Cómo despolarizar el populismo en América Latina
AMHERST, Massachusetts — Tras un retroceso durante los últimos diez años, el populismo está regresando a América Latina. El 17 de junio, los colombianos eligieron a un presidente de un partido populista de derecha. El 1 de julio, es probable que los mexicanos elijan a un presidente de un movimiento populista de izquierda creado por su candidato.
Los movimientos populistas comúnmente comparten dos características. Proveen una inclusión desigual, pues movilizan a grupos previamente excluidos al tiempo que crean obstáculos, incluso dificultades, para sus opositores. También cuestionan públicamente, e incluso dejan sin efecto, a instituciones que limitan las facultades formales de la presidencia.
A pesar de sus distintas prioridades en materia de políticas públicas, los dos movimientos que están en ascenso en Colombia y México dividen el sistema político en términos de buenos y malos, indios y vaqueros. Para ambos, la presidencia es el cargo desde donde se encabeza una cruzada contra ciertos grupos y, por ende, ambos se sienten incómodos con los controles de los poderes presidenciales.
Es probable que estos movimientos no lleguen a acabar con la democracia, como algunos críticos argumentan, pero sí desgastarán a las instituciones democráticas.
El populismo de derecha de Colombia está regresando por medio del presidente electo Iván Duque, de 41 años, el protegido declarado del expresidente Álvaro Uribe, el populista de derecha más famoso de América Latina. Su marca puede resumirse en un objetivo: mano dura en materia de seguridad.
En la década de 2000, cuando Uribe era presidente, la mano dura significaba aplicar la implacable fuerza militar en contra de los guerrilleros. En los últimos años, cuando Uribe era parte de la oposición, significaba atacar el esfuerzo del gobierno por alcanzar un acuerdo de paz con los guerrilleros, que se logró firmar en 2016.
Duque era un tecnócrata que trabajaba para el Banco Interamericano de Desarrollo en Washington cuando, en 2014, decidió entrar a la política colombiana al unirse al bando de Uribe. Abrazó la postura de línea dura del expresidente en contra del acuerdo de paz. A cambio, Uribe apoyó su candidatura al Senado y ahora a la presidencia.
Esta alianza con Uribe ha servido de anclaje para Duque y ha sido la razón por la que ascendió tan rápido en su carrera política. No será fácil para Duque cortar el cordón umbilical con su mentor.
En México, el ganador más probable es Andrés Manuel López Obrador, quien ofrece un populismo con un enfoque diferente. En lugar de seguridad, se concentra en la corrupción y la distribución de la riqueza. Ha prometido revisar los programas estatales y contratos privados en busca de evidencias de corrupción. Con López Obrador, los culpables por fin pagarán. Los ahorros derivados de su purga serán tan grandes, ha dicho, que el país podrá costear una enorme expansión del gasto público sin aumentar los impuestos.
El problema con estos populistas no es que estén resaltando problemas irrelevantes, sino que hacen oídos sordos a otros temas.
En Colombia, una sociedad cada vez más diversa ha pedido más inclusión, pero el populismo de derecha tiene muy poco que ofrecer. La plataforma de Duque, por ejemplo, no dice nada sobre la comunidad LGBT, uno de los grupos que se ha movilizado con más éxito en todo el mundo.
Además, cuando uno coloca la seguridad por encima de todo lo demás, es fácil extralimitarse castigando a la otra parte, lo cual puede poner en riesgo la paz. También se corre el riesgo de volverse demasiado insensible a otros problemas, como la desigualdad, y demasiado indulgente con otros delitos, como la corrupción. El partido de Duque tiene demasiadas figuras implicadas en abusos a los derechos humanos y actos de corrupción. El presidente electo ha comenzado a complacer a los evangélicos. Si decide proteger a estos grupos, mientras se muestra inflexible con la oposición, su promesa de reconciliar al país no significará nada.
Del mismo modo, cuando la corrupción se convierte en la prioridad de la agenda de un líder, como en el caso de López Obrador, existe el riesgo de que asuma el control de todos los poderes del gobierno. El candidato de Morena habla sobre su futuro gobierno como si soñara con asumir no solo la presidencia, sino el poder legislativo y judicial, ya que nadie más que él es apto para decidir qué es corrupción y quién es culpable. Como no está convencido de que las instituciones mexicanas sean democráticas, puede estar tentado a cambiarlas todas a su antojo.
López Obrador prefiere el estilo de política del México previo a la década de los ochenta: por decreto personal y siempre con una fuerte dosis de retórica del enojo, característica de los populistas de la era moderna.
Mientras que Duque se sustenta en otro político, López Obrador lo hace en sí mismo.
Es fácil entender el atractivo de las anclas políticas, pues representan zonas de confort. Los líderes recurren a estos anclajes cuando la situación se hace más compleja, es decir, cuando el sistema opone resistencia, y estos líderes seguramente la encontrarán.
El problema es que los anclajes políticos elegidos por estos dos líderes pueden ser tóxicos en sí mismos. La mano dura de la derecha es demasiado draconiana y ciega ante la sociedad civil; el enojo de la izquierda desprecia demasiado a las instituciones y las fuerzas del mercado.
Para que estos líderes sean menos polarizadores necesitarán abandonar esos anclajes. Duque necesitará alejarse del conservadurismo de Uribe y López Obrador de su propio narcisismo.
Desvincularse de un soporte siempre es difícil, pero será más difícil en México que en Colombia. Los factores que pueden ayudar en este proceso —las leyes electorales, los controles y contrapesos y los incentivos externos— son más débiles en México.
Las leyes electorales, particularmente las elecciones de segunda vuelta, conducen al abandono de los anclajes políticos. Obligan a los populistas potenciales a hacer concesiones con otros grupos políticos, lo cual incorpora pluralismo a sus coaliciones y modera los cultos a la personalidad. No es coincidencia que en América Latina, con su historia de populismo, haya pocos casos de gobiernos populistas que hayan emergido, o sobrevivido en el poder, a raíz de segundas vueltas.
Duque ganó en una elección de segunda vuelta, lo cual lo obligó a buscar apoyo fuera de su coalición. No obstante, en México, al igual que en Estados Unidos, la segunda vuelta no existe a nivel presidencial. La coalición de gobierno de López Obrador estará menos abierta a ceder que la de Duque.
Las instituciones que hacen contrapeso en el gobierno son más fuertes en Colombia. Desde la famosa descentralización derivada de la Constitución de 1991, Colombia ha logrado avances en el fortalecimiento del Congreso, los tribunales, la prensa y los movimientos sociales. En México, en cambio, las instituciones de vigilancia y rendición de cuentas se han atrofiado como resultado de la explosión de la delincuencia y de políticos que ven por su propio beneficio, incluso presidentes, quienes han politizado a las instituciones para protegerse de posibles investigaciones de corrupción.
Por último, las fuerzas externas también influyen. Aunque el populismo siempre es un fenómeno local, puede inflarse o desinflarse en respuesta a estímulos externos. Al confrontarse con el populismo opositor y beligerante del exterior, el populismo local se expande. No fue coincidencia que Uribe prosperara a finales de la década de 2000, cuando el populismo de izquierda todavía estaba floreciendo en la vecina Venezuela con Hugo Chávez, quien era beligerante con Uribe.
México más que Colombia será quien se enfrente ahora a un populista opositor y beligerante de un país vecino importante, Estados Unidos. No es ningún secreto que el populismo de derecha del presidente Trump critica a México y lo culpa por acuerdos comerciales injustos, problemas migratorios e incluso por el fracaso en la aplicación de las leyes. Las políticas de Trump sobre México son las más antagonistas que haya aplicado un presidente estadounidense desde principios del siglo XX.
México estará cercado, sino es que sofocado, por el populismo de derecha de Estados Unidos. Esto enardecerá el populismo de izquierda.
Una buena noticia es que en las semanas recientes tanto Duque como López Obrador han cobrado conciencia de la necesidad de abandonar sus anclajes. El presidente electo de Colombia ha dicho que en su gobierno tienen que ser “amables” con los guerrilleros que se están desmovilizando y López Obrador ha reunido a un equipo económico respetable para indicar que será más prudente con las políticas públicas.
Por desgracia, el abandono de anclas políticas requiere más que promesas personales. Las reglas electorales, las instancias de vigilancia y rendición de cuentas y los factores externos son más relevantes. En Colombia, estas fuerzas apuntan hacia una desvinculación posible, aunque no inevitable; en México, hacia su afianzamiento.