Colombia: La «patada histórica»
A las 8:30 de la mañana, Álvaro Uribe Vélez entra al Salón Continental del Hotel Dann Carlton de Bogotá. En unos minutos comenzará el seminario “La democracia en América Latina”, dedicado a Venezuela y organizado por la Fundación Internacionalismo Democrático que preside, y cuya coordinación ejerce el escritor Plinio Apuleyo Mendoza. El evento no escapa de la curiosidad periodística. Si bien desde que dejó la presidencia de la República hace 16 meses, optó por alejarse de la confrontación y sumergirse en el rigor académico, en estos días los hechos lo han convertido en una figura controversial, hasta el punto de que podría enfrentar un juicio por supuestos delitos durante su mandato.
El seminario cuenta con la presencia de dirigentes de la oposición venezolana, invitados de Ecuador y España, y el equipo que le acompañó durante su gestión y que sigue a su lado en la etapa de la adversidad. Francisco Santos, vicepresidente y José Obdulio Gaviria vocero, cuidan el temario y orientan la discusión, mientras él toma notas y complementa con preguntas las exposiciones. En la introducción, aclara que “el tanque de pensamiento” que dirige procura desarrollar estudios, investigaciones, debates y opiniones, sobre las ideas de la democracia, libertad, seguridad y progreso en el continente, sin utilizar los calificativos de “izquierda” y “derecha” sino basado en cinco parámetros que serían la base de la democracia moderna: la cohesión social, la transparencia, la seguridad, las libertades, y la institucionalidad independiente del Estado.
En la valoración se destaca que si bien el desempeño de América Latina no es el peor en el marco de la crisis económica global, existen, en cambio, síntomas graves de deslegitimación y deterioro de los valores democráticos. En esta tendencia cobra importancia el modelo del “Socialismo del Siglo XXI” patentado por Hugo Chávez, exportado a varios países y en buena medida calcado por Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia y Daniel Ortega en Nicaragua. Destaca que si bien existieron temores con un gobierno encabezado por Ollanta Humala en Perú, todo indica que éste habrá de mantenerse en la línea marcada por el gobierno de Brasil, de orientación de izquierda pero con una acción pragmática en términos sociales. Es el proceso iniciado por Fernando Henrique Cardoso durante dos períodos, continuado con un sesgo más radical en lo político por Ignacio Lula Da Silva, y ahora en manos de Dilma Rousseff quien habrá de actuar con mayor equilibrio y realismo. Uribe destaca la grave situación planteada por el narcotráfico como un combustible de la violencia latinoamericana con expresiones criticas en México y Centroamérica y con riesgo de contagio en Jamaica y Republica Dominicana.
Eduardo Fernández, Antonio Ledezma, Pablo Medina, Fernando Gerbasi, Marco Tulio Bruni Celli, Pedro Paúl Bello, Edmundo González y Agustín Berríos, en representación de la Mesa de la Unidad Democrática arman el escenario venezolano para la sucesión presidencial del 2012. Una situación que no es ajena al expresidente, y que ahora confiesa le preocupa aun más por los cambios que en las relaciones con Caracas ha introducido su sucesor. No es fácil para Uribe entender cómo después de una denuncia ante la OEA sobre la existencia de campamentos de las FARC en Venezuela, el señalamiento haya desaparecido como prioridad de la diplomacia bogotana. La explicación radicaría en el compromiso adquirido por Chávez de cancelar una deuda de 900 millones de dólares a exportadores colombianos que gravitaba en la economía doméstica. “No se entiende que por esa razón, que no deja de ser importante, se abandonen los principios y una política que procuraba justamente garantizar la seguridad de los colombianos y también la seguridad de Venezuela”.
Es más incomprensible aún el brusco giro, si se toma en cuenta que Santos en su condición de Ministro de la Defensa, estuvo comprometido en la fase militar del Plan de Seguridad Nacional que logró el debilitamiento de las FARC, una de las razones por las cuales el “uribismo” contó por tercera vez con el apoyo mayoritario de los electores y que drenó justamente a su favor ante el impedimento de Uribe para la reelecto. “Presidente, ¿en qué momento se produjo esa ruptura entre su funcionario más cercano y usted?”, Guarda silencio porque preferiría no hablar de “cosas desagradables”. Ante la insistencia dice: “Viví una gran decepción cuando llamé al presidente Santos para pedirle que no autorizara la extradición del narcotraficante Makled a Venezuela, y él me dijo que estudiaría el caso para tomar una decisión. Me sorprendió que casi inmediatamente se anunciara que el personaje sería entregado al gobierno de Chávez. Son cosas que no se entienden y que por supuesto, molestan mucho”.
Es jueves 24 de noviembre y en cuatro días se realizará una nueva reunión de Santos y Chávez en Caracas para repasar el nivel de las relaciones entre los dos países. “Si usted fuera venezolano, ¿qué le preguntaría al presidente Santos sobre la reunión?” “Si yo fuera venezolano le preguntaría qué pasó para que milagrosamente se haya olvidado de la denuncia que el mismo condujo contra la presencia de las FARC en el territorio de un país hermano”.
El episodio magnificado por una filtración periodística, es un simple elemento del distanciamiento entre los mandatarios. En Colombia se vive lo que parece ser una constante de la política entre el alumno que es entrenado para tareas superiores pero que cuando asume éstas suele desconocer al maestro. En Venezuela han sido varios los casos: Bolívar y Miranda; Páez y Bolívar; Castro y Gómez; Medina Angarita y López Contreras; Carlos Andrés Pérez y Betancourt; Luis Herrera Campins y Caldera.
Es la “patada histórica”, frase que se le atribuye al dictador argentino Juan Manuel de Rosas. Tal como van las cosas en el caso colombiano, la clásica patada podría desembocar en agresiones mucho más dolorosas y traumáticas, con consecuencias incluso más allá de las fronteras.