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¿Cómo será la reconstrucción de Cuba?

'La invasión de capital extranjero no solo será inevitable, sino imprescindible, sobre todo en la arrancada del nuevo país.'

La Habana, después del paso del huracán Irma, 2017.
La Habana, después del paso del huracán Irma, 2017. ELIO DELGADO MARTÍNOTICIAS

 

 

Han pasado casi 13 años desde que en este diario publiqué un artículo acerca de cuánto costaría la reconstrucción de Cuba en el postcastrismo y comentaba que, a más tiempo de castrismo, más difícil y costosa será esa tarea en un país «que ya en ruinas suelta los pedazos».

Eso fue en noviembre de 2011, y en mayo de 2024 ahí siguen Raúl Castro y su pandilla devastando a Cuba, que ya en ruinas no le quedan más pedazos que soltar. Cuba ya no es Cuba, propiamente hablando.

El 4 de enero de ese año el sitio oficialista Cubadebate comentó con optimismo «la atmósfera del 2011, año que marca el inicio de un periodo de cambios estructurales y de conceptos en la economía cubana». Y daba por hecho que se iban «a mejorar las depauperadas plantaciones cañeras».

Pues bien, con «los cambios estructurales» socialistas la zafra en Cuba pasó de 1,4 millones de toneladas de azúcar en 2011, a 350.000 toneladas en 2023, y a unas 300.000 en 2024, menos de la mitad de las 696.000 toneladas que, como promedio, se produjeron anualmente durante la Guerra de los Diez Años (1868-1878). La azucarera del mundo desde los tiempos de Simón Bolívar hoy la tiene que importar incluso para el consumo nacional, que apenas cubre entre un 50% y un 55%.

Los cubanos en la Isla pasan hambre, y el 88% de ellos vive en la extrema pobreza, según los parámetros del Banco Mundial. Cuba hoy constituye, junto a Haití, el dueto de naciones más pobres del mundo occidental.

No solo reconstruir, sino edificar lo no hecho durante el castrismo

Es imposible hacer un inventario completo del destrozo cuasi apocalíptico causado a los cubanos por el castrismo-comunismo-fascismo, con particular saña precisamente en los 13 años transcurridos desde 2011.

No obstante, casi al azar se pueden citar ejemplos elocuentes. Por ejemplo, la destrucción de la industria azucarera, que confiere una validez dramática a la frase de «sin azúcar no hay país», atribuida al hacendado cubano José Manuel Casanova, el «zar del azúcar cubana» en los años 30 y 40 del siglo XX.

El sistema nacional de energía eléctrica está arruinado, con apagones diarios de hasta 18 horas. Se caen a pedazos o están en deplorable estado industrias, escuelas, hospitales, instalaciones deportivas, puentes y carreteras. La agricultura produce cada vez menos y la escasez de alimentos aumenta por día.

Hay un déficit de 1,2 millones de viviendas. De las existentes, más del 60% están en mal estado, necesitan reparaciones capitales, o se derrumban. En La Habana se desploman unas 1.000 viviendas cada año. Estudios independientes revelan que el 67% de la población cubana no recibe agua de manera estable en sus hogares.

Se pudren y se pierden miles de toneladas de productos agrícolas en los campos porque no hay camiones ni gasolina para recogerlos. El transporte de pasajeros prácticamente colapsó por falta de combustible y de ómnibus, trenes, automóviles, camiones, aviones, y hasta de bicicletas. Las carreteras y vías férreas están en pésimas condiciones. De más de seis millones de cabezas de ganado vacuno en 1958, hoy apenas hay 3,7 millones, con el doble de habitantes.

A esta catástrofe hay que añadir que la reconstrucción de Cuba es particularmente difícil y costosa porque no se trata solo de la destrucción causada por la dictadura, sino de lo que no se ha hecho en estos 65 años de comunismo.

Primero habrá que remontar Cuba a 1958

Por eso, lo primero que habrá que hacer es montar a la Isla en la máquina de H. G. Wells y remontarla tres tercios de siglo atrás, al nivel de desarrollo socioeconómico que tenía en 1958, pues hoy está muy por debajo de aquel entonces, cuando el ingreso per cápita cubano duplicaba al de España e igualaba al de Italia.

O sea, la reconstrucción tendrá dos etapas: 1) sacar al país del atraso por debajo de 0 (tomando como 0 el año 1958), llevarlo a 0, y construir lo no hecho en 65 años; y 2) edificar entonces un nuevo país sobre bases tecnológicas, científicas y económicas modernas.

Para empezar, el primer Gobierno postcomunista venderá las fábricas, hoteles, centros comerciales, la banca comercial, y todas las instalaciones estatales no públicas a compañías privadas, no importa si foráneas, cubanoamericanas, o cubanas de la Isla.

Deberá privatizar la agricultura, pues hoy más del 75% de la tierra cultivable cubana es propiedad del Estado. Pasarán a manos privadas los hoteles y toda la infraestructura turística, así como la minería, la pesca, las instalaciones deportivas.

También deberá privatizarse el sistema de energía eléctrica. Recordemos que hasta 1958 lo manejaba una subsidiaria de la compañía estadounidense Electric Bond and Share. Recuerdo que se anunciaba con un dibujo de un muñequito llamado Kalixto Kilowatt.

Igualmente, el Gobierno deberá deshacerse del armamento obsoleto soviético, de hecho, ya inútil, y desmovilizar a los miles de reclutas del Servicio Militar Obligatorio, casi esclavizados para realizar duras labores en la construcción y la agricultura.

Reparará y construirá autopistas, líneas férreas, puertos, aeropuertos, sistemas de telecomunicaciones, edificios públicos, alcantarillados, acueductos y redes de abasto de agua, puentes, carreteras, avenidas, calles, correos, hospitales públicos, redes de servicios sociales, recogida de basura, vertederos, incineradoras.

Inversiones foráneas, no solo necesarias, sino imprescindibles

¿Y de dónde saldrá el dinero para eso? Se necesitarán miles de millones de dólares en inversiones en infraestructura y en inversiones directas extranjeras en toda la economía y la vida nacional. Financieramente no es posible hacer ni un estimado. Por arribita, conservadoramente pienso que el costo puede que no baje de 160.000 millones de dólares, o más, en los primeros diez o 15 años.

Con la privatización de la propiedad estatal en la economía, el Estado postcastrista recibirá grandes ingresos, pero no suficientes. Tendrá que recibir préstamos y créditos internacionales, a pagar con las recaudaciones de impuestos y otros ingresos del Estado a medida que avance la economía de mercado.

Y llegamos así al sector privado, porque el pollo del arroz con pollo en esta tarea titánica de levantar a Cuba de sus cenizas lo pondrá la «mano invisible» de Adam Smith.

La invasión de capital extranjero no solo será inevitable, sino imprescindible, sobre todo en la arrancada del nuevo país. Serán inversionistas privados, muchos de ellos cubanoamericanos y de otros países, los que renovarán o edificarán plantas industriales tecnológicamente avanzadas.

Desarrollarán laproducción agrícola y pecuaria,la industria niquelífera, el comercio mayorista y minorista, almacenes, equipos de transporte de carga y de pasajeros, nuevos medios de comunicación de todo tipo, fábricas de cemento, acero, servicios tecnológicos, pintura, alimentos, petroquímica, calzado, muebles, materiales de construcción.

Edificarán cientos de miles de viviendas, salas de cine, gasolineras, farmacias, centros comerciales, restaurantes, hoteles, compañías de seguros, edificios para oficinas.

Lógicamente, el Estado deberá apoyará al sector privado con ciertas ventajas aduaneras, exención de impuestos en casos puntuales, o incluso creando un banco estatal de crédito de bajos intereses a agricultores, hasta que cobre fuerza el nuevo capitalismo cubano.

¿Una posible nueva autocracia militar?

Pero ojo, todo ese proceso no estará libre de obstáculos. Habrá falta de fuerza de trabajo profesionalmente calificada, o sin calificación. La fuga de capital humano cubano siempre existió, pero hizo crisis con la emigración de más de 700.000 cubanos en los últimos años, en su inmensa mayoría en edad laboral.

Otro problema será la ausencia de un verdadero mercado interno. Pero en la medida que se creen fuentes de empleos bien remunerados aumentará el consumo de todo tipo, se revaluará el peso cubano, y se conformará el mercado nacional que hoy de hecho no existe.

Y por último viene «la podrida» (como se dice en la Isla). Dejando a un lado los sueños, pudiera chocarse con una realidad diferente, que extinguida la dinastía Castro Ruz los militares se repartan el poder e impongan un mafioso Gobierno autoritario de capitalismo de Estado militar, hibridación de «socialismo de mercado» chino menos abierto, modelo postsoviético ruso (putinista) y componentes fascistas. O sea, dictadura arriba, y abajo capitalismo fuertemente regulado por GAESA.

Pero aquí la buena noticia es que según muestra la historia los pronósticos casi nunca se cumplen en materia política. En fin, como me decía siempre el inolvidable Carlos Alberto Montaner:«Roberto, en Cuba puede pasar cualquier cosa».

 

 

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