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Con Cuca en vez de Cayetana, ya sólo falta el bolso de Soraya

Casado ya no cree en Casado y el PP no cree en el PP como partido político sino como gestora de intereses municipales y regionales que, de vez en cuando, gestiona los del Estado. El PP no renuncia al Gobierno pero sí al Poder, que depende de las leyes y las ideas vigentes en una sociedad. En el Congreso, Casado no pone otra portavoz, cosa razonable si fuera igual o mejor que la anterior, sino una gestora de trámites parlamentarios.

Lo primero que ha hecho la oradora de Logroño -cuyo gran éxito no ha sido ser la alcaldesa más votada, como dice Casado, sino perder la alcaldía porque se empeñó en seguir- ha sido pedir a Sánchez que «cese» a Iglesias, forma de reforzarlo que pronto tendrá habilitada ventanilla telemática. El eco de tan audaz iniciativa, que interfiere varias investigaciones judiciales, ha sido nulo. Pero pronto tendrá ocasión de estrenar su talento. Dice que «hay que salir de las trincheras». Barrunto que ya tiene peluquero de Bildu.

La coartada de Martínez Almeida

En el escrache a Cayetana, porque eso estamos viendo por parte de los Teócratas del partido y sus ‘hashsihins’ mediáticos, que degrada de forma irreversible la imagen de Casado entre los liberales, no sé si pocos o muchos, pero los únicos que lo apoyamos, me sorprendió la colaboración de Martínez Almeida, a quien conocí tan devoto de Cayetana como Casado, hasta que un día lo elogió Felipe González y tras él toda la Izquierda para atacar a Díaz Ayuso. Como viperinamente señala Lucía Méndez, ya es el nº 3 del PP… como GallardónNo sé si lamentará esta traición ética y estética, infame en un colchonero, como Gallardón de mayor, o heredará, por Cuco, el erial. Pero ser coartada de la purga interna del PP hunde su imagen. Y cuando le exijan devolver ese préstamo progre con intereses que no puede pagar, será el sayón opusdeísta en la quema de la bruja laica. Al tiempo.

Para Cuco Casado, el sustituto ideal de Cayetana era Marhuenda, que ya fue Secretario de Relaciones con las Cortes y se ha significado, no diré distinguido, por su ferocidad atacando a Cayetana por dos graves delitos: el público de haber sido destituida y el privado de haber dicho que La Sexta, del mismo grupo que La Razón, ataca el régimen constitucional siendo una concesión del Estado. «Palabras como puños», le reprocha Casado, sin duda comparándola con Ferreras y señora, tan delicados siempre al tratar al PP.

En cuanto al símbolo del partido, la gaviota o «rata del aire», en realidad charrán, también debería ser sustituido por el bolso de Soraya, al cabo la fiel imagen del PP que estalló: el cultivo de intereses personales y la abdicación de los deberes nacionales. También es lo último que vimos de Rajoy, que prefirió irse a beber y dejar en el Gobierno a Sánchez antes que convocar elecciones y que pudiera ganarlas Rivera. Hasta ahí podíamos llegar. Ana Pastor, eterna renovadora moderada, gestionará bien el bolso.

Los palmeros del PP, que los tiene, porque entran como cuota en las tertulias del duopolio golpista, defienden, al unísono con los palmeros del Gobierno y los portavoces de los partidos separatistas y comunistas, que la sustituta de Cayetana es una mujer que «trabaja mucho», y es «humilde». No lo será tanto cuando se atreve a sustituir a la que los mismos palmeros dicen que era brillante pero mala para el PP, ahora que lo ha dicho Casado.

Cuca y su «Ante todo, mujer»

También le dijo Casado a Cayetana que el PP «no debía entrar en la guerra cultural». Es lo contrario de lo que él dijo para llegar a presidente del PP. Pero el PP siempre entra en las batallas culturales. Lo que pasa es que, para no darlas, lo hace al lado de la Izquierda. Precisamente Cuca Gamarra fue la que defendió públicamente, contra Cayetana y Díaz Ayuso, que el PP debía ir a la manifestación del 8M y que iba a hacerlo con el lema que parece un título de Sofía Loren de los años 50: «Ante todo, mujer«. Ni persona, ni ciudadana: mujer, sexo ante todo. Le sobra el voto.

En lo que no entró el PP fue en la batalla cultural entre el feminismo liberal y el totalitario o discriminatorio, también llamado feminazi, ni se enteró de que el 8M se planteaba una guerra abierta entre el feminismo discriminatorio del PSOE, el de la Ley de Violencia de Género, y el queer de Podemos. Eso discutían en la pancarta la vicepresidenta de Sánchez, la mujer de Iglesias y la mujer de Sánchez. Todas, también ante todo, «mujer de». Y todas infectadas. Las del PP iban al final del infectódromo y así no le tiraron orines como a las de Ciudadanos en el Orgullo, pero insistieron.

Cayetana, que por disciplina asistió al aquelarre «Ante todo mujer», sí entró de lleno en el debate fundamental: si el feminismo, cualquiera de ellos, puede atribuirse la representación de todas las mujeres, si el 8M las representaba a todas porque, como dijo Carmen Calvo, «les iba la vida». A muchas, efectivamente, les fue, porque se infectaron y murieron. El PP cuco sabía del peligro, aunque luego lo negara, pero fue al 8M. ¿A qué? Y Público editó un vídeo contra Cayetana que la reivindica. En él decía:

«No hay una ideología machista que decida someternos a las mujeres por el hecho de ser mujeres». «No somos bloques las mujeres. No somos un colectivo identitario. No todas pensamos lo mismo. No todas somos iguales. No todas sentimos lo mismo. No todas nos identificamos de la misma manera».

«En mi nombre no puede hablar nadie. No habla en mi nombre ni un hombre ni habla en mi nombre una mujer». «¿Por qué tiene que hablar Carmen Calvo en mi nombre o Irene Montero en mi nombre? ¿Porque yo nací con los mismos órganos que ella? ¿De verdad vamos a caer en eso?

«A mí que no me metan en un bloque monolítico granítico llamado «mujeres» y no me digan que tengo que pensar de una determinada manera».

«No nacemos víctimas. Porque la victimización es el primer paso al dominio y el sometimiento por parte de otros». «No son los machos los que han decidido que las mujeres somos las que tenemos niños, es algo llamado naturaleza».

Casado dice que el PP debe «parecerse a la sociedad»

Pero lo peor que ha dicho Casado en el patíbulo de Cayetana no es que en el PP los proyectos personales deben ceder ante los colectivos, salvo el suyo, claro, sino esta frase digna de Arriola o de Iván Redondo:

«Un partido no puede pretender que una sociedad se parezca a él por mucha razón que tenga. Lo que debe hacer es parecerse a esa sociedad».

Es difícil encontrar una forma mejor para disuadir a cualquiera de votar al PP. No se quiere cambiar nada, todo está bien y lo que hay que ser es parecerse a lo que está. Dice Casado, que se queda en Prematrimonial, que «no quiere ser la muleta del PSOE». ¿Tal vez el monosabio de la plaza? La Joven Guardia Azul de KUK (Cuca en OK Diario) dice que «hay que escuchar lo que quiere la gente». O sea, que vamos a un maoísmo de oído o un franquismo de Orejilla del Sordete que, hasta ahora, impedía Cayetana. Lo que repite la Chiang Ching de la Banda de los Cuatro del PP (Casado, Teodoro, Feijóo y Pastor, con Almeida de bombero, o sea, Deng Xiaoping) es lo que siempre se ha dicho en las dictaduras comunistas o fascistas: dice el Líder que hay que escuchar al Pueblo, que tiene hilo directo con el Líder.

Pero Casado no aspira siquiera a un liderazgo despótico o amable. Sencillamente renuncia a que el PP intervenga en una sociedad conformada en sus leyes y costumbres por socialistas, comunistas y separatistas. Casado quiere parecerse a Feijóo, pero también a Urkullu y a Otegi, primeras fuerzas en el País Vasco, y a Torra y Junqueras en Cataluña (por eso la Teo-cracia odia a Alejandro Fernandez), y a Sánchez e incluso a Iglesias.

Si un partido debe parecerse a «la sociedad» sobran los partidos, la política y, sobre todo, la libertad individual e ideológica, incluso religiosa o moral. Mira por dónde, entre el Opus y los kikos, el PP nos sale jesuítico. Predica obedecer a esa «sociedad» en la que mandan los que no aparecen y los que aparecen no mandan. Thatcher decía: «No existe la sociedad, existen las personas y las familias». Que Casado no cite ya más Thatcher sino a Al Capone. Esa sociedad en la que partidos y política sobran es la de la mafia.

La oración fúnebre de Cayetana sobre el PP

Los hashisins de Teo y la progredumbre mediática han criticado que Cayetana explicara, magnífica y voluntariamente sola, a las puertas del Congreso, las razones que le había dado Casado para destituirla. Nada del «grupo paralelo», concepto soviético asumido por un escriba de ABC que seguramente desconoce un símbolo anticomunista llamado Dragón Rapide.

Cayetana estaba sola, porque sola, tras un mes de insidias teodiosas, la dejaba el partido y porque ni quería ni necesitaba comprometer a nadie. Los que en el lado voxero confiesan sinceramente, como Luis del Pino, que se alegran de la defenestración de Cayetana porque era la coartada del PP auténtico, que sigue siendo marianista y sumiso a la izquierda, deberían ir un poco más allá. Ante el Parlamento, media hora larga sin leer más que las notas de las «razones» de Casado para hacer feliz a la Izquierda, habló una representante de la soberanía nacional; no de un partido: de la Nación.

Es de agradecer que alguien, y no cualquiera, la mejor oradora del Congreso, no se callara a cambio del cargo venidero, como hizo Vidal Quadras, precedente de este error y talento descomunal, cuando lo decapitó Aznar para halagar a Pujol. Cayetana no representaba a Casado ni le debía «lealtad», como dice Marhuenda, sino a la Nación. La lealtad se la debe cada diputado a cada ciudadano español. Y si ya no podía explicarse en su escaño, debía hacerlo a sus puertas, con los leones mirando y las ratas escondidas, brujuleando. Lo que dijo que le dijo Casado, y que él no ha desmentido porque es verdad, dejó al presidente del PP a la altura de su responsabilidad, que ha sido privarnos de la mejor oradora del Congreso, protagonista del mejor debate en defensa de la nación y de la libertad y al que dedico un largo capítulo en mi próximo libro sobre el comunismo.

¿Cómo reaccionaron Casado y Teo a lo de «el hijo de un terrorista»?

Por cierto que, preparando el libro, y como ese debate fue la excusa de Feijóo, que ahora rehúye comentar su papel en el cayetanicidio, cuando espetó «no se pueden perder los papeles» a la única que los llevaba, y como ha sido la excusa posterior de la Teodiocracia, he vuelto a ver qué hicieron exactamente Casado y García Egea al terminar Cayetana su intervención con lo de «usted es el hijo de un terrorista» y «pertenece a la aristocracia del crimen político». Realmente vale la pena ver despacio el vídeo que ahora borrarán de «los mejores momentos de Cayetana« que editaba el PP, pero que alguien ha recogido en YouTube bajo el título «Gracias, Cayetana».

Cuando ella termina, Casado empieza a aplaudir, pero, como cogido en falta por mamá, el cura o La Sexta, esconde rápido una manita; Teo no: aplaude ostensiblemente y hace signos afirmativos con la cabeza, en recio gesto de aprobación huertana. Luego fue Teo el que le dijo que olvidase su recurso al Constitucional por el ilegal borrado de sus palabras en el Libro de Actas, que el PP no lo pagaría. Santiago González ha anunciado en su blog una colecta, mal llamada crowfunding para que lo pueda presentar. Ni qué decir tiene que cuenta conmigo. Ah, y también recuerdo en mi libro la historia de las víctimas del FRAP, olvidadas por Iglesias, Feijóo y Casado.

Pero siendo grave lo que Cayetana dijo de Casado a las puertas del Congreso, lo peor, en lo que nadie se ha fijado, es lo que repitió de Casado: la idea de que la alternativa al socialismo, al comunismo y al separatismo se debe construir en torno a la idea del individuo, de la libertad personal, de unos ciudadanos españoles libres e iguales ante una justicia independiente. Esa despedida de Cayetana, que cabe guardar como canto, nunca réquiem a los principios liberales, repetía, tal vez para mortificar la memoria del desertor, las mismas palabras de Casado en el discurso del Congreso del partido, con las que ganó la Presidencia e inauguró una esperanza que ha cancelado sin explicación. Esto decía Casado al llegar y Cayetana al irse:

 

«Vengo para enarbolar los principios que nos han dado sentido. Para reivindicar los valores que son nuestra columna vertebral (…) Esos principios empezarían con la libertad. Somos el partido de la libertad individual, el partido de las personas».

«Somos el partido de las mujeres que no quieren más que un país con igualdad de oportunidades en la que el género no sea un requisito, ni un plus ni un mérito ni un handicap«.

«Somos el partido que no colectiviza a la sociedad en mujeres, mayores, jóvenes, gays, lesbianas… sino el partido de las personas, de todas las personas, cada uno con su ideología, pero todos son personas».

La decepción de los que apoyamos a Casado

Prácticamente todos -caso raro- los «creadores de opinión» que desde su nacimiento político en esRadio apoyamos a Casado hemos lamentado la destitución de Cayetana. Florentino Portero sintetiza en su último artículo de LD, La batalla cultural, las razones de esta decepción:

«Pablo Casado no fue votado por los militantes del partido por su sólida formación ni por su capacidad de gestión. Lo fue porque representaba un ideal, en un momento en el que el Partido Popular amenazaba ruina tras la presidencia de Mariano Rajoy y a la vista de la emergencia de dos nuevos partidos que recogían los millones de antiguos votantes que migraban para recuperar la ilusión y la esperanza.

El nombramiento de Cayetana Álvarez de Toledo y Gabriel Elorriaga para comandar el grupo parlamentario era icono de una renovación en marcha, fiel al mandato de los votantes. Su decapitación política supone la renuncia, veremos si parcial o total, a aquel mandato, agravada por el encumbramiento de quienes nunca compartieron aquel ideal, sino que se mantuvieron fieles al marianismo. Bien está integrar a todas las sensibilidades, pero no conviene olvidar a las propias.»

 

¿Las propias? ¿Puede haber algo propio en un partido que se coloca al pairo de una sociedad cuyas ideas, leyes y sensibilidad conforman otros? Tengo cierto afecto por Casado, así que, a juego con la «Nueva Normalidad» del PP, le citaré una de las hermosas frases de Azaña, borradas por sus feos hechos: «Si usted no se sonroja, permítame que yo me sonroje por usted».

 

 

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