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(Contra)sentido

 

 

Inevitable, el discurso público es portador y referente de valores, o, mejor, antivalores. El poder político efectivo juega con las multitudes para las multitudes, reafirmándose como el único animador y articulador que golea a la fuerza a contrarios atados de mano..

Los partidos del siglo XX, dígase lo que se diga, fueron escuela ética y agencias de socialización política, incluyendo a las individualidades y tendencias más idealistas, paradójicamente, cual moneda verdadera, frente a la grosera desviación utilitaria, moneda falsa. Valga acotar, la descomposición experimentada que finalmente dio paso al socialismo del siglo XXI, no fue distinta a la de las organizaciones de la sociedad civil, léase asociación de vecinos, gremio profesional, empresarial, laboral, o cualesquiera otras instancias que engreídamente supusieron que estaban por encima de toda debacle democrática y, en última instancia, económica como si jamás hubiésemos tenido un destino compartido.

¿Huelga insistir en  que la recuperación y el sostenimiento de las libertades públicas tendrán como soporte también fundamental a los partidos, al menos, hasta que se invente otra fórmula democrática y de convincente representación?; ¿por qué de la persistencia en destruir la institución e institucionalidad partidista misma, so pretexto de la inconformidad, rechazo y animadversión que algunos puedan ocasionar? Por supuesto que hay inconsecuencias, flaquezas y debilidades, ¿pero tratamos de un fenómeno consustancial al partido político, u otro harto generalizado que atañe a un proceso de disolución social suficientemente advertido con antelación?; ¿es que, acaso, por sí mismas, las redes digitales aportan los dirigentes real y literalmente políticos que necesitamos para una tarea que supera con creces las artes de la mecanografía interestelar y narcisista?

El país que importa y comercializa cantidades monumentales de motocicletas, emplea los espacios públicos como estacionamiento seguro y el más arbitrario desplazamiento, convertidas prácticamente en la única fuente de empleo para jóvenes sin mayores oportunidades que ni siquiera deben estudiar para obtener la licencia, ¿no es un ejemplo? Perdida la noción de urbe, urbanismo y urbanidad, predomina el contrasentido en las calles de una extraordinaria conveniencia para el poder establecido, y ahora más que nunca resulta inexistente la normativa de tránsito, abiertas las aceras y demás posibilidades peatonales, como autopistas para los motorizados: enfermizo y continuo en la presente centuria, ¿no constituye una diaria escolarización del abuso e impunidad?

Esporádicamente, apreciamos algunos grupos de jóvenes escultistas recordando que muy antes aportaban disciplina, habilidades, cohesión, y, en definitiva, valores como las incontables organizaciones deportivas para niños y jóvenes de libre iniciativa, aunque el leninismo de los años sesenta denostaba de los boys scouts por la colaboración ocasionalmente recibida de sectores privados.  La Iglesia Católica, al igual que otras creencias organizadas, mantiene en pie distintas iniciativas que le otorgan un sentido de vida a quien desea una alternativa diferente a la que prevalece y profundiza la discursividad del poder.

Observemos, hay escuela de delito, cuando la enseñanza es sistemática, profunda y consistente, en atención a las exigencias propias de un oficio susceptible de perfeccionamiento y, consabido, transnacionalización; tenemos la antiescuela, respecto al delito irresponsable consigo mismo, espontáneo, perpetuamente desaprendido, supeditado a una anomia constante y mutante, fundado en una circularidad viciosa. A este par de herencias deberemos responder en un futuro próximo, en el que la aspiración y búsqueda del poder legítimo ha de convertir a los partidos democráticos igualmente en una experiencia de ética y pedagogía ciudadana, sabiéndose servidores en lugar de servidos.

Partidos a contracorriente que le den sentido principalmente a las nuevas generaciones, abriéndole caminos al esfuerzo intergeneracional. El destino del país no debemos rifarlo en una mesa de juego repleta de apostadores, es el llamado vital.

 

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