¡Criminales, cuidad la lengua!
Cada día que pasa añade un obstáculo adicional a la realización del crimen perfecto, porque junto al perfeccionamiento de las huellas digitales, la popularización del ADN, el polígrafo para detectar mentiras y una vasta panoplia de técnicas investigativas, la ciencia criminológica sigue sumando recursos al arsenal para esclarecer casos que habrían quedado impunes a pesar de los métodos deductivos del genial Sherlock Holmes.
En su libro Atrapados por la lengua, de reciente aparición, la investigadora Sheila Queralt, catalana de 32 años, fundadora y directora de SQ-Lingüistas Forenses, relata su labor en la novedosa rama de la lingüística forense que gana terreno en el combate a la ciberdelincuencia, en episodios como un asesinato cometido en 2017 donde la clave fue la llamada que reveló bajo análisis el sexo, el origen, la edad y la profesión del informador anónimo desde una cabina telefónica y su probable conexión con el crimen de dos ancianos; o uno de los primeros casos de la nueva especialidad, en 1968, cuando un lingüista salvo de la silla eléctrica a un procesado por el asesinato de su mujer e hija al demostrar que sus declaraciones habían sido manipuladas por los investigadores.
Es una disciplina multifacética, a medio camino entre la lingüística y el derecho – de una parte relacionado con el lenguaje administrativo, jurídico y judicial y de la otra con la utilización forense de las pruebas resultantes de las investigaciones- que se inició principalmente en los Estados Unidos y Canadá a partir de los años 60, aunque en forma dispersa y poco elaborada desde el punto de vista metodológico.
Treinta años después se alargó los pantalones con la creación de la International Association of Forensic Phonetics en el St. Johns College de New York y la International Association of Forensic Linguistic en la Universidad de Birmingham, Inglaterra, y la aparición de The International Journal of Speech Language and the Law, una revista especializada.
Y en lo que va de milenio con decenas de conferencias internacionales –la más reciente en Porto en 2017-, laboratorios y centros de lingüística forense y de fonética y acústica forense, un caudaloso volumen de bibliografía y cursos de postgrado en Inglaterra, España y los Estados Unidos.
Desde entonces, el caso más emblemático ha sido el terrorista Ted Kazcynski (a) Unabomber, que mató a tres personas e hirió a 23 en el lapso de veinte años con una serie de bombas despachadas desde su guarida en las montañas de Illinois y se delató con un manifiesto que los lingüistas escudriñaron para precisar su perfil físico, psicológico y educativo, cotejaron con la correspondencia que mantenía con su familia y procedieron a su espectacular detención.
Se trata, en síntesis, de llegar a la verdad desentrañando los patrones lingüísticos en determinadas comunidades, segmentados, entre muchos factores, según el perfil geográfico, la lengua materna y el nivel educativo, en un oficio que ha cobrado particular relieve en tiempos recientes por el fenómeno de las llamadas fake news, donde el estudio de las grabaciones maliciosas permite establecer su grado de autenticidad.
Y no es tarea sencilla, porque el delincuente que se sabe perseguido, busca naturalmente embrollar la labor de la justicia para seguir en libertad.
Como en otro caso mencionado por la doctora Queralt –el asesino del Zodiaco- en que fueron precisamente los errores deliberados que el criminal introducía en sus mensajes los que permitieron al final echarle el guante, o la faena del lingüista computacional Patrick Juola para desenmascarar a la archifamosa autora J.K.Rowlings, cuando publicó una novela bajo pseudónimo para escapar de la fama y la fortuna ganadas con las aventuras de Harry Potter.
Varsovia, abril 2021