Con la debida calma

 

No me parece que el Chile de hoy se pueda dividir en nerudianos y mistralianos. Pablo Neruda fue un san Pedro equivocado y un san Pablo fulminado. Gabriela Mistral tiene algo de la severidad y del genio de santa Teresa de Ávila, y debemos entenderla con sumo cuidado. El entonces joven Pablo Neruda llegó a México en 1940, recién nombrado cónsul general de Chile, poco después del asalto armado de David Alfaro Siqueiros a la residencia mexicana de León Trotski. Le dio visa chilena a Siqueiros, sin autorización del Gobierno de Frente Popular, que ya mandaba en Chile, y su falta de disciplina administrativa fue sancionada por las autoridades de esos días.

Yo estuve en el hotel Habana Libre, de La Habana, en enero de 1968 y me tocó ser testigo de la siguiente curiosa escena. Pasaba Siqueiros en persona, raudo, desmelenado, y un grupo de surrealistas de la región, comandado por el pintor Roberto Matta, le daba patadas en su esmirriado trasero y las mujeres gritaban, a cada golpe: “¡Por Trotski, por Trotski!”. Nicolás Guillén, poeta oficial cubano, organizó un acto público de desagravio al pintor muralista mexicano.

También presencié una entrevista a Neruda en vísperas de la reunión de la Academia Sueca que iba a decidir sobre su Premio Nobel de 1971. La entrevista tenía lugar en el salón del tercer piso de la Embajada de Chile en París, en el número dos de la avenida de la Motte-Picquet. El entrevistador era Edouard Bailby, periodista de centro liberal, y las preguntas sobre Siqueiros, Trotski y la oda nerudiana a Stalin acorralaban a nuestro poeta, hasta que exclamó, agobiado, y todavía resuena en mis oídos esa insólita exclamación: “Je me suis trompé”. “Me he equivocado”… Era como decir: puedo equivocarme y puedo llegar a comprender las razones de ustedes.

Si se leen las memorias en verso de Neruda, Memorial de Isla Negra, que son más reveladoras que sus memorias en prosa, se puede comprobar que el poeta tenía plena conciencia de sus errores. En su poema La verdad escribía que amaba el idealismo y el realismo, y que era “decididamente triangular”, es decir, no bilateral, y partidario de la división jacobina en “buenos y malos ciudadanos”.

Los primeros amigos en llegar a felicitarlo por el Nobel fueron un abogado conservador, Mariano Puga Vega, y un poeta francés comunista, Louis Aragon. Eran visitas contrapuestas, simbólicas, y cuando Neruda se presentó en la sede de la Unesco en un homenaje a él, leyó en el escenario los más grandes poemas de Gabriela Mistral. Fue un momento conmovedor, único. Hacía largas décadas, Gabriela, directora del Liceo de Niñas de Temuco, había recibido la visita de un niño que se llamaba Neftalí Ricardo Reyes Basualto y que le había entregado sus primeros poemas, y ella le había prestado libros, porque el niño poeta estaba sediento de lectura. Gabriela, que no se equivocaba, supo de inmediato que ese niño era poeta, y todos los que tengan acceso a la correspondencia de Gabriela Mistral comprenderán que fue nuestra mejor americanista, que entendió mejor que ningún otro a los grandes personajes hispanoamericanos de su tiempo.

Propongo entonces que no nos equivoquemos ahora y que tratemos de practicar el arte difícil de tomar decisiones “decididamente triangulares”, para adoptar las palabras del poema La verdad, donde confiesa Neruda que ha escrito tantos poemas sobre el Primero de Mayo que, a partir de esa confesión, solo escribirá “sobre el día 2 de ese mes”. Era una consecuencia directa de ese impresionante “je me suis trompé”, que los autodesignados nerudólogos serán siempre los últimos en entender. Y me permito agregar: que los nombradores de aeropuertos estudien estos complicados asuntos con la debida calma y sin necesidad de cargar con la razón a cuestas, como nos sopla el poeta al oído. Porque el poeta se equivocaba. Gabriela, severa, digna, con mirada más alta, de más largo plazo, no se equivocaba casi nunca.

Si el voto, en esta extraña elección de nombres, fuera secreto, yo ya sé qué nombre votaría, sin la más mínima duda. Gabriela fue una gran precursora del feminismo de ahora. Fue la poetisa de la maternidad y de los niños americanos. La gran poetisa del futuro, del consenso en las nuevas sociedades nuestras. En otras palabras, precursora de los espacios de libertad de nuestros mundos marginados y mal interpretados.

Jorge Edwards (Santiago de Chile, 1931) es premio Cervantes.

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