Economía

Corralito en Grecia

Grecia-compressor

Preludio de un desplome a la argentina, salvo si Tsipras pierde el referéndum

Las autoridades griegas dictaron ayer la restricción casi absoluta de las transacciones dinerarias, el cierre de los bancos y la clausura de la Bolsa. Lo decidieron así ante la evidencia de la pérdida de confianza del público, que había acelerado la retirada de depósitos desde que el primer ministro Alexis Tsipras rompió con el Eurogrupo al anunciar un referéndum contra la oferta europea para prolongar el segundo rescate. El Gobierno decidió el estricto control de fondos o corralito pese a que, horas antes, el Banco Central Europeo (BCE) había decidido mantener la liquidez de emergencia que suministra (más de 84.000 millones) a los bancos griegos. Esa decisión liberó a las instituciones europeas de responsabilidad en este último desplome de la economía griega, confirmó al BCE como pilar de la estabilidad del euro y validó la interpretación que de sus estatutos hace su presidente, Mario Draghi, frente a un ala dura de gobernadores.

La primera víctima es la gente de Grecia, que ve limitada su capacidad de retirar efectivo de los cajeros a un mínimo dinero de bolsillo. La segunda es la economía griega, que empieza a registrar un bucle similar al de Argentina, iniciado en 2001 y que aún mantiene cabos irresueltos. La tercera, el área euro, que se enfrenta a un revés inédito al menos desde principios de los noventa con la crisis del Sistema Monetario Europeo: deben arbitrarse de inmediato las medidas urgentes para minimizar el impacto de la turbulencia en el sistema bancario de los vecinos balcánicos, la prima de riesgo de los periféricos y la confianza general en la moneda única.

La peor parte recae sobre los griegos. Porque este tipo de crisis se sabe bien cómo empiezan, pero no cómo acabarlas. La regla es el imperio de la incertidumbre, que sustituye a la previsibilidad, principal condición de la estabilidad monetaria y requisito de prosperidad económica y social. El ejemplo argentino traza una pauta nada excluible en este caso: primero vienen las retiradas de depósitos, luego el corralito, después la suspensión de pagos o default, el cierre de los mercados exteriores para financiar la deuda pública y la actividad privada. Y todo ello acompañado de una fuerte crisis social y el descrédito de gobernantes e instituciones. Recuperar el punto de partida es arduo, y en ocasiones, imposible.

A diferencia de los argentinos, los griegos tienen una posibilidad de soslayar esa pesadilla: derrotar al Gobierno que les conduce a ella en el referéndum del próximo domingo y votar a favor de la propuesta de acuerdo del Eurogrupo. Es una opción difícil, porque en momentos crispados y emocionales, y de tanta inseguridad para las personas, la apelación a los sentimientos nacionales, al orgullo patriótico y al peligro del socio caricaturizado como enemigo exterior suelen mostrar gran eficacia: de hecho, ya han sido utilizados por el Gobierno de izquierda radical y derecha ultranacionalista. La tendencia a evitar ser incluido entre los traidores a la patria es muy potente. Por eso, todo lo que contribuya a la transparencia es clave. Y es oportunísima la reacción del BCE, así como la de la Comisión Europea publicando la oferta del Eurogrupo que Tsipras rechazó, pese a estar tan próxima a la suya.

Ahora bien, la palabra es de los griegos. Ellos decidirán si les conviene correr el riesgo de apearse del euro y relegarse a rincón irrelevante —y hostil— de Europa.

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