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Comunismo y socialismo: demasiados errores y varios culpables

En los países de partido único la regla ha sido estándares de bienestar material y de respeto a los derechos humanos muy inferiores a los de países capitalistas

GUANTÁNAMO, Cuba. — El 25 de febrero de 1956 fue un día trascendental para la historia de la antigua Unión Soviética. Ese día, en el marco del XX Congreso del Partido Comunista de la URSS (PCUS), Nikita Jruschov expuso un informe secreto en contra de los crímenes y errores de Iósif Stalin que concluyó con la toma de posición del partido con respecto al culto de la personalidad practicada por el dictador georgiano. Parecía que la URSS se enrumbaría hacia la construcción del socialismo democrático, pero no fue así.

Centrada en lo económico y manteniendo una férrea dictadura política, la República Popular China comenzó a aplicar las reformas dispuestas por el pragmático Deng Xiaoping hace más de 40 años. Se atribuye a este dirigente una idea que apunta a uno de los males originarios del establecimiento de regímenes socialistas: realizar revoluciones socialistas violando las conclusiones de Carlos Marx acerca de que el advenimiento de ese sistema solo es factible cuando confluyan circunstancias objetivas y subjetivas imprescindibles.

Pero algunos ideólogos marxistas posteriores a Marx —entre ellos Lenin, el primer gran distorsionador— consideraron que esas condiciones podían soslayarse. Si nos guiamos por la historia del “socialismo”, al sistema de la dictadura de partido único le son inherentes errores y crímenes de todo tipo en el hasta hoy fallido intento por edificar sociedades superiores a las capitalistas. En los países de partido único la regla ha sido estándares de bienestar material y derechos humanos muy inferiores a los de países capitalistas. De ese fenómeno no escapó ningún país del “socialismo real”, ni escapan hoy la República Popular China, Corea del Norte, Vietnam y Cuba.

Según cuentan, haciendo uso de la ancestral sabiduría asiática, Deng Xiaoping aseguró que no importaba de qué color era el gato, lo importante era que cazara ratones. También se le atribuye la idea de que para construir el socialismo en China había que comenzar a construir el capitalismo, un regreso a la idea originaria de Marx y a la adopción de la tesis desarrollista para acceder al socialismo de forma congruente con la teoría del alemán, aunque por un camino sumamente enrevesado.

Hoy, China es un país presuntamente socialista con una economía capitalista monopolista de Estado y una nación que prospera gracias a la enorme afluencia de tecnologías y capitales iniciada a finales de la década de los setenta del pasado siglo. Esa política ha convertido al gigante asiático en la segunda potencia económica mundial. Irónicamente, fue EE. UU. quien alimentó al cuervo que ahora intenta sacarle los ojos.

China —como la República Socialista de Vietnam con su política de renovación económica— ha reconocido el papel insoslayable de la economía de mercado y las leyes que la rigen, contrario al continuismo de los mandantes cubanos. Tal sensatez les ha permitido obtener éxitos incuestionables, aunque manteniendo un absoluto control del poder político en sociedades muy emparentadas con la narrada por George Orwell en su novela 1984.

Pese a que los comunistas chinos saben que la política económica aplicada por Mao Zedong fue un total desastre, se cuidan mucho de dañar la imagen del dirigente, todavía venerado como pilar ideológico de la nación.

De la influencia de ese avieso entramado ideológico tampoco escapamos los cubanos. Fidel Castro tuvo la excepcional oportunidad de construir un socialismo de nuevo tipo en 1961, pero terminó bajo la égida de la URSS. En la década de los noventa pudo hacer reformas políticas y económicas pero se lo impidió su egolatría, amén de que jamás le interesó una política cooperativa con el mundo capitalista que implicara un empoderamiento del sector privado.

La historia de Cuba desde 1959 ha sido una peculiar sucesión de avances artificiales –debidos a las regalías de la URSS— y de significativos retrocesos en todos los órdenes, porque aquí se practica una política voluntarista y de contingencia cuyo principal exponente fue Fidel Castro. De ese panorama solo escapan, a medias, los militares por el papel que desempeñan en la represión sistemática contra cualquier disenso.

Cuando la prensa oficialista menciona los éxitos en la salud, la educación, los deportes y la ciencia, asegura que se deben a Fidel Castro, algo que siempre me recuerda el poema Preguntas de un obrero que lee, de Bertold Brecht. Pero cuando raramente aborda nuestra difícil situación, la responsabilidad por lo que ocurre siempre se la achaca al embargo o al pueblo.

Los nuevos mandantes cubanos hablan de una continuidad que provoca muchos cuestionamientos. En un país agobiado por penurias de todo tipo eso resulta muy masoquista porque lo que se necesita es un cambio radical.

Totalmente desacreditados, los comunistas cubanos están urgidos de hacer un congreso —uno verdadero, claro, no reiterar las ocho representaciones bufas que hasta ahora han hecho — y reconocer los males de fondo que nos asedian cotidianamente, verdaderos causantes de que el presunto socialismo que tanto proclaman construir no sea próspero, sostenible ni deseado por la mayoría de los cubanos.

¿Estarán esperando a la muerte física de Raúl Castro para hacerlo? ¿Tendrán que esperar también por la de Ramiro Valdés y la de Guillermo García? ¿Decretarán la muerte del castrismo aunque continúen usando sus imágenes como medra ideológica estratégica? De hecho, al hombre encenizado de la piedra se le rinde hoy oficialmente más culto que nunca, a pesar de ser el principal causante del desastre nacional.

Cuentan que durante el análisis del famoso informe de Nikita Jruschov llegó a sus manos una nota anónima donde estaba escrita esta pregunta: “Camarada Jruschov, ¿por qué no dijo Ud. todo esto en vida de Stalin?”. Luego de leer la nota Nikita pidió la palabra y preguntó a los reunidos: “¿Quién me escribió esta nota?”. Silencio absoluto. Entonces dijo: “El silencio de quien escribió la nota responde lo que me pregunta”. Así funciona y funcionará siempre la “democracia socialista” tal y como la conocemos.

 

 

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