Colombia votó, y Santos perdió.
El resultado del plebiscito sobre la negociación entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC es claro: el pueblo colombiano rechazó la propuesta de acuerdo logrado entre el gobierno de Juan Manuel Santos y los terroristas.
Sería un error pensar que Colombia votó a favor de la guerra, o en contra de la paz. Ya pasó la votación, así que sería bueno que los actores fundamentales de bando y bando dejaran hacia el futuro el lenguaje polarizador y demagógico, de que cesen la descalificaciones, y el lenguaje de truenos y relámpagos. No hay duda de que lo que el vecino país rechazó fue una negociación que se juzgó daba demasiadas concesiones y beneficios a las FARC, y no cumplía con mínimos deseables de justicia.
El pueblo colombiano -con una mayoría de más del 60% absteniéndose- votó contra una negociación que consideraba casi como iguales a los asesinos y a sus víctimas, que construía un sistema de justicia paralelo a las leyes positivas existentes, que quería pasar por encima de la Constitución, debilitando las instituciones.
Una real negociación, una negociación justa, hace valer la constitución, la refuerza y la honra, no la viola.
No hubo asimismo interés real de parte del gobierno de debatir, explicar y analizar, empáticamente, el tema ético fundamental: el perdón. Más bien fue muy manipulado y maltratado por unos políticos poco acostumbrados a discutir sinceramente sobre ética, algo al parecer muy alejado de sus intereses fundamentales.
La gente desea que se mejoren los acuerdos, no que vuelva la confrontación. Así lo afirmaron también diversos líderes de la oposición política.
Un nuevo diálogo debe surgir en el futuro, y con extrema urgencia: entre el gobierno y toda Colombia, incluyendo a la oposición política y a actores respetables de la sociedad civil, para alcanzar un acuerdo político de tal naturaleza consensual que un futuro plebiscito sea una formalidad. Juan Manuel Santos cometió un grave error -que implícitamente aceptó este domingo por la noche- al querer construir su propuesta de paz enfrentándose a la oposición, rechazando tender puentes hacia quienes lo adversan. Como afirmara Marta Lucía Ramírez, Santos y su proceso de negociación produjeron una atmósfera de «división e intolerancia entre 47 millones de colombianos»; ella exigió con razón que el país se una «frente a enemigos comunes, como la ilegalidad, el narcotráfico, el terrorismo, la violencia, la pobreza»…
En su campaña para la reelección, en 2014, Santos se equivocó al usar el tema de la paz como bandera de su campaña, buscando demonizar, al acusarlos como enemigos de la paz, a sus rivales electorales. En ese momento Santos condenó a la polarización lo que ha debido ser un proceso unitario frente al terrorismo.
La negociación con las FARC debía de ser de todos los demócratas, no solamente de una parcialidad, el gobierno. La representatividad democrática no da para tanto.
Juan Manuel Santos se equivocó al querer construir una victoria más personal que nacional. Y al buscar de garante y anfitrión de las negociaciones -otro derrotado, por cierto- a Raúl Castro. Nunca se pudo entender por qué Santos aceptó, de entrada, como lugar de negociación a La Habana, símbolo del totalitarismo castrista, amigo y cómplice de las FARC.
En ese sentido no tiene razón Humberto De La Calle, el jefe del equipo negociador del gobierno, al insistir que «era el mejor acuerdo posible». Un político puede afirmar eso, un experto en negociación, no.
¿Creía en verdad Santos que esa foto que dio la vuelta al mundo, tan publicitada por los medios mundiales, él todo sonrisas con Timochenko y con Raúl Castro, no impactaría la decisión de muchos ciudadanos, más allá de los que dijeran unas encuestas que, una vez más, salieron apaleadas? Fue un inmenso error pensar que verlo cordializando con el jefe terrorista, lucir más cercano a él que a sus propios contrincantes demócratas, no tendría consecuencias.
En un régimen parlamentario, ante un resultado de esta magnitud (recuérdese la votación del Brexit) el gobierno hubiera caído y el jefe de gobierno hubiera puesto ya la renuncia. Por ser el colombiano un régimen presidencialista Santos seguirá en el poder, pero rotundamente debilitado.
El plebiscito no fue un error. Pero un próximo plebiscito a favor de la paz deberá respetar más al pueblo colombiano que a sus verdugos. Tendrá que ofrecerse un acuerdo más equilibrado, para que sea realmente beneficioso a los ojos del pueblo y, por esa via, más legítimo.