Costumbres costeñas
El otro día me llegó un breve video con algo menos de dos años de antigüedad, que seguro todos han visto, en el que el senador retirado Roberto Gerlein explica el fenómeno de la compra de votos en la Costa. Con un tono de voz tranquilo, que envidiaría un lama tibetano, sin asomo de cinismo y exponiendo la cuestión con una normalidad sensacional, el anciano político sitúa el origen de la práctica en el Magdalena, la hace generalizarse por toda la Costa y la asume extendida a Colombia entera. No todos los votos se compran, dice, pero sí muchos. Se da un aliño entre elector y elegido, en efectivo o en especie, se materializa el prohijamiento y se vende el voto. ¿Y no es eso un delito? Preguntan los periodistas con una inocencia tan hermosa que habría que enmarcarla. ¡Qué le vamos a hacer! Responde Gerlein en lema que debería ser de ahora en adelante la única estrofa del himno de Colombia. No son lo mismo los hechos penales, que los políticos, resume el senador. Yo les explico los políticos. Esta es una costumbre inveterada y un poco inmoral (sí, dijo un poco). ¿Usted compró votos? No, yo nunca.
Ese mismo día me llegó otro video de unos graciosos que han erigido la pared del cacho en Soledad. El grupo se llama Asocasol (Asociación de Cachones de Soledad) y ha pintado un completo muro en el que publican el nombre de los cachones de la ciudad distinguiéndolos entre cachones guapos, mansos, consentidos, sin gracia y prósperos. A final de año uno gana y se convierte en el cachón mayor. Magnífico. ¿Cómo saben quién es cachón? Primero porque todos los miembros de la asociación asumen la fatalidad de su condición y después porque ponen la oreja a los chismes y rumores tanto locales como de mayor ámbito. Por supuesto, en Carnaval eligen un rey cachón y salen en desfile. En prueba de que en Colombia hay que hacer papeles hasta para ser escarnecido públicamente, si uno quiere aparecer en el muro debe presentar fotocopia de cédula ampliada, antecedentes penales y carta de recomendación.
Ahora díganme, ¿cuál de estas dos costumbres les parece a ustedes más costeña? Gerlein diciendo que menos escandalizarse con las críticas foráneas, que aquí comprar el voto es costumbre o los alegres soledeños que se burlan de sí mismos y son capaces de reírse de sus propias desgracias? Pues qué quieren que les diga, a mí la compra de votos me parece un vicio, no una costumbre. Algo que vino, que se irá y que no creo que nadie crea que existe sólo en la Costa. Sin embargo, el humor, la alegría, la felicidad ante las dificultades o, incluso, los dramas de la vida sí que me parece una verdadera costumbre costeña. Aquí la gente es alegre, especialmente (no deja de admirarme) los que no tienen muchos motivos materiales para serlo. Eso, créanme, no pasa en todas partes. Yo, lo anuncio aquí, nunca compraré o venderé votos, pero me encantaría aparecer en ese muro. ¿Por creerme cachón? Bueno, uno nunca sabe.