Conflicto y guerra cultural
Fábrica de bustos de José Martí. (TRABAJADORES)
Continúa la saga «Martí-anti Martí» que el régimen pretende encapsular en lo que ha llamado la guerra cultural del «imperialismo yanqui» contra Cuba. Como si se tratara de una figura impoluta, un santo secular, la imagen que se quiere dar del héroe no admite para ellos el más mínimo «afeamiento». Poco importa si José Martí, como cualquier otro mortal, tuvo grandes virtudes y muchos defectos; y que los últimos sean, precisamente, los que más lo acerquen a lo humano, a lo imitable.
En verdad, hay una delgada línea entre faltar el respeto a un símbolo histórico, y ser crítico de su obra y vida. De quién y cómo se engrosa esa línea depende si se pasa a uno u otro lugar. Dado que Martí es para los ideólogos del régimen comunista el profeta que anuncia la bajada del «salvador» de la Sierra Maestra celeste, todo cuanto manche la profecía o al profeta debe ser ignorado, combatido.
Así tenemos, para sorpresa de quienes en verdad lo conocen a fondo, un Martí guerrero, tan materialista como antinorteamericano, de voz firme y vida casi monacal; intransigente con todos, y a la vez capaz de lograr consensos y unanimidades; capaz de dirigir las tropas mambisas en el campo de batalla —y algún temerario amanuense publicó un ensayo sobre el «pensamiento militar» de José Martí—.
A esta reescritura simplona y falaz, sumaríamos que el demócrata, masón y liberal José Martí creo un partido único, prototipo del comunista, por aclamación y sin disensos, al que se sumaron sin chistar todas las fuerzas militares y civiles anticoloniales cubanas.
El primer distanciamiento ideológico con el régimen comunista suele comenzar al darse cuenta uno de que todo eso es una mentira de cabo a rabo, y que tiene claras intenciones apocalípticas.
Pero vincular unas líneas de guion cinematográfico a una campaña cultural «anticubana» aupada y pagada desde el Norte roza lo delirante. Una vez más, se regalan méritos y cheques a la CIA, la USAID y otras agencias «imperialistas», que no lo merecen.
Seria hipócrita negar que una potencia mundial como EEUU posee especialistas y departamentos vinculados al manejo de la información con fines de seguridad nacional. Pero para los intelectuales orgánicos al PCC, toda manifestación de disensión política o cultural obedece siempre a una estrategia elaborada en los oscuros laboratorios de la llamada «guerra psicológica».
La sociedad cubana, como toda antigua colonia, se ha enfrentado durante toda su corta existencia, más a un conflicto cultural que a una guerra cultural. La Isla sufrió un proceso conflictual cultural con su metrópoli. Del «caldero cocido al calor del Trópico» surgieron expresiones culturales mestizas —ajiaco—, que hoy pudiéramos identificar como autóctonamente cubanas. A nadie se le hubiera ocurrido decir que España nos hizo o nos hace «una guerra cultural».
Algo similar ha ocurrido con la influencia norteamericana, de evidente influjo en toda la cultura insular en la primera mitad del siglo XX. El arte y la irrupción de la tecnología norteña en la cultura insular no hizo desaparecer la base del caldo, sino todo lo contrario: lo hizo más cosmopolita, convirtiéndolo en un apetecible plato universal.
Conflicto cultural se da en este momento entre la llamada cultura occidental, con sus valores judeocristianos y grecolatinos, y los valores culturales islámicos en algunos países europeos y del Oriente Medio. Guerra cultural fue como ISIS destruyó el patrimonio mundial en Iraq y Siria, y la imposición de las rígidas leyes de la sharia. Antes fueron los talibanes en Afganistán, cuyo paradigma fue la demolición de los Budas gigantes en Bamiyan en 2001.
Poder situar lo conflictivo cultural en un plano de guerra, permite a las autoridades cubanas revisar y reescribir toda la herencia y los contactos internacionales de la Isla con anterioridad a 1959. Como ocurrió con esos Budas en la Ruta de la Seda, las autoridades cubanas han dinamitado los valores y los autores que no calzaran con el discurso totalitario materialista del comunismo. La guerra de Cuba contra Cuba fue justificada —y así seguirá sucediendo— bajo el tramposo pretexto de la sobrevivencia.
En la Isla sí ha existido una verdadera guerra contra la cultura cubana que se desvíe apenas unas pulgadas de la línea ideológica del PCC. La producción intelectual está en función del proyecto político. Ha sido el régimen y no el «imperialismo» quien ha vetado autores, músicos, bailarines y actores. Las autoridades castristas son dueñas absolutas del arte porque pagan por una guerra real con obras y muertos sociales, heridos morales, y visibles secuelas en la producción cultural presente.
No puede hacerse lo bueno, lo bello y lo veraz con miseria, hacinamiento, enfermedades y falta de libertad. Así solamente es posible una «cultura» de la miseria, del hacinamiento y la promiscuidad, como la que hoy se produce mayoritariamente en la Isla. Podrá parecer pedestre, pero no hay nada que haga más daño a la cultura cubana actual que la ausencia de un vasito de leche en las mañanas.