COPEI: Extraños en un tren
‘Las únicas mentiras por las cuales somos realmente castigados son aquellas que nos decimos a nosotros mismos.” V. S. Naipaul
Al momento de redactar esta nota ha llegado a un punto insostenible la querella entre dos grupos antagónicos en lucha por el poder interno del partido socialcristiano COPEI.
Un problema central y característico de dicha confrontación es que la misma no deriva de un debate al cual pudiera considerarse ideológico o doctrinario.
Un segundo dato, nada menor, y derivado del punto anterior, es que ambos grupos contendientes no ocultan el hecho de que la causa del diferendo es exclusivamente el poder interno: quieren el monopolio del mismo. Lo cual da a las luchas un carácter fundamentalmente anti-democrático y suma-cero. Solo pueden ganar destruyendo y condenando al adversario.
Destacadas personalidades del mundo democristiano criollo han tratado, en varias oportunidades, de mediar entre las partes, de lograr que se sienten a dialogar, motivar conciencias, no exacerbar odios o contar cañones. No ha sido posible.
Cuando uno oye a los contendientes, o lee sus escritos –que parecen partes de guerra-, sus voces pecan de parcialidad, de sordera frente al otro, de desapego frente a lo que debería unir.
Ambos conglomerados comparten, como si no fuera suficiente lo ya señalado, un tercer dato monumentalmente penoso: la decisión de dilucidar sus diferencias en el Tribunal Supremo chavista. Buscando legitimidad de parte del adversario autoritario, los dos grupos se han deslegitimado ante el mundo de la militancia socialcristiana. Olvidan, asimismo, que la política no se hace a golpes de sentencias judiciales, en una suerte de outsourcing tenebroso (que otro decida lo que yo no puedo decidir); mucho menos cuando las decisiones terminan mendigándose al que es nuestro adversario fundamental.
Con ello, han mostrado por años una persistencia ciega que casi se ha convertido en frivolidad. Van al TSJ cuando precisamente se ha convertido en el instrumento más implacable para convertir a Venezuela en tierra arrasada por la injusticia de unos seres en los cuales los antivalores supremos son el odio y el enriquecimiento personal. ¿Cómo es posible que alguien pueda pensar que el actual TSJ decide algo con base en criterios de justicia o de legalidad?
Venezuela ha observado con asombro a dirigentes del grupo “A” regocijándose porque el TSJ les había dado la razón, para ver, tiempo después, en un toma y dame macabro, que los del grupo “B” pasaban a ser entonces los favorecidos. Y ambos sectores, en su respectivo momento de auto-engaño, pensaban que el TSJ había decidido apegado a la corrección jurídica.
Peor aún: No se han dado cuenta de que celebrar como justa una decisión del TSJ chavista es otorgarle legitimidad a quienes han fungido como principales verdugos de la verdad, de lo honesto, de lo moral, decidiendo siempre según los intereses del régimen.
La penosa conclusión, que debemos asumir todos los demócrata-cristianos, es que ninguno de los dos sectores está en capacidad de aglutinar, mucho menos dirigir o representar, a la Democracia Cristiana en Venezuela. Se presentan como salvadores del partido, cuando ni el partido ni la patria necesitan salvadores o mesías.
Otra consecuencia, que deriva directamente de la anterior, es que ambas partes han sembrado una enorme desesperanza en los cuadros de base del partido en lo que respecta a la posibilidad de recuperar una conducción certera, consustanciada con la orientación político-ideológica social cristiana y que esté, en consecuencia, al servicio de la necesidad de reintegrarle a la patria venezolana, mediante una lucha democrática frente al régimen autoritario que hoy desgobierna, la libertad, los valores republicanos y el sentido de unidad solidaria en torno a un destino común como nación.
En esta misma dirección, observamos que los jóvenes, que en épocas anteriores eran semillero fértil y potente de los demócrata-cristianos, se distancian de la organización al no sentirse interpretados por ella en sus ideales, en sus sueños de aportar su contribución a la construcción de un orden social más apegado a la dignidad de la persona humana.
Como consecuencia de todo ello, el partido muestra una aguda debilidad institucional, y una creciente pérdida de especificidad e incluso de identidad. De las ideas, que siempre fueron de una riqueza y de una visión que motivaba a la acción y al ejemplo democráticos, solo quedan cascarones manipulados, expresiones vacías de contenido sustantivo. Liderazgos que buscan esconderse bajo la cubierta de sus palabras, como si ellas los pudieran proteger de la realidad; como si citar profusamente a Caldera, Calvani o Pérez Olivares otorgase una constancia automática de socialcristianismo.
Con sus continuos errores, han vuelto banal para la sociedad venezolana lo que en realidad es un hecho de suma gravedad: la incapacidad de los partidos para regenerarse y reinventarse en la lucha contra la tiranía.
¿Acaso no sienten el silencio ciudadano ante sus acciones? ¿No se dan cuenta del progresivo alejamiento de conciencias que en otras circunstancias tendrían todos los motivos, en la lucha contra la autocracia chavista, de militar en la Democracia Cristiana, si éste fuera en verdad un movimiento vigorosamente democrático, plural, inspirado en ideas y no en ambiciones, dominado por la pasión de servir, y no por la tiranía de egos extraviados?
La inopinada catástrofe no ha sido consecuencia o efecto de un único motivo, de una causa en singular, más bien ha sido producto de un vórtice, de un punto de presión ciclónica, hacia el cual ha conspirado una porción de causas convergentes. Sobre ellas, ya he escrito dos documentos previos, el último titulado “Socialcristiano sigue buscando partido.”
Increíble cómo un tren de alta velocidad fue progresivamente convertido, por unos liderazgos cada vez más lejanos de los valores fundacionales, y negados a todo debate de ideas, en una locomotora de vapor. Una locomotora en ruinas llena de seres extraños, que no se reconocen ni se asumen en una militancia conjuntamente compartida.
Un partido DC hoy, ante las responsabilidades de enfrentar tentáculos totalitarios, debería partir del redescubrimiento y la armoniosa aceptación de los vínculos que unen, no de los que separan. Debe aceptar la presencia luminosa en la vida diaria partidista de la dialéctica civilizadora del diálogo, con mucha paciencia y no poca caridad. Teniendo siempre presente el valor cívico, irrenunciable y sereno, así como un claro sentido de responsabilidad, de decisión segura, moderación civil, y pulso firme.
Un auténtico liderazgo democristiano debe saber balancear valores, ambiciones legítimas, logros, esperanzas e intereses; procurar razones para la acción conjunta, y no meras excusas para una nueva ola de desencuentros.
¿Tiene futuro la Democracia Cristiana en Venezuela? Las ideas, la doctrina, las tesis, las visiones, están allí, siempre vigentes. Pero el viejo cuerpo partidista tiene demasiados años sufriendo oleadas y oleadas de traiciones a los ideales. Parece muy difícil admitir que quienes han sido actores principales en la actual tragedia partidista, quienes han sido los agentes directos del declive, vayan a ser los que puedan conducir algún proceso de resucitación.
Los encargados de intentarlo deberán ser, en todo caso, auténticos dirigentes democristianos, con el adecuado balance entre méritos, experiencia, creatividad e innovación, capaces de encarnar e identificarse con una causa fundada en valores trascendentes. La misma causa que llevó a los fundadores a dedicar su vida a luchar «por la Justicia Social en una Venezuela mejor».
Caracas, 2 de noviembre de 2015.