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Cómo combatir la estrategia madurista

Nicolas-MaduroSe ha dicho reiteradas veces pero sigue siendo necesario repetirlo. Como corresponde a un régimen indigente de apoyo popular, que descansa sólo en su poder de represión y en una obscena capacidad de maniobra económica y mediática, la gran estrategia oficialista es sembrar desaliento y confusión en el inmenso país que se le opone. Sin pueblo pero con poder, la última carta del gobierno es esperar que la gente caiga en su juego de generar desesperanza. Es la única batalla que siente que puede ganar.

Dado lo anterior, pocas tareas son hoy tan importantes para el cambio político como evitar que esa estrategia triunfe. Y para ello, existen cuatro sugerencias para ser aplicadas tanto individualmente como en nuestro entorno social de influencia.

La primera es justamente desnudar la estrategia de la oligarquía oficialista. Si la mayoría de la población se convence que frente a su entorno político no hay nada que hacer, que no hay forma de cambiar o de siquiera enfrentar a quienes le oprimen, entonces el modelo de dominación, sin necesidad de recurrir más a la represión o al uso de la fuerza, comienza a echar raíces y a ser percibido como irreversible.

No en balde una de las cosas que los gobiernos de signo autoritario primero buscan sembrar en la población es convencerla de su muy precaria eficacia política, esto es, de su muy reducida capacidad de influir sobre los hechos políticos. Esta estrategia está desarrollada en los famosos manuales de guerra psicológica (“psy-war”), tan utilizados por los organismos de inteligencia de los regímenes fascistas, según la cual la población debe ser “sometida psicológicamente” mediante la generación progresiva desde el gobierno de 4 estadios emocionales: incertidumbre (frente al rumbo de los acontecimientos y de su propio futuro), angustia (que provoca paralización), desesperanza (convencimiento de que no hay nada que hacer) y, finalmente, resignación y entrega. Desnudar esta estrategia y hacerla pública es un primer paso necesario.

Una segunda tarea es insistir en la nula credibilidad de los generadores de desesperanza. Los mismos que hoy afirman que no habrá revocatorio y que el gobierno está más fuerte que nunca, son los mismos que decían que Chávez estaba entrenando para retomar el poder, que “como sea” ganaban el 6-D, que si la oposición ganaba correrían ríos de sangre o que la Asamblea en manos del pueblo nunca se podría instalar. Con todo el respeto del caso, quienes todavía les creen son de una irredenta e imperdonable ingenuidad, o son los aliados involuntarios y útiles que todo régimen necesita.

Lo tercero es simplemente abrir los ojos. Por más que grite y amenace, el de Maduro es un gobierno de extrema debilidad: sin gente, fracturado a lo interno, con una oposición unida desarrollando una paciente y exitosa estrategia, internacionalmente cuestionado, electoralmente sin vida y con una asfixiante presión popular de casi todo un país demandando cambio. Si alguien sigue diciendo que “aquí no pasa nada”, seguramente no ha levantado la vista del propio ombligo.

Finalmente, el último y mejor antídoto contra la desesperanza es activarse y participar. El gran Václav Havel solía decir que esperanza no es lo mismo que optimismo. No es la creencia que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido y que vale la pena luchar por él. Por eso la esperanza no es un aguardar pasivo, sino una actitud de construcción, de labrar lo que se busca conseguir e insistir en ello hasta el final. No es sentarse a esperar y “ligar” que algo pase, sino levantarse y hacer todo lo que hay que hacer para obtener y lograr lo que se quiere.

Así como la única forma de aprender a caminar es caminando, la esperanza se desarrolla en la acción. La historia nos está brindando el privilegio de ser testigos y protagonistas de momentos de transformación. En vez de preguntarnos “qué va a pasar”, inquiramos qué podemos hacer y cómo podemos contribuir y participar en la construcción del cambio que se está edificando. 

@angeloropeza182

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