Corrupción y política en Argentina
Obra pública, captura del Estado y silenciamiento de la crítica ha sido la receta de la perpetuación
Los arrestos de López y Pérez Corradi son una exégesis casi cinematográfica del pasado kirchnerista. La escena de López en la madrugada, arrojando bolsas con dinero sobre el muro de un convento, era propia de Pulp Fiction. Pérez Corradi, a su vez, evoca a John Dillinger, notorio asaltante de bancos de los años treinta que intentó borrar sus huellas dactilares con ácido. También hay película, Dillinger.
Una realidad superior a la ficción, la espectacularidad escénica le apunta al centro del poder. López lo hace vía De Vido; Pérez Corradi, vía Aníbal Fernández. Ambos poderosos ministros de los Kirchner, ello ilustra que el desmadre de la corrupción no era únicamente codicia. Era el mecanismo central del complejo engranaje que gobernó Argentina durante doce años; un fenómeno más profundo que las bóvedas donde enterraban el dinero.
La corrupción ha sido una forma de dominación, un tipo de régimen político. Ya no se trata de aquel simple funcionario que paga un sobreprecio para quedarse con la diferencia. Aquello era hasta trivial. Esto de hoy se basa en redes de criminalidad transnacional, con recursos extraordinarios y capacidad de monopolizar las licitaciones de la obra publica, penetrar la sociedad y capturar el aparato del Estado.
Para luego repetir el ciclo pero en sentido inverso. Es así en buena parte de América Latina. La corrupción se ha convertido en una estrategia para la toma del poder y el control del Estado. A menudo ocupa el vacío de la política. Cumple sus funciones básicas: selecciona dirigentes, ejerce la representación y el esencial control del territorio y, desde luego, financia el clientelismo que gana elecciones.
De ahí las piruetas retóricas de quienes se han definido a sí mismos como “intelectuales orgánicos” del kirchnerismo. Si la premisa es que el capitalismo es un robo, por aquello de la extracción de plusvalía, mejor que roben los Kirchner, justifican los estalinistas enriquecidos. El crecimiento geométrico de las cifras de la corrupción es una necesidad, entonces, y la reproducción en el tiempo de esta forma de dominación, su consecuencia lógica.
Por ello, el cambio ocurrido en diciembre pasado en Argentina ha sido mucho más que una mera alternancia en el poder. Para muchos de los problemas heredados—el desorden macroeconómico y los irracionales subsidios, por ejemplo—hay experiencia en la historia del país. Por el contrario, los funcionarios que se enfrentan cotidianamente con la corrupción y el delito aprenden haciendo, hacen doctrina mientras gobiernan. Ocurre que no hay antecedentes de un Estado, nacional o subnacional, colonizado por organizaciones criminales. Por ello lo ocurrido en diciembre es una transición de régimen político, laboriosa e incierta como toda transición.
De la oscuridad de aquella madrugada en el convento, sin embargo, surgen algunas luces. Curiosamente, lo que hoy se lee en todas partes se conocía gracias a periodistas que no renunciaron a ejercer sus derechos. Diego Cabot y Francisco Olivera contaron sobre López en Hablen con Julio, publicado en 2011. Emilia Delfino y Rodrigo Alegre contaron sobre Pérez Corradi y el triple crimen de la efedrina en La ejecución, publicado ese mismo año. No son los únicos que investigaron la corrupción.
Es que el otro componente era la mutilación de la libertad de prensa. Corrupción, captura del Estado y silenciamiento de la crítica es la receta de la perpetuación. Fallida en Argentina, la idea ha tenido un cierto éxito en otras latitudes. Rápidamente puede el lector constatar la conexión entre tiempo en el poder y libertad de prensa. Están inversamente correlacionados. Agregue los casos de corrupción y podrá dibujar el mapa completo del peculiar sistema político latinoamericano de hoy.
El kirchnerismo es parte del pasado, se escucha hoy en Argentina. Es muy cierto. Por un lado por que ya ocurrió antes con toda expresión peronista posterior a la desaparición física de Perón. Como en aquellas, la entidad política del kirchnerismo se basaba únicamente en el ejercicio del poder. Recuérdese que en el llano también se disolvió el menemismo, entre otros “ismos” post-peronistas.
Pero, sobre todo, el kirchnerismo es el pasado porque fuera del Estado se ve privado de su principal instrumento de construcción política: la corrupción. Y esto también lo demostró la prensa independiente, siempre determinada a investigar al poder. Un tema sobre el que además abundan buenas películas.