Cómo democratizar a Nicaragua [elementos centrales de un programa libertario]
Para democratizar Nicaragua necesitamos tener claras ciertas ideas básicas.
Democratizar significa desarmar al Estado, desmantelar el Estado actual, significa no más Policía Nacional, sino policías municipales independientes del gobierno central, significa desmilitarizar y des-comercializar el Ejército, significa dispersar, atomizar el poder del Ejército, mejor dicho, transformarlo en fuerzas separadas e independientes entre sí, de Defensa Civil, de Protección de Fronteras, y de Recursos Naturales, sin tanques ni armas de guerra, sin negocios «propios»; que estos cuerpos de defensa sean dependientes total y únicamente del presupuesto nacional. Que todas las empresas «del Ejército» regresen al Estado, y de ahí, si amerita y conviene, sean vendidas.
Hay que dispersar el poder del Estado, atomizarlo, descentralizarlo, y para eso también hay que dispersar el poder dentro de los partidos políticos, que los partidos políticos no puedan reelegir a sus líderes, que sus líderes sean electos de acuerdo a votación bajo leyes nacionales, y vayamos más allá: hay que disminuir el poder de los partidos políticos a través de todos los mecanismos democráticos posibles, incluyendo la suscripción popular, la elección de candidatos por zona, no por lista de partido.
Todo esto para aumentar el peso, el poder y el papel del ciudadano, para que todos los centros de poder sean más débiles y dependan de la voluntad de la mayoría.
Junto a esto, en paralelo NECESITAMOS democratizar la economía, eliminar monopolios y luchar por medios legales, tributarios, crediticios, políticos, educativos, y de comercio internacional, contra la grotesca concentración de la riqueza en manos de unas cuantas familias que hace imposible la democracia.
Junto a esto NECESITAMOS hacer que la NUEVA Constitución DEMOCRÁTICA que proponga nuestra Asamblea Constituyente Democrática y el pueblo apruebe en referéndum no pueda cambiarse fácilmente; que cualquier iniciativa de propuesta de reforma tenga que pasar primero, por abrumadora mayoría, en la Asamblea Nacional, luego, ser aprobada en Asamblea Constituyente, y que NUNCA NINGUNA reforma reciba aprobación final sin un referendo con amplia participación popular y amplia mayoría.
Junto a esto, que la Constitución destaque los límites del poder ante el derecho del individuo, y haga de esos límites una muralla sagrada.
Junto a esto, que seamos, los ciudadanos, feroces centinelas de Ni perdón ni olvido; no más segundas oportunidades a políticos que deshonren sus promesas, que hablen con lengua retorcida, con doble discurso; ¡tolerancia cero para ellos! especialmente si ya estuvieron en el poder y abusaron de él–o apoyaron el abuso. ¡Justicia!
Si esto le parece difícil, si le parece costoso, compárelo con la penuria y los costos de vivir bajo opresión, dictadura tras dictadura, sin nutrición y educación adecuadas, sin salud pública, con el escape a otras tierras convertido en la única esperanza, dejando atrás el país hermoso que entregamos al futuro transformándose en desierto y ruinas. Haga usted su propia aritmética.
Empiece por recordar que la economía del país hace medio siglo estaba más o menos a la par de la costarricense, y hoy produce, año tras año, una quinta parte, o menos.
Sume, calcule. Dígame si los números del sueño democrático le parecen ilusorios, utópicos, o más bien realistas, imprescindiblemente realistas.