Cómo perdió Trump la reelección en 2020
La semana pasada mi colega Bret Stephens imaginó un artículo (puede verse aquí) a escribirse la mañana después de la reelección del Presidente Trump. Hoy, yo hago lo mismo, pero con un resultado diferente.
Al final, fue mucho más simple de lo que parecía.
Donald J. Trump, que pasó gran parte de los últimos cuatro años como un presidente históricamente impopular, perdió su intento de reelección el pasado martes. Su nivel de aprobación no llegó al 50 por ciento desde que asumió el cargo, como tampoco lo hizo su votación de este año.
En una era de profunda ansiedad nacional — con salarios estancados, seguros de salud precarios y desafíos agresivos de China y Rusia — los votantes castigaron a un presidente en funciones que falló en su promesa central: «yo puedo arreglarlo todo solo».
Desde el momento en que descendió por la escalera mecánica de la Trump Tower para anunciar su candidatura hace cinco años, Trump se mostró con frecuencia como un hombre para quien las reglas normales de la política no se aplicaban. Ganó de forma perturbadora e impactante en 2016, lo que le dio un aura de invencible. Los expertos empezaron a dudar de muchas de sus creencias anteriores.
Pero mientras que Trump bullía — y tuiteaba — ante su derrota del martes, y la presidente electa Elizabeth Warren celebraba, la historia de Trump está comenzando a tener más sentido de lo que tuvo durante gran parte de su caótica presidencia:
Después de todo, las reglas normales de la política sí se aplican a Donald Trump.
Elizabeth Warren
Hace cuatro años, se convirtió en el quinto hombre en ganar la Presidencia a pesar de perder el voto popular. Ahora se convierte en el cuarto de esos cinco — junto con John Quincy Adams, Rutherford Hayes y Benjamin Harrison — que ejerció el cargo sólo un periodo, siendo impopular durante la mayor parte del mismo. La excepción ha sido George W. Bush, que se benefició del hecho de ser presidente en tiempos de guerra.
En retrospectiva, la extraordinaria naturaleza de las circunstancias que impulsaron a Trump al triunfo en 2016 se han vuelto obvias: la impopularidad de su oponente, Hillary Clinton; la ayuda de Rusia; la implicación tardía de James Comey, en ese momento director del FBI, y que hoy conduce un programa de entrevistas en el canal ABC; y las muy apretadas victorias de Trump en varios estados.
A pesar de no contar con tan buena fortuna este año, Trump obtuvo el voto de aproximadamente un 90 por ciento de los votantes republicanos y de aquellos votantes que se inclinan por los republicanos. Sin embargo, no fue suficiente.
«Trump dijo que iba a arreglar las cosas, y no lo hizo», afirmó Kevin O’Reilly, 54, de Manchester, N.H., quien votó por Barack Obama en 2012, Trump en 2016 y Warren este año. «no creo que realmente le importe la clase media. Solo se preocupa por sí mismo».
Los sondeos a pie de urna mostraron desilusión en los estados indecisos que Trump ganó hace cuatro años -y que este año perdió- incluyendo Wisconsin, Michigan y Pennsylvania. En una señal del cambiante mapa político del país, él todavía pudo ganar Ohio y Iowa -dos estados con mucha población de tercera edad y blanca- pero se convirtió en el primer republicano desde 1992 en perder Georgia.
Para la victoria de Warren fueron fundamentales los enormes márgenes a su favor entre las mujeres; la demócrata se convertirá en la primera mujer presidenta del país. «Estoy harta de él», dijo Jennifer Diaz, de 47 años de edad y residente del condado de Cobb (Georgia), cercano a Atlanta.
Al inicio de la campaña los asesores de Trump creían que tenían dos grandes ventajas: el crecimiento económico de los últimos cuatro años y el innegable liberalismo de Warren y su compañero de fórmula para la vicepresidencia, el ex fiscal general Eric Holder. Ninguna de las dos dio el resultado esperado.
Por un lado, el sólido crecimiento del Producto Interno Bruto — similar al promedio durante el segundo periodo de Obama — no se ha traducido en mejoras en los ingresos de la clase media. El crecimiento medio del ingreso, post-inflación, ha estado cerca de cero desde principios de 2018.
(En agosto, Trump se convirtió en el primer presidente desde Richard Nixon en forzar la salida del Comisionado de la Oficina de Estadísticas Laborales, acusando a dicha agencia de divulgar «noticias falsas» sobre los salarios. Diversos economistas externos dijeron que lo falso era la acusación.)
El liberalismo de Warren, por su parte, ciertamente generó ansiedad en algunos votantes, como indicaron las encuestas a pie de urna. Pero la mayoría de los votantes indecisos no siguieron en detalle los debates políticos, y muchos simplemente decidieron que ella entendía mejor sus problemas que Trump.
Deliberadamente, ella y Holder copiaron aspectos de la estrategia populista de la campaña 2012 de Obama contra Mitt Romney. En lugar de enfatizar el comportamiento personal de Trump, como hizo Clinton en la campaña de 2016, lo mostraron como un multimillonario codicioso que usó corruptamente la Presidencia para enriquecerse más. También ignoraron en gran medida las repetidas críticas de Trump sobre las constantes protestas durante la interpretación del himno nacional en los juegos de fútbol americano.
Los demócratas conectaron su mensaje con propuestas económicas ampliamente populares: aumentos de impuestos a los ricos, ampliación del Medicare y de los programas de cuidado de niños, universidades comunitarias gratis y -resaltando una promesa incumplida de Trump- un programa de desarrollo de infraestructuras. Los analistas de presupuesto afirmaron que la agenda de Warren aumentaría el déficit. A muchos votantes, evidentemente, ello no les importó.
El recuento final de la votación no estará disponible por semanas, pero la «aguja electoral» del New York Times de momento proyecta que Trump obtuvo 46,1 por ciento del voto popular. Si eso se mantiene, sería casi idéntico a su resultado en 2016. Este año, sin embargo, los candidatos de otros partidos lograron menos votos, y Warren va rumbo a superar el 50 por ciento.
En su carrera política, desde el comienzo hasta su final, Donald Trump nunca disfrutó del apoyo de la mayoría de los estadounidenses.
Posdata: ¿por qué elegí a Elizabeth Warren como oponente de Trump? Para empezar, es muy plausible. Sin embargo, fundamentalmente quería usar el mismo candidato demócrata que Bret Stephens mencionó en su columna, para evitar cualquier insinuación de que el candidato específico era la razón por la que estaba sugiriendo un resultado diferente al de él.
David Leonhardt es un ex jefe de la oficina en Washington del The New York Times, y fue el director del proyecto 2020, sobre el futuro de la sala de redacción del Times. Ganó el Premio Pulitzer en 2011 por sus columnas sobre la crisis financiera.
Traducción: Marcos Villasmil
NOTA ORIGINAL:
THE NEW YORK TIMES
How Trump Lost Re-election in 2020
David Leonhardt
Last week, my colleague Bret Stephens imagined a news article on the morning after President Trump’s re-election. Today, I imagine a different outcome.
In the end, it was a lot simpler than it often seemed.
Donald J. Trump, who spent much of the past four years as a historically unpopular president, lost his bid for re-election Tuesday. His approval rating hasn’t approached 50 percent since he took office, and neither did his share of the vote this year.
In an era of deep national anxiety — with stagnant wages, rickety health insurance and aggressive challenges from China and Russia — voters punished an incumbent president who failed on his central promise: “I alone can fix it.”
Since he rode down the Trump Tower escalator to announce his candidacy five years ago, Trump has frequently looked like a man for whom the normal rules of politics did not apply. He won a shocking upset in 2016, which lent him an aura of invincibility. Pundits started to doubt much of what they had previously believed.
But as Trump seethed — and tweeted — in defeat late Tuesday and President-elect Elizabeth Warren celebrated, the arc of the Trump story is starting to make more sense than it has for much of his chaotic presidency:
The normal rules of politics do apply to Donald Trump, after all.
Four years ago, he became the fifth man to win the presidency while losing the popular vote. Now he becomes the fourth of those five — along with John Quincy Adams, Rutherford Hayes and Benjamin Harrison — to serve only a single term, and to be unpopular during most of it. The exception is George W. Bush, who benefited from being a wartime president.
In hindsight, the extraordinary nature of the circumstances that propelled Trump in 2016 have become obvious: the unpopularity of his opponent, Hillary Clinton; the help from Russia; the late involvement of James Comey, the then-F.B.I. director who now hosts an ABC talk show; and Trump’s razor-thin victories in several states.
Without that good fortune this year, Trump still won roughly 90 percent of self-identified Republicans and Republican-leaning voters. Yet it was not nearly enough.
“Trump said he was going to fix things, and he didn’t,” said Kevin O’Reilly, 54, of Manchester, N.H., who voted for Barack Obama in 2012, Trump in 2016 and Warren this year. “I don’t think he really cares about the middle class. He cares about himself.”
Exit polls showed disillusionment across the swing states that Trump won four years ago and lost this year, including Wisconsin, Michigan and Pennsylvania. In a sign of the country’s changing political map, he held on to Ohio and Iowa, two relatively old and white states — but became the first Republican since 1992 to lose Georgia.
Huge margins among women were central to the victory of Warren, who will become the country’s first female president. “I’m just tired of him,” said Jennifer Diaz, a 47-year-old from Cobb County, Ga., outside Atlanta.
Heading into the campaign, Trump’s advisers believed they had two major advantages: the economic growth of the past four years and the undeniable liberalism of Warren and her running mate, former Attorney General Eric Holder. Neither panned out as the Trump campaign had hoped.
For one thing, solid G.D.P. growth — similar to the rate during Obama’s second term — has not translated into middle-class income gains. Average income growth, post-inflation, has hovered near zero since early 2018.
(In August, Trump became the first president since Richard Nixon to force out the commissioner of the Bureau of Labor Statistics, accusing the agency of releasing “fake news” on wages. Outside economists said the charge was false.)
Warren’s liberalism, meanwhile, did make some voters anxious, exit polls showed. But most swing voters do not follow the minutiae of policy debates, and many simply decided that she understood their problems better than Trump.
She and Holder consciously borrowed from the populist strategy of Obama’s 2012 campaign against Mitt Romney. Rather than emphasize Trump’s personal behavior, as the 2016 Clinton campaign did, they cast him as a greedy billionaire who corruptly used the presidency to enrich himself further. They also largely ignored Trump’s repeated criticisms of the ongoing N.F.L. national anthem protests.
The Democrats paired their message with broadly popular economic proposals: tax increases on the rich, expanded Medicare and child care, free community college and — highlighting an unfulfilled Trump promise — an infrastructure program. Budget watchdogs said the Warren agenda would increase the deficit. Many voters, evidently, did not care.
A final vote tally will not be available for weeks, but The New York Times’s “election needle” currently projects Trump to win 46.1 percent of the popular vote. If that holds, it would be nearly identical to his share in 2016. This year, however, third-party candidates won fewer votes, and Warren is on pace to clear 50 percent.
From the start of Trump’s meteoric political career to the end, he never enjoyed the support of most Americans.
Postscript: Why did I choose Elizabeth Warren as Trump’s opponent? For one thing, she’s highly plausible. Mostly, though, I wanted to use the same Democratic nominee Bret Stephens did in his column — to avoid any suggestion that the specific nominee was the reason I was suggesting a different outcome than he did.
David Leonhardt is a former Washington bureau chief for the Times, and was the founding editor of The Upshot and head of The 2020 Project, on the future of the Times newsroom. He won the 2011 Pulitzer Prize for commentary, for columns on the financial crisis.