Con la reforma eléctrica el PRI coquetea con AMLO… y también con su extinción
El dirigente nacional del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Alejandro Moreno, me dijo en entrevista, con un tono triunfalista: “Hoy todos hablan de nosotros”. Es verdad: la iniciativa de reforma (o contrarreforma) eléctrica que impulsa el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha colocado el reflector principal sobre ese partido.
En el papel, el PRI debería tener un peso menor en la discusión política si nos atenemos a su número de representantes en la Cámara de Diputados (71 curules), en comparación al partido gobernante, Morena (198), y al principal opositor, el Partido Acción Nacional (PAN, con 114). Pero para poder tener una mayoría legislativa y que pase esta reforma, los votos del PRI serán decisivos para AMLO. ¿Es esto motivo de festejo para los priistas? De eso quieren convencernos.
Si los partidos de oposición distintos al PRI se mantuvieran en bloque contra la reforma, el presidente necesitaría 56 de los 71 votos del PRI en la Cámara de Diputados. En el papel parece difícil. Pero la posición de AMLO es la más cómoda. Si doblega al PRI y se aprueba su iniciativa, lo capitalizará como un triunfo histórico y desactivará a una parte de la oposición en lo que resta de su sexenio y para la elección presidencial de 2024. Y si no, siempre podrá utilizarlo para continuar su propaganda sobre el “pueblo bueno” —que él representa— que está en contra de las malvadas empresas privadas depredadoras de la riqueza nacional. Si logra dividir los votos priistas, aun sin alcanzar la aprobación de la reforma, debilitaría de todos modos una posible alianza opositora.
López Obrador lo sabe e incluso lo ha señalado públicamente: “A los priistas nada más hay que decirles: ‘Oigan, ¿ya se les olvidó que el presidente Adolfo López Mateos, que era del PRI, nacionalizó la industria eléctrica?’”, dijo en su conferencia matutina del 4 de octubre.
No habría mucha discusión si el debate sobre la propuesta presidencial de corte estatista, que busca regresar el control mayoritario de la generación de energía eléctrica a la vetusta Comisión Federal de Electricidad (CFE) y desaparecer a los reguladores autónomos del sector, fuese puramente técnico. El PRI, por su historia reciente, tendría que definirse en contra: han sido ellos quienes han abierto el sector a la inversión privada cuando han estado al frente del gobierno federal.
En las bancadas priistas de la Cámara de Diputados y de Senadores costaría trabajo encontrar a algún representante del viejo priismo nacionalista-estatista del siglo pasado, del cual habla López Obrador. Los que quedan se cambiaron a Morena. El principal de ellos es justo el presidente, y el que mejor simboliza la mezcla de estatistmo, autoritarismo y corrupción que marcó al priismo de los años setenta y ochenta, Manuel Bartlett Díaz, es el director de la CFE, quien se beneficiara de la contrarreforma al adquirir más poder.
Si el cálculo fuese meramente electoral, López Obrador sabe que alinearse con Morena terminaría desdibujando al PRI. Darle al gobierno los votos que le faltan para su contrarreforma sería matar cualquier intento por evitar la continuidad de Morena en el sexenio siguiente, y podría significar la extinción del PRI y su asimilación a Morena. Hay más militantes y exfuncionarios priistas que han pasado a las filas de Morena o del actual gobierno que a las del PAN.
La sobrevivencia del PRI está atada a su identificación como partido opositor, quizá en alianza con el PAN, como única posibilidad real para ambos de disputar la presidencia en las elecciones de 2024. En las pasadas elecciones intermedias ambos partidos unieron fuerzas en la alianza Va por México. El PAN ha señalado que, si el PRI vota a favor de esta reforma, esa unión estaría deshecha.
Pero López Obrador ha mostrado crudamente su uso faccioso de la justicia y no son pocos los priistas que tienen un historial poco claro, por decirlo suavemente, en lo que a corrupción se refiere. Activar un puñado de expedientes judiciales contra líderes visibles de ese partido para inclinar los votos en el Congreso es algo que el presidente podría hacer sin mucho problema.
Así que, en realidad, el reflector intenso que hoy parece disfrutar tanto la cúpula priista coloca al partido contra la pared. El discurso de Alejandro Moreno, que es también legislador y tiene control de la bancada legislativa, busca ubicar a su partido como la opción sensata y con capacidad política entre los extremos de Morena, con su retórica estatista y populista, y el PAN, que tiene una imaginación exigua para intentar ser algo más que el simplón extremo opuesto del partido oficial.
La definición se dará supuestamente en diciembre. Mientras, para ganar tiempo y seguir siendo el objeto de deseo de los dos extremos, el PRI empuja la idea de obligar al director de la CFE y a los dirigentes de Morena a dar la cara y debatir la reforma para que supuestamente exhiban solos sus errores. Nada que la potencia propagandística del presidente no pueda subsanar.
El centro que pretende representar el PRI es más arena movediza que una postura sólida en tiempos de extremos irreductibles. Sí, hoy todos hablan del PRI, pero la sonrisa de su dirigente puede volverse una mueca de tristeza pronto.