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Compadreo ideológico: así no hay modo de integración regional en América Latina

El doble rasero de países como México ha perjudicado uno de los procesos de integración que se juzgaban más exitosos, el de la Alianza del Pacífico

           De izquierda a derecha, el presidente de Brasil, Lula da Silva; el de Colombia, Gustavo Petro; y el de                                            México, López Obrador

 

 

Las naciones americanas están condenadas a no avanzar en integración regional. Actitudes frente al golpe de Estado en Venezuela como las de los gobiernos de México o Brasil –países que por su tamaño deben protagonizar la coordinación vecinal al sur de Estados Unidos– reflejan un mal de fondo que Latinoamérica no logra superar.

La llegada de la izquierda al poder por primera vez de modo generalizado a comienzos de siglo impulsó algunos procesos de integración, como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) y la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). Pero a medida que el compadreo ideológico primó más que los intereses reales compartidos, no solo esas entidades entraron en crisis tan pronto la derecha recuperó algo de espacio (la Celac cesó de reunirse anualmente; Unasur desapareció), sino que apuestas anteriores como el Mercado Común del Sur (Mercosur) dejaron de funcionar convenientemente.

Cuando el péndulo electoral volvió a favorecer a la izquierda (el regreso de Lula a la presidencia de Brasil simboliza ese momento), el autoritarismo en Nicaragua y, de mayor relevancia en este contexto, de Venezuela ha hecho imposible recuperar el ‘momentum’ regional inicial: a pesar de los esfuerzos anunciados por el mexicano Andrés Manuel López Obrador, la Celac no carbura, ni Unasur logra ponerse de nuevo en pie a pesar de los intentos de Lula.

Al pecado original de no entenderse con los políticamente opuestos (a diferencia de lo que ocurre en Europa, donde socialdemócratas, democristianos y liberales han cultivado durante décadas un consenso básico), se une ahora la connivencia con la dictadura, y así no hay manera de construir nada sólido políticamente. Ya existía el defecto previo de la relación acrítica con Cuba, aplaudida por muchos en la Celac, pero la falta de presión convincente sobre Nicolás Maduro por parte de México, Brasil, Colombia y algún otro país hace inviable cualquier impulso para lograr un serio regionalismo latinoamericano.

El doble rasero de países como México ha perjudicado uno de los procesos de integración que se juzgaban más exitosos, el de la Alianza del Pacífico, integrada por México, Colombia, Perú y Chile. Al margen de los problemas de las organizaciones arriba mencionadas, la Alianza había conseguido notables avances porque se había concentrado en lo económico y dejado de lado lo político. Pero el veto de López Obrador a Perú por defenestrar al presidente Castillo tras su fallido autogolpe ha perjudicado el funcionamiento de la Alianza, en la que Ecuador no puede integrarse en parte por los impedimentos puestos también por México (país que dice no querer inmiscuirse en los asuntos internos de otros, pero que efectivamente lo hace).

Mientras la Carta Democrática que ya aprobó la región en 2001 (conjurándose entonces para que no se repitiera un autogolpe como el de Fujimori, que fue la primera recaída latinoamericana en el autoritarismo tras la generalización democrática de finales de siglo XX), no sea la máxima regla para la convivencia de las naciones americanas, no habrá fundamentos sólidos en los que asentar una implicación mutua de largo y duradero alcance.

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