombia no puede ser más notable. Aquí truenan la dinamita y las bombas, allá es business as usual. Pero lo que sucede aquí está estrangulando al proceso allá.

Por ahora, lo único que puede devolver a la desinflada burbuja de La Habana la confianza perdida son medidas extraordinarias y valientes de desescalamiento.

Álvaro Sierra Restrepo

cortapalo@gmail.com
@cortapalo

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